viernes, 26 de enero de 2024

Daniel Izuzquiza: Enraizados en Jesucristo. Por Cipriano Díaz Marcos

Izuzquiza, Daniel: Enraizados en Jesucristo. Ensayo de eclesiología radical. Sal Terrae, Santander, 2008. 320 páginas. Comentario realizado por Cipriano Díaz Marcos.

Razones por las que recomiendo la lectura de este libro:
 
Primera razón. Porque Enraizados... nos acerca cuatro corrientes de pensamiento radical, de las que apenas se sabe nada en nuestro entorno, y a los autores anglosajones que las representan. Toda la primera parte es una síntesis clara y rigurosa (a juzgar por la amplia bibliografía manejada) de estas corrientes estudiadas por el autor, fruto de sus trabajos académicos en Estados Unidos y su contacto con corrientes radicales como el Catholic Worker. Los estudiosos de la teología y las comunidades cristianas tendrán aquí la oportunidad de asomarse a unas escuelas que buscan establecer las bases para la reflexión sobre Dios y la Iglesia en sociedades plurales. Abriendo y cerrando esta primera sección del libro se nos ofrecen, también de forma crítica, otras dos corrientes de teología más conocidas entre nosotros y que Daniel Izuzquiza no duda en calificar asimismo de radicales: la teología de la liberación y la teología política de J.B. Metz. Seis corrientes, pues, que reflexionan, desde diferentes puntos de partida, sobre el método y los lenguajes en teología, la mediación de las ciencias sociales y el discurso sobre Dios, las narraciones martiriales y la solidaridad con los pobres. De las cuatro escuelas anglosajonas, tres proceden de la tradición protestante y tienen como patrones a John Milbank (ortodoxia radical), George Lindbeck (tradición radical) y John H. Yoder (la reforma radical de la tradición anabaptista); la cuarta no es tanto una propuesta teológica cuanto un análisis en esa clave de los escritos y la obra de la activista social católica Dorothy Day y su Catholic Worker

Este libro es, pues, una oportunidad para el acercamiento a esas corrientes y el diálogo con ellas, para la complementación e incluso para la confrontación de ideas, como ya ocurrió poco antes de que este ensayo viera la luz (Revista de Fomento Social 235 y 236 [julio-septiembre 2004 y octubre-diciembre 2004]). Además, este conocimiento nos ayudará después a entender la propuesta que el autor hace de una eclesiología radical enraizada en Jesucristo como «alternativa al sistema dominante de nuestro mundo» (p. 167).

Y ésa es la segunda razón: conocer su Ensayo de eclesiología radical, que se propone en cuatro apartados como una teología del Cuerpo de Cristo. Una imagen que, de entrada, el autor rastrea en la Escritura, la Tradición y el Magisterio social de la Iglesia, para descubrir cómo la comunidad cristiana (este Cuerpo) ha sido espacio alternativo al imperio romano y la cultura helenista, y quiere serlo también del capitalismo globalizado del siglo XXI. La idea básica es que los lazos de comunión radical hacia dentro del Cuerpo generan comunión social hacia fuera, del mismo modo que la vida enraizada en Cristo y la celebración eucarística de la comunidad, lejos de diluirse en el intimismo y el aislamiento, son condición de posibilidad para la transformación de la realidad, porque son dinamismos que abarcan la vida personal y eclesial y se proyectan sobre el mundo. Por eso se reflexiona, en segundo lugar, sobre los siete sacramentos como prácticas alternativas que expresan y alimentan la nueva realidad del Cuerpo ante el orden establecido, para dar paso después a la vertiente mística de esta eclesiología a través de la biografía de cuatro personajes que han vivido la radicalidad de la alternativa (la santidad) enraizados en Jesucristo e invitan a la comunidad cristiana de todo tiempo a hundir sus raíces en ese suelo. Ellos son la Madre Teresa de Calcuta («el cuerpo roto de Cristo en la vida de los más pobres»), Carlos de Foucauld (el cuerpo despojado, humilde y pobre de Cristo, hecho silencio total), Pierre Teilhard de Chardin (las dimensiones totales del Cristo cósmico) y, finalmente, monseñor Óscar Romero (el cuerpo transfigurado de Cristo, camino de la Pascua): cuatro biografías en cuatro continentes para perfilar la geografía del Cuerpo universal. «Cuatro invitaciones a desplegar en nuestras vidas la radicalidad del Cuerpo de Cristo» (p. 260). Desde aquí es desde donde se sugiere una «contra-política radical», que es el cuarto y último de los capítulos, también descrito como «vías para encarnar convicciones»: el Cuerpo de Cristo como fragilidad, que se encarna en prácticas alternativas («virtudes») como la no violencia; la «cabeza y pies» del Cuerpo como participación efectiva en la vida civil; la actividad «respiratoria» del organismo corporal como reflejo de los aspectos económicos que hacen que la circulación universal de los bienes impida el ahogo del cuerpo social; y, finalmente, los «miembros» del cuerpo estiran la metáfora para expresar los aspectos culturales que dicen relación a la potenciación de lo participativo, la articulación de la comunión, la subsidiariedad, etcétera. Es decir, el mundo de la vida desde una «cosmovisión cristiana» determinada por la no violencia y desplegada en un ethos político, económico y cultural que ofrece multitud de estrategias y concreciones. 

El libro acaba con un apéndice espiritual ante «El Cristo de las raíces», de Miquel Barceló, para afirmar la insoslayable experiencia mística del cristiano, su enraizamiento en Jesucristo y la necesidad de alimentarse de este Cuerpo para seguir produciendo radicales consecuencias en todos los órdenes de la realidad. 

Varias razones más: porque hay un aliento de renovación teológica en las páginas de esta propuesta, al combinar reflexión con aspectos místicos y políticos; al cruzar el enfoque sistemático (la Iglesia como Cuerpo de Cristo) con la vida y las obras de autores cristianos del siglo XX. 

Porque es una propuesta de teología práctica que busca articular comunidades radicales, enraizadas en Jesucristo y en la vida de los pobres, como una alternativa al sistema dominante desde la vida de muchos testigos que en cualquier rincón del mundo ensayan esta novedad. 

Porque el autor bucea en la realidad y descubre multitud de estrategias y concreciones que han ido encarnando el Cuerpo de Cristo en estilos de vida no violentos, generando prácticas económicas, culturales y políticas en la vida social. 

Porque estas páginas invitan al diálogo sabiendo que «la categoría central –el Cuerpo de Cristo– levanta serias sospechas en numerosos pensadores» católicos (p. 261). También nosotros nos preguntamos, por ejemplo, por qué recurrir al concepto de Cuerpo de Cristo cuando el Vaticano II escogió mejor otras categorías incluso para distanciarse de esta metáfora paulina, usada tradicionalmente para referirse a la Iglesia entera como una y diversa, pero que fija quizá demasiado la eclesiología en la vida interna del grupo eclesial (¿no es todo un síntoma el enorme peso de la liturgia en este sistema?). Por eso preguntamos: ¿No es la vinculación de unos con otros y la inclusión de todos en la misma dignidad (jerarquía, laicos, religiosos) lo que propicia el término más oportuno de «pueblo de Dios»? ¿Qué añade de más la categoría «Cuerpo de Cristo» para definir a la comunidad cristiana en el mundo que no esté recogida en la categoría conciliar de «Iglesia sacramento» (testimonio y compromiso)? ¿Se distancia esta eclesiología de la del último concilio? ¿La integra? Es cierto que las «comunidades radicales» buscan armonizarse en esa misma eclesiología, pero parecen presentarse no con ese aspecto germinal (sacramental), sino como alternativas a la realidad global, y esto provoca en no pocos católicos la sospecha de una cierta nostalgia de cristiandad. Una sospecha no del todo despejada al seguir insistiendo tan radicalmente en la identidad cristiana y en la prioridad de la perspectiva religiosa sobre la visión de la realidad. Es verdad que se trata de una eclesiología radical que muestra sus frutos en las prácticas que genera, en sus implicaciones públicas y en su relevancia social, porque pretende, en último término, «abrir vías para encarnar convicciones» (p. 262); pero el asunto no es si se pueden hacer (de hecho, existen), sino si son universalizables como alternativas al sistema, etcétera. 

Un libro para el debate es siempre un libro oportuno. 

Un texto, en fin, donde se multiplican las referencias para iluminar el intento y su aplicación práctica. Un libro alentador, porque Enraizados... nos habla de algo oportuno: la necesidad de estar como cristianos en la vida pública, desde la crítica profética que denuncia el sistema como inhumano y desde la propuesta que busca ser alternativa, también profética.


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