lunes, 5 de febrero de 2024

Luis González-Carvajal: Los cristianos en un Estado laico. Por Mª Ángeles Gómez-Limón

González-Carvajal Santabárbara: Los cristianos en un Estado laico. PPC, Madrid, 2008. 160 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.

Sabemos que no es necesario, pero recordamos que Luis González-Carvajal nació en Madrid, donde, acabada la carrera de Ingeniero Superior de Minas, ingresó en el Seminario de la diócesis, ordenándose sacerdote en 1974. Es Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue coadjutor primero, y párroco después, de sendas parroquias de Madrid. También ha sido Secretario General de Cáritas Española. Desde 1982, aunque trabaja pastoralmente en una parroquia, se dedica de forma prioritaria a la teología; concretamente a los temas de «Iglesia y sociedad». Es Profesor propio de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas y Director del Departamento de Teología Moral. Sus publicaciones son numerosas, así como su cualificada presencia en jornadas, congresos y cursos diversos sobre los temas en los que es una auténtica autoridad. Destacamos el eco alcanzado por obras como Ésta es nuestra Fe. Teología para Universitarios (20ª edición), convertido ya en un clásico; Entre la utopía y la realidad. Curso de moral social (1998); ¡Noticias de Dios! (1999); Los cristianos del siglo XXI. Interrogantes y retos pastorales ante el tercer milenio (2001); Cristianismo y secularización. Cómo vivir la fe en una sociedad secularizada (2003); Ideas y creencias del hombre actual (2005); En defensa de los humillados y ofendidos. Los derechos humanos ante la fe cristiana (2005); etc. 

Dos afirmaciones, complementarias entre sí, creemos que preparan y sitúan, a la vez, la reflexión con que ahora nos obsequia el autor. La primera de ellas, de otra de sus publicaciones, señala que «salta a la vista que la circunstancia en la que debemos vivir hoy la fe es una situación de increencia» (AA.VV., La fe, PPC, Madrid, 2005); la segunda, verdadera línea de fondo del volumen que presentamos, nos invita a «situarnos como cristianos en un Estado que irremediable –y tal vez afortunadamente– es y será laico». 

A la luz de lo indicado más arriba, comprendemos mejor cuáles son las preocupaciones y el tenor del análisis de González-Carvajal. El contenido de la obra se desarrolla en cinco capítulos, que veremos a continuación. El primer capítulo, El Estado entre el laicismo y la laicidad, clarifica la situación actual realizando, por una parte, una apretada síntesis de la evolución de las relaciones Iglesia-Estado desde una situación de clericalismo hasta la actual, en la que distingue situaciones diversas que se describen con términos como laicismo y laicidad

A continuación, el autor aborda el tema de La legislación en un Estado laico, tema complejo, por cuanto afecta a la fundamentación de las leyes en un Estado que, como se ha visto, no pretende estar regulado por la moral católica. El análisis realizado considera tres posibles respuestas: el positivismo jurídico (el caso en que se afirma que «es la autoridad, no la verdad, quien hace la ley»: p. 38), la ley natural («el gran peligro del derecho natural ha sido confundir las manifestaciones culturales con las exigencias de la naturaleza humana»: p. 42) y la ética civil, o ética de mínimos. Mientras las dos primeras resultan hoy poco convincentes, el autor defiende que sólo la humilde propuesta de una ética civil compartida por todos ofrece una salida adecuada (p. 44). 

El capítulo tercero, Presencia pública de los cristianos, se hace eco y ofrece propuestas ante un debate aún vivo entre un «cristianismo de mediación» como «levadura en la masa» y un «cristianismo de presencia», que opta por las plataformas públicas y las obras propias, según la formulación que, ya en 1985, hiciera B. Forte. Tras un análisis minucioso de cada opción, el estilo de la mediación se perfila como el más adecuado en una sociedad como la nuestra, invitándose a los cristianos («La cofradía de los ausentes»: p. 63) a abrirse a un nuevo tipo de presencia –desde el espíritu de laicidad definido al comienzo y sin pretensiones restauracionistas– en campos como el voluntariado, la cultura, la comunicación social, el sindicalismo y la política. 

Los anteriores planteamientos se concretan en el apartado que sigue, Plataformas para la presencia pública, donde el autor, tras realizar un interesante planteamiento del tema (p. 100), describe cómo entender la invitación a ser «fermento», así como los pros y contras de disponer de espacios propios «eclesiales». Ventajas serían la posibilidad de ofrecer un testimonio colectivo, disponer de mayor libertad de acción y proteger la identidad cristiana en un ambiente hostil. Los peligros a tener en cuenta serían el fomentar el aislacionismo cultural y el convertir los conflictos civiles en conflictos religiosos.

Estado laico y financiación de la Iglesia es el desarrollo final –y quizá necesario– a una obra de estas características. Dos preguntas articulan su contenido: ¿Para qué necesita dinero la Iglesia? y ¿De dónde procede el dinero de la Iglesia? La conclusión explicita que, «suprimido el complemento estatal a partir del ejercicio de 2008 –tema de rabiosa actualidad, por tanto–, el mantenimiento de la Iglesia española depende exclusivamente de los católicos y de quienes valoran la labor de la Iglesia (...). Hemos mejorado mucho, sin duda, pero las cosas irían mejor todavía si algún día la Iglesia pudiera mantenerse únicamente de las donaciones espontáneas». 

En síntesis, nos encontramos ante una obra no sólo valiosa, sino incluso necesaria. González-Carvajal reflexiona con su estilo tan característico (ameno, riguroso, argumenta do, conciso...) sobre uno de los grandes desafíos que tiene planteados el cristianismo de nuestro tiempo. Lúcido en sus análisis y valiente en sus conclusiones –tanto en las explícitas como más, si cabe, en las implícitas–, llega a confesar que «me temo que no gustará [este libro] ni a propios ni a extraños, aunque por motivos diferentes» (p. 11). Agradecemos encarecidamente esta aportación, que dice una palabra autorizada en un momento en que la crispación en la vida sociopolítica nos obliga a todos a una reflexión serena sobre cómo contribuir a consolidar los principios de una adecuada convivencia en una sociedad que es, indefectiblemente, laica y plural.


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