lunes, 22 de enero de 2024

José Carlos Bermejo y Ana Martínez: Motivación e intervención social. Por Rosario Paniagua

Bermejo, José Carlos y Martínez, Ana: Motivación e intervención social. Cómo trabajar con personas resistentes al cambio. Sal Terrae, Santander, 2006. 150 páginas. Comentario realizado por Rosario Paniagua.

«La falta de motivación es un reto para las habilidades del terapeuta,
 no una falta de la que culpar a los pacientes»
(Miller y Rollnick). 

Todos presentamos resistencias a los cambios; sin embargo, queremos introducirlos en la vida de aquellos a quienes deseamos ayudar. ¿Cómo motivar? ¿Cómo acompañar en los momentos en que las personas están mal y presentan resistencias a los cambios que las ayudarían a estar mejor? ¿Qué nos motiva en el fondo? ¿Qué es lo que hace que el cambio sea duradero y no pasajero? ¿Cómo manejar las situaciones en que las personas a las que queremos ayudar dicen que sí, muestran su conformidad... y luego no son constantes? ¿Cómo manejar los sentimientos de impotencia y desánimo que pueden habitar al agente social? 

Toda una aventura, para la que los agentes sociales deben formarse contando con el mayor nivel de habilidades relacionales para el trabajo de acompañamiento y de motivación para el cambio. Éste es el propósito de la obra. (Tomado de la contraportada del libro). 

El objetivo principal no es propiciar el cambio imponiéndolo, sino convertirse en «compañero de camino» del ayudado, estableciendo una relación de confianza en la que el otro baja la guardia, afronta su verdad, encara sus miedos e inicia un proceso sólido de cambio. Para ello hay que escuchar no tratando de cambiar a nadie y llegar hasta donde el otro quiera. Para poder ayudar hay que saber crear «el vínculo», que es una situación horizontal, pero no simétrica ni amistosa, con el ayudado, ya que es una relación unilateral (se centra en el ayudado), formal (está circunscrita a un tiempo y a un espacio), se limita en el tiempo y se acaba cuando se alcanzan los objetivos. 

Hay que entrar en la persona que tiene un problema y no ir directamente al problema, pues entrando directamente al problema tendremos el peligro de generalizar, perdiendo de vista la manera particular que tiene cada uno de afrontarlo y vivirlo. Para Roger la posibilidad de crear un clima relacional propicio depende más de las actitudes del ayudante que del aparato técnico aprendido; lo que no significa que el uso de la técnica no sea útil, pero tiene primacía la personalidad del ayudante. 

El ayudante tiene que creer, por encima de todo, que el cambio en el otro, aunque sea mínimo, es posible. Para ello se hace imprescindible crear «el vínculo», donde tienen que estar presentes la empatía, la consideración positiva, la autenticidad, saber mirar desde el otro, manejar la paciencia, aceptar la impotencia, saber decir que no y no asumir más responsabilidad de la que se pueda. 

Hay que analizar bien las estrategias para motivar al ayudado, ya que la motivación es inherente a las tareas de un profesional de la ayuda. Para Miller la motivación es la probabilidad de que una persona inicie, confirme y se comprometa con una estrategia de cambio (p. 37). El ayudante ha de situarse en el «momento exacto» en que se encuentra el ayudado –ni antes ni después–, para que haya una armonización entre ambos. 

Es de vital importancia el establecimiento del «contrato terapéutico», que aporta una dirección a seguir y centra las actividades del ayudante y del ayudado en aspectos concretos y que los actores conocen de antemano, contando con que puede aparecer la desmotivación en el ayudante y el ayudado. La «entrevista motivacional» es una herramienta básica, se basa en un modelo centrado en la persona, la terapia cognitiva, la teoría de sistemas y la psicología social de la persuasión. En este tipo de entrevista, que resulta especialmente útil con los que son reticentes al cambio, la responsabilidad recae sobre el ayudado. El «trabajo de grupo» se usa normalmente como metodología de intervención, la figura del animador de grupo es clave, y su tarea consiste básicamente en potenciar las capacidades de los otros y del grupo como tal, nunca buscar protagonismo. 

Las habilidades de los agentes sociales para motivar constituyen la pieza clave en la intervención social con personas resistentes al cambio, y una de las más importantes es «la calidad de la comunicación» que llegue a establecerse entre las personas. Para finalizar, los autores ofrecen un amplio elenco de habilidades que pueden ayudar en gran manera a la intervención, como son: la reformulación del problema, la interpretación, la personalización, la confrontación, la persuasión..., todas ellas ilustradas con abundantes ejemplos y casos prácticos.


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