viernes, 23 de febrero de 2024

Santiago Madrigal: Eclesialidad, reforma y misión. Por Diego Molina

Madrigal, Santiago: Eclesialidad, reforma y misión. El legado teológico de Ignacio de Loyola, Pedro Fabro y Francisco de Javier. San Pablo-UPCo, Madrid, 2008. 334 páginas. Comentario realizado por Diego Molina.

La celebración de los aniversarios ignacianos entre los años 2005 y 2006 sirve de oportunidad a este libro que quiere presentar el legado teológico del fundador de la Compañía y de dos de sus primeros compañeros (Pedro Fabro y Javier). 

Con un estilo claro y ameno, al que ya nos tiene acostumbrados el autor, el libro se estructura en cinco partes: las tres centrales corresponden a los tres personajes estudiados, mientras la primera es una presentación histórica de los comienzos de la Compañía o, mejor, de las dificultades con que los jesuitas se encontraron en sus inicios (concentradas en la crítica realizada por el dominico Melchor Cano), y la última es una apertura al futuro, a partir de conectar las «dimensiones de la vida en el Espíritu y de la misión en la Iglesia en el corazón de la inspiración trinitaria del carisma ignaciano» (22). De estas cinco partes, sólo la cuarta, dedicada a Francisco Javier, es una primicia, ya que las otras cuatro han sido publicadas con anterioridad, si bien es verdad que todas están reelaboradas para dar unidad al conjunto. 

Santiago Madrigal es teólogo y, como él mismo señala, se sitúa ante estos autores desde esa perspectiva. Quiere descubrir el legado teológico de estos tres primeros compañeros del grupo inicial de la Compañía para acomodarlo creativamente al tiempo actual. Esta pretensión se enfrenta desde el comienzo con dificultades claras: ninguno de los autores estudiados se dedicó a la teología ni escribió un tratado teológico, por lo que este intento supone enfrentarse a un conjunto de fuentes diversas, de las que hay que destilar lo que pueda ayudar para entender cuál es su visión teológica. 

El hilo conductor elegido por el autor en el caso de Ignacio es «la pasión ignaciana por lo eclesial» (60), tal como aparece especialmente en sus Ejercicios Espirituales y en las «Reglas para sentir con la Iglesia» que cierran este libro. En mi opinión, la elección realizada por Madrigal es muy acertada, no sólo por lo necesario que es para el tiempo actual, sino, sobre todo, porque es un punto central de la teología de Ignacio, que posibilita al mismo tiempo profundizar en otros aspectos fundamentales (cómo se produce la experiencia inmediata de Dios; qué relación hay entre la fe y la Iglesia; etc.). Fabro es presentado como el peregrino, tanto a nivel interior como exterior, que supo desarrollar un «ecumenismo espiritual» ante la reforma protestante. Y Javier, como el primer misionero y, por lo tanto, como el primer eslabón de una cadena de diálogo entre los jesuitas y las religiones no cristianas. Madrigal subraya en estos dos últimos la apropiación personal de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, por lo que la continuidad entre los tres autores presentados se hace más patente. 

Este libro nos ofrece páginas esclarecidas en las que sucintamente se presenta «lo más teológico» de los tres autores: en especial, la lectura eclesiológica del libro de los Ejercicios (73-100), los principios teológicos de un ecumenismo espiritual (196-206) y la reflexión acerca de los presupuestos del método misionero de Javier (286-294). El último capítulo, que sirve de conclusión a todo el libro, describe la eclesiología de misión que subyace a la aventura de los jesuitas. Esta eclesiología no aparece en las reflexiones eclesiológicas propiamente dichas de los primeros jesuitas (algo comprensible, ya que en el siglo XVI el tema de la misión y de las misiones no era objeto de los tratados sobre la Iglesia), pero sí se puede rastrear a partir de las experiencias fundacionales de Ignacio y a través de la praxis de los primeros compañeros.

Un acierto de la obra que presentamos es el intento de «actualizar» a los autores estudiados, estableciendo puentes entre su problemática y la nuestra, entre sus reflexiones y sus puntos de vista a nivel teológico y los temas que hoy se están debatiendo en el mundo teológico. Este intento siempre tiene el peligro de sobreinterpretar a aquellos a los que se estudia. A mi entender, el profesor Madrigal soslaya esta dificultad, acotando bien lo que se puede concluir de las fuentes que tenemos y lo que es ya interpretación (cf. la reflexión acerca de la idea de Iglesia jerárquica en Ignacio: pp. 95-99; o la ponderada presentación de las ideas de Javier sobre la salvación de los infieles: pp. 291-298). Queda algún punto, en este tema de la actualización de los autores estudiados, que habríamos deseado fuese más profundizado, en concreto cómo surge de la analogía entre la Compañía de Jesús y la Iglesia primitiva una eclesiología de comunión (p. 327). 

El libro de Santiago Madrigal, en fin, se lee con gusto y provecho y es un digno colofón a los libros que se han publicado para conmemorar los centenarios ignacianos. 


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