viernes, 17 de junio de 2022

Jacobo Bergareche: Los días perfectos. Por Carlos Maza Serneguet

Bergareche, Jacobo: Los días perfectos. Libros del Asteroide, Barcelona, 2021. 184 páginas. Comentario realizado por Carlos Maza Serneguet.

A Luis, casado y con tres hijos, su amante acaba de escribirle para decirle que su historia ha terminado: “dejémoslo aquí, quedémonos el recuerdo. Adiós, te quiero”. Austin, la ciudad que durante unos pocos días de los últimos años ha sido el lugar de la aventura, se convierte entonces en espacio para el recuerdo y la reflexión. Unas cartas de Faulkner a su amante, encontradas en el archivo dedicado al escritor en el Harry Ransom Center de esa ciudad, lanzarán preguntas distintas hacia la historia vivida allí y a un matrimonio herido por el tedio. Sobre todo, una en la que Faulkner dibuja para su amante una especie de storyboard de lo que parece ser el anticipo de un buen día pasado juntos. 

La historia con Camila, la genial amante mejicana, es una historia sin restos arqueológicos: todo tiene que ser borrado para no ser descubierto. El pequeño cómic dibujado por Faulkner invita entonces a crear un relato en forma de carta de despedida, que es también la memoria escrita de los días perfectos pasados juntos. ¿Perfectos? Quizá sí, pero también con final. El final que permite escribir la historia completa, pero que vuelve a dejar a Luis frente a la realidad de su vida, su otra vida, la de un matrimonio que se revela en todo su espanto: una sucesión de días sin imaginación común, un ejercicio de supervivencia en medio del aburrimiento. 

Tras la carta a Camila, Luis escribe a Paula, su mujer. En un texto por momentos brutal, el protagonista de la novela de Bergareche hace un diagnóstico casi terminal del matrimonio. Sin embargo, no pierde la esperanza. ¿Qué es un día perfecto? ¿A qué podemos aspirar todavía? Ahora el dibujo de Faulkner da la pista para iniciar una nueva búsqueda, la búsqueda de lo que puede ser un buen día. Se trata de volver a los días perfectos que ya tuvo el matrimonio, no para repetir el guion (en el que, por lo demás, se descubre más de una imperfección), sino para descubrir la música de fondo que hizo que aquel día fuera bueno, un día perfecto, aunque no tuviera nada de extraordinario, como el que pasaron hace décadas Faulkner y su amante. 

Bergareche ha tocado, con ironía y sin dar recetas milagrosas, uno de los temas de nuestro tiempo. Quizá no solo el de la crisis de los cuarenta, sino algo más. El de nuestra insatisfacción —modernísimo—, el de la lucha entre el ideal, la realidad y la fantasía, el desafío de aprender a aburrirse (qué escena sensacional el diálogo entre el protagonista y su padre al respecto), y el de seguir buscando algo parecido a la perfección, quizá empezando a intuir que se presentará con el rostro –aparentemente vulgar– de lo ya conocido.


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