lunes, 16 de octubre de 2023

Mohandas Gandhi: Autobiografía. Por José Manuel Burgueño

Gandhi, Mohandas: Autobiografía. Sal Terrae, Santander, 2007. 222 páginas. Edición abreviada por Bharatan Kumarappa. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.

En 1925, cuando Gandhi, con 55 años de edad, escribe su Autobiografía, ya era un personaje célebre en la India y en Sudáfrica, pero aún le quedaban 23 años de una actividad intensa que consagró su figura como una de las más relevantes e inspiradoras del siglo XX, y quizá de la historia universal. Su liderazgo del movimiento nacionalista de la India y de la resistencia civil contra la dominación inglesa no sería más extraordinario que el de cualquier otro disidente independentista, si no fuera por el inquebrantable amor a la verdad y el nunca igualado pacifismo que empapan sus escritos. 

Bharatan Kumarappa presenta una edición abreviada de la autobiografía de Gandhi que logra condensar en alrededor de un tercio de su extensión original, manteniendo no sólo el espíritu, sino también lo fundamental del relato. Su intención era doble: adaptar el texto a un formato manejable y, a la vez, estimular al lector a emprender un estudio más profundo de su figura. La tarea no era fácil, teniendo en cuenta que ya el estilo del propio Gandhi es muy conciso y directo. Lo que esta edición suprime son muchas de las digresiones filosófico-morales del autor, en beneficio de la narración. 

El gran apóstol de la no violencia antepuso siempre la satyagraha (adhesión a la verdad, acción directa constante y no violenta por la verdad) a cualquier otro valor, incluso a la paz («nuestro credo era la devoción a la verdad, y nuestra ocupación era la búsqueda de la verdad»: p. 165), por lo que no extraña el subtítulo utilizado en otras ediciones de la versión completa: Historia de mis experimentos con la verdad. La no violencia (ahimsa, en el sentido positivo: el amor por todos los seres vivos) es el medio hacia el fin, el camino a la verdad: «Si cada una de las páginas de estos capítulos no proclama al lector que el único medio para la realización de la Verdad es la ahimsa, tendré que considerar que todo mi trabajo al escribirlos ha sido en vano» (p. 212). 

De hecho, la anécdota de su gravísima enfermedad, que narra en las últimas páginas del libro, no deja resquicio de duda alguna acerca del lugar que ocupa la verdad en su escala de valores: no sólo por delante de la vida, sino incluso de «la más sutil de las tentaciones: el deseo de servir». A las puertas de la muerte, el médico le ordena tomar leche como único remedio posible para sanar, pero Gandhi había hecho voto de no tomar leche, si bien referido a la de vaca y la de búfala. «No era justo que consumiera leche mientras estuviera convencido de que no es un alimento adecuado para la dieta humana. No obstante, sabiendo todo esto, acepté beber leche de cabra. Mi voluntad de vivir fue más fuerte que mi devoción a la verdad; y, por una vez, el adorador de la verdad comprometió su sagrado ideal por su deseo de retomar la lucha del satyagraha. El recuerdo de lo que hice me atormenta todavía hoy y me llena de remordimiento» (p. 194). 

Los experimentos que va describiendo apuntan, efectivamente, a la verdad, pero por caminos de lo más diversos: experimentos dietéticos, docentes, políticos, religiosos, éticos, médicos... Él mismo los va llamando así a medida que «prueba» fórmulas nuevas para acercarse más a su objetivo final. Se podrá, evidentemente, no estar de acuerdo con sus conclusiones, pero no se le puede negar la honestidad de sus planteamientos. 

Aparte del laconismo del estilo, que margina la descripción (tanto de lugares como de personas), cabría destacar dos claves que llaman enormemente la atención al lector: primero, la honda sinceridad desde la que están escritas estas páginas, en las que no ahorra episodios vergonzantes de su vida que dotan al conjunto del texto de una gran credibilidad. En segundo lugar, la profundidad no buscada, manifestada en la infinidad de posibles «máximas» que surgen de cualquier acontecimiento: «el dominio de las pasiones sutiles es mucho más difícil que la conquista física del mundo por la fuerza de las armas» (p. 213); «la amistad sólo puede ser digna y perdurable entre naturalezas semejantes» (p. 26); «la mujer es una encarnación de la tolerancia» (p. 30); «la moral es la base de las cosas, y la verdad es la sustancia de toda moral» (p. 35); «la verdadera sede del gusto no está en la lengua, sino en la mente» (p. 49); «la verdadera misión de un abogado consiste en reconciliar a las partes enfrentadas» (p. 81); «el sacrificio únicamente es fructífero en la medida en que es puro» (p. 147). 

Sus lúcidas intuiciones son fruto de su experiencia, y así puede sentenciar, por ejemplo, que «es el reformador quien desea ardientemente la reforma, no la sociedad, de la que aquél no debe esperar más que oposición, odio e incluso persecución mortal» (p. 103); «quien trabaja al servicio del pueblo no debe aceptar regalos costosos» (p. 106); «¡qué pesado es el fardo de los pecados y errores que imponen al hombre la riqueza, el poder y el prestigio...!» (p. 111); «cuando el líder se convierte en un servidor, no hay pretendientes rivales al liderazgo» (p. 149); «antes de que una persona pueda ser considerada apta para la práctica de la desobediencia civil, tiene que haber obedecido voluntaria y respetuosamente las leyes del Estado» (p. 202). Sorprende particularmente descubrir en un hindú la pista que movió a Ignacio de Loyola a escribir sus Ejercicios («del mismo modo que la educación física tiene que impartirse por medio de ejercicios físicos, y la intelectual por medio del ejercicio intelectual, así también la formación del espíritu sólo es posible ejercitando el espíritu»; p. 129) y algunas de las reglas prácticas sobre acompañamiento y silencio («un reformador no puede tener amistad íntima con aquel a quien trata de reformar»: p. 26); («el silencio es parte de la disciplina espiritual del seguidor de la verdad»: p. 51); o la clave de la figura de Francisco de Asís («para ver cara a cara al Espíritu de la Verdad universal y omnipresente debe uno ser capaz de amar a la más pequeña de las criaturas como a sí mismo»: p.212). 

No son frecuentes los libros capaces de combinar una lectura fácil y agradable con un mensaje profundo y estimulante. La obra acerca al lector un personaje único, cuyo pensamiento se resume en las dos últimas páginas: la búsqueda permanente de la verdad a través del amor, la autopurificación con el dominio de las pasiones, y la humildad. De hecho, se despide del lector pidiendo que se una a él «en una oración al Dios de la Verdad, para que me conceda la bendición de la ahimsa en el pensamiento, la palabra y la acción». 


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