viernes, 12 de enero de 2024

José Carlos Bermejo y Mari Patxi Ayerra: Regálame más corazón. Por Rosario Paniagua Fernández

Bermejo, José Carlos y Ayerra, Mari Patxi: Regálame más corazón. PPC, Madrid, 2006. 124 páginas. Ilustraciones de Carmen Corrales. Comentario realizado por Rosario Paniagua Fernández.

«El libro habla del corazón y de las manos. Más en concreto, del corazón puesto en las manos. Mari Patxi y José Carlos, desde diferentes perspectivas y con estilos complementarios, exponen las múltiples maneras de mirar desde el corazón el trabajo, las relaciones, la vida. Y nos enseñan el modo de hacerlo» (tomado de la contraportada del libro). 

La obra está dividida en dos partes: «El corazón que ve», de José Carlos Bermejo, y «El corazón que trasciende», de Mary Patxi Ayerra. 

De la primera parte consideramos las principales propuestas que nos hace el autor. Cuando hablamos del corazón, nos referimos a una dimensión más allá de la física: estamos aludiendo a realidades que tienen que ver con la vida, con el amor. Camilo de Lellis pedía a sus compañeros más corazón en las manos. Desde ahí está escrito el libro, que tiene la intención de humanizar las relaciones haciéndolas más eficaces, más en sintonía con la condición humana. 

El autor nos habla de la esperanza, la cual empuja más allá del tiempo, donde se abre un bien supremo logrado en la eternidad. En la enfermedad, la actitud esperanzadora contribuye a que el bien pueda hacerse con más facilidad; el cuerpo responde a los deseos, y éstos son un poderoso motor. Ofrecer esperanza es dar a la persona un espacio donde echar el ancla de la barca, un corazón donde residir, un hombro en el que apoyarse...; por eso es tan importante la escucha; cuando la persona se siente escuchada, mejora y percibe que su soledad puede ser compartida, aliviada. 

Humanizar es femenino: las mujeres son las actrices principales del acompañamiento de personas en los procesos dolorosos; a ellas les corresponde en gran medida llevar a cabo la tarea de la humanización, y se dejan interpelar por las necesidades del otro poniendo en marcha los recursos propios y los recursos del necesitado. A más vulnerabilidad, más presente está la mujer, que sabe cuidar como si se tratase de una madre con su único hijo enfermo. 

El contacto físico, el abrazo, puede ser una medicina en el sufrimiento; la caricia física –tocar la piel del enfermo, enjugar las lágrimas...– diluye los miedos y restaura el equilibrio. La caricia alcanza la piel física, la piel emocional y la piel espiritual del que sufre. La ternura es reclamada por la vulnerabilidad propia y ajena; necesitamos de los otros para ser, para vivir, para sanar. Resucitar cada día es conseguir que triunfe la vida y el amor sobre cualquier forma de muerte y límite humano. Es entonces cuando se experimenta la resurrección. Se nace de nuevo cuando ha habido una herida, y al cerrarse ésta, se crece; se resucita cuando nace el sol, cuando una persona empuja a otra para que supere la dificultad. Se es instrumento de resurrección cuando se instaura una postura erguida allí donde había abatimiento, y comunión allí donde había soledad. 

En la segunda parte, Mary Patxi Ayerra apuesta decididamente por que se ponga más corazón en las relaciones humanas habituales, que se armonicen los ambientes, que se facilite la vida cotidiana entre los que están cerca. Es vital la necesidad de sentirse querido, tocado, pensado, esperado por alguien; la calidad de nuestra vida es la calidad de nuestras relaciones. Es vital sentir la calidez de quien camina a nuestro lado. La autora propone que, tras cuidar a los otros, hay que descansar en Dios, auto-cuidarse, tener tiempo para uno mismo, reposar y poner toda nuestra vida y nuestra tarea en manos de Dios. Es urgente comprometerse, lanzarse a mejorar nuestra historia, construir una sociedad más fraterna, más justa, más cálida. Ha llegado el momento de cambiar el corazón, vivir la justicia, romper con las desigualdades, tomar conciencia de todo lo que no tienen otros...; hay que plantar cara, contestar, protestar ante la guerra y unirnos a otros. 

No podemos guardar los sentimientos, lo que se siente por los demás; hay que celebrar la vida juntos. Insiste en el silencio, lo que hace posible la expresión del otro sobre quién es, cómo se vive a sí mismo, cuáles son sus sueños; el silencio permite escuchar nuestro interior: si no incorporamos silencio, perderemos mucho de nuestra vida y de la de los demás. Hemos nacido para la comunicación, para el encuentro, para compartir. El hablar sana, genera confianza, pero la intimidad sólo puede darse en las relaciones de igualdad y cuando se crea un clima de compañía. 

Dios tiene el sueño de que nos queramos. Además, el estar atento al otro nos libera de cerrazones y egoísmos; la sabiduría de la vida hace que se viva en paz gozando de lo que se tiene sin desasosiego. La sabiduría de la vida radica en saber dar, adivinar al otro sin que hable, compartir lo que se tiene, y que los otros vivan lo mejor posible. Mientras no nos demos a los demás, no seremos felices y libres.

Termina esta segunda parte con los 10 mandamientos de los cuidadores según Camilo de Lellis con ilustraciones de las Melli. Destacar, por último, las ilustraciones de Carmen Corrales, que le otorgan un aire muy fresco y pedagógico al conjunto.


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