lunes, 30 de octubre de 2023

Juan Mayorga: El chico de la última fila. Por Irene Calvo Idoipe

Mayorga, Juan: El chico de la última fila. Edic. La Uña Rota, Segovia, 2019. 132 páginas. Con un ensayo de Carlos Thiebaut. Comentario realizado por Irene Calvo Idoipe.

Reflexiones y un final alternativo

Esta obra me dejó un sabor de boca amargo como si no supiese realmente qué acababa de leer ni cómo empatizar realmente con los personajes. Tuve que leerme El chico de la última fila una segunda vez para comprender y analizar de mejor forma toda la obra, antes de escribir esto. Y, aun así, ciertos personajes me incomodaban o simplemente no lograba empatizar con ellos. Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Era esa la intención del escritor, la de dejarnos a nosotros, como lectores, expectantes y atentos? Enganchados a una historia que, aunque nos abruma, por momentos nos mantiene ahí, página tras página, adictos a sus palabras. En mi opinión, el final deja que desear, aunque quizás ese es el objetivo real de un final abierto: dar libertad total y absoluta al lector frente a qué cree que puede ocurrir a continuación. El problema de esto para mí es la ambigüedad, ciertamente no me he enamorado de los personajes ni siento apego alguno por ellos, pero eso solo logra ensalzar esa necesidad de saber. ¿saber qué paso con Claudio?, ¿saber qué fue de la familia de Rafa?

Juan Mayorga finaliza con las palabras: “Ahora sí, maestro. Es el final.” (página 52), indicando la caída del telón y, por lo tanto, el final de esta obra. Personalmente todo el juego con el “continuará” al final de cada uno de los escritos de Claudio y la falta de final concreto hasta ese punto han sido algunas de las cosas que más me han cautivado a lo largo de mi lectura.

Desde luego, tiene su encanto leer sobre cómo Claudio necesita, o así él cree, experimentar hechos reales sobre los que escribir por su falta de creatividad; cómo Germán se da cuenta ya muy tarde de lo perturbadores que son realmente estos capítulos. Observar cómo Claudio parece actuar como un marionetista sobre las vidas de todas estas personas por el bien de su obra, de su libro.

Después de intentar explicar mi opinión sobre este libro, planteándome cómo acaba y tratando de demostrar por qué el final no me deja concluir mi lectura sería hipócrita no mostrar mi idea de cómo podría haber sido esa última reflexión de Claudio la que clausurase la historia, ¿no?

En algún momento Claudio había perdido la noción del tiempo, se había quedado ensimismado en sus pensamientos y reflexiones, sentado en aquel banco desde el que se podía ver la casa de los Rafa, no les estaba observando, no solo estaba ahí en silencio la mirada perdida pensando.

¿Por qué la reacción de aquellos que leían su obra no era la que él quería? ¿No deberían de halagar su escrito que tan bien relataba la realidad? “Como si mirases a través de una ventana en una de las esquinas de la habitación", le había dicho una vez Germán. ¿No era ese el objetivo? Lo había escrito, en un inicio, para su profesor y había seguido cada una de sus instrucciones sobre posibles cambios: “necesita un nudo, algo que tenga interés, algo que atraiga la atención del lector", le había comentado Germán tras haberle dado el segundo capítulo. Y eso había hecho.

Él mismo había creado las modificaciones que su profesor de literatura le iba comentando, creando dilemas para sus personajes y manipulándolos a su gusto. ¿El único problema? Dichos personajes eran reales, ninguno era ficticio; nada era imaginario o había sido organizado con el objetivo de mofarse, como Germán le preguntó más tarde. No. Claudio escribía su realidad. LA realidad, según él.

¿Por qué se preocupaba por todo esto ahora? Le habían mandado escribir y eso había hecho. Es más, él había seguido todas y cada una de las instrucciones y recomendaciones de Germán a lo largo de su trabajo y este nunca le había corregido nada grandioso en cuanto a su escritura como tal. Era más la temática de sus escritos lo que había acabado perturbando a Germán.

Entonces, ¿por qué se encontraba ahora imaginándose la reacción de todas esas personas, a las que había simple y llanamente utilizado por el bien de la trama, si es que un día leían su obra? No tenían importancia. En literatura les habían enseñado a primero discernir quién sería el receptor de sus textos y que esas eran las únicas botas en las que tenían que meterse antes de realizar cambios drásticos; si alguien exterior a su público objetivo criticaba su planteamiento, no tendría sentido cambiarlo todo y volver a empezar.

Pero, ¿y en este caso? Él sabía que todo aquel que leyese su historia era más que probable que acabase aborreciéndole. Sin embargo, Claudio se mantenía firme en su opinión: él había hecho lo que se requería de él. ¡Era responsabilidad de su profesor en cualquier caso! Germán sabía que él no tenía imaginación suficiente para escribir algo que se “imaginase”. El concepto era ridículo. Entonces, ¿por qué insistir en que crease conflicto por el bien de la trama? ¿Acaso Germán no lo vio venir? Y sin embargo, era obvio.

Claudio estaba seguro de que, si seguía pensando así, se causaría una migraña, así que trató de distraer su mente, que estaba alborotada entonces.

“Siempre me ha costado empatizar”, razonó Claudio .“¿Puede que sea en parte por ello? Quizás todo esto tenga demasiado que ver con las emociones ajenas y el efecto de mis acciones en ellas. ¡Después de todo, padre dijo que esa fue la razón por la que madre se fue!”. Él sabía lógicamente que aquello no era una respuesta suficiente y que su mente seguiría rumiando el tema en búsqueda de una solución.

Le molestaba, le molestaba saber que él era el que iba retrasado, que él era el que aún no había pillado el chiste, y solo miraba a su alrededor en busca de signos de comentarios que hicieran aquellos que sí riesen, sobre los cuales basar su reacción. Era lo que siempre hacía, imitar al grupo, ocultarse y desaparecer entre la multitud, ser uno más. Con los años, Claudio había aprendido a observar y adaptarse, ya que era obvio que por alguna razón su cabeza simplemente no funcionaba como la del resto; no entendía emociones, así que copiaba al de al lado; no imaginaba nunca nada, así que orquestó su historia antes de observar y escribir. Para él así era más fácil. Lo que había hecho no era inmoral o perturbador. Según él, simplemente eran los medios para alcanzar el fin. ¿No era eso lo que estudiaban en filosofía?

Filosofía, ese era su crucifixor. Él nunca lograba captar tantos razonamientos distintos. Muchos de ellos requerían que usase sus valores y explicase su ética, y todo eso en sí le obligaba a “razonar analizando sus emociones”, como había explicado un día el profesor de Filosofía.

Claudio ya no sería un problema, ya no tendría que lidiar con esos problemas a los que le sometía su propia mente, lo había decidido hace no mucho, tras recibir su poema de vuelta de Ester. Simplemente no iba a volver al instituto, iba a desaparecer. Esta tarde no volvería a casa. Encontraría algún modo de seguir adelante. Después de todo, bien sabía Claudio que manipular no era ningún trabajo complicado para él. Desaparecería, tal y como hizo su madre. Su padre siempre la describía como una mujer de pocas luces, pero no con mucha o demasiada energía. Ciertamente, si ella lo había logrado, él también podría.

Como ya habréis observado, he retratado al personaje de Claudio de forma exageradamente plana, vacía de emociones y como un chico que divaga de forma constante y casi sin control. Esto es así porque esa fue la primera impresión que yo tuve del personaje y he tratado de recrearlo. Este personaje me frustraba al leer el libro, me parecía que hablaba mucho sin realmente decir nada y eso es lo que he intentado plasmar en mi final alternativo.

Además, he querido profundizar en la relación con su padre, el único familiar que se menciona, si exceptuamos a su madre, la cual se fue. Lo poco que se nos cuenta del padre de Claudio es desde una perspectiva muy mala: Claudio da a entender que su padre no muestra interés por su vida. He jugado con esto para darle un trasfondo a sus acciones en la obra.

Me he tomado la libertad de explicar esos rasgos del personaje, que me llamaron la atención, como una posible enfermedad mental. Esto implicaría que no todo fue su culpa, si no que sus acciones fueron causadas por una falta de ayudas y conocimientos, apoyando así al gran tema de esta obra: la educación, sus restricciones y problemas.

Si por mí hubiera sido, no habría leído esta obra. No creo haberla disfrutado igual que otros de mis compañeros. Sin embargo, sí me parece un libro curioso que me ha sacado de mi zona de confort.


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