miércoles, 31 de julio de 2024

Dalai Lama: Escritos esenciales. Por José Manuel Burgueño

Dalai Lama: Escritos esenciales. Sal Terrae, Santander, 2009. 192 páginas. Introducción y edición de Thomas A. Forsthoefel. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.

Igual que Gandhi es, al menos para Occidente, la figura más representativa del hinduismo, en el budismo quien encarna ese papel es el Dalai Lama, líder espiritual del Tíbet. En los cincuenta años que lleva exiliado en la India, Tenzin Gyatso, decimo cuarto Dalai (palabra que en mongol significa «gran océano»), considerado por sus prosélitos la reencarnación del bodhisattva Avalokitesvara, ha sabido preservar fuera de su tierra (en el norte de la India, Nepal, Bután y Sikkim) la cultura, la tradición y las creencias tibetanas –gravemente amenazadas en el Tíbet tras la invasión china–, asumiendo públicamente ideales democráticos, pacifistas y de diálogo. 

Thomas A. Forsthoefel, director del Departamento de Religión en el Mercyhurst College de Pennsylvania y experto en budismo, busca con este libro que seamos «“atacados súbitamente” por las personas santas que hay en nuestra vida» (p. 8), como en otra obra suya, Soulsong, explica qué ocurre tras encuentros de ese tipo. Y para ello ha estudiado y desmenuzado más de una veintena de títulos del Dalai Lama, con el fin de presentar de forma accesible y concentrada, pero muy completa, sus enseñanzas esenciales sobre los temas espirituales clave: la sabiduría, la compasión (la moral), la meditación y las religiones. Éstos son los cuatro grandes capítulos en que se han agrupado los textos, a los que antecede una necesaria y atinada introducción de Forsthoefel al budismo y al propio personaje que ocupa casi una cuarta parte del libro. 

Los monjes (lamas) del Monasterio Amarillo –que interpretan una serie de señales para reconocer la reencarnación del Dalai Lama– identificaron como tal al actual cuando aún era muy niño, al poco de morir su antecesor, Thupten Gyatso. Y apenas tenía veinte años cuando la intrusión de la vecina China le forzó a salir de su país. Desde entonces, y pese a haber sido invitado a regresar en 1982 por Deng Xiao Ping, ha preferido mantenerse en el exilio, viajando sin parar, escribiendo y dando testimonio sobre la pérdida de la soberanía de su nación en múltiples foros internacionales, siempre «oponiéndose al uso de la violencia y propiciando soluciones basadas en la tolerancia y el respeto mutuo, con el objetivo de preservar la herencia histórica y cultural de su pueblo», según rezaba la declaración del Comité del Parlamento noruego que le concedió el premio Nobel de la Paz en 1989. 

No hay duda de que la popularidad de la espiritualidad budista en el mundo occidental es en buena medida deudora de la actividad incesante y el prestigio universal del Dalai Lama, que se ha convertido en uno de los maestros espirituales de nuestro tiempo. Su pensamiento, condensado en esta obra, tiene el tono, la forma y el fondo que conecta con los valores perdidos en el mundo desarrollado que muchos buscan en las espiritualidades orientales: «Nunca podremos obtener paz en el mundo si descuidamos el mundo interior y no estamos en paz con nosotros mismos» (p. 53); «creo firmemente que la naturaleza básica del ser humano está predispuesta hacia la compasión y el afecto» (p. 54); «la bondad es esencial para la paz de la mente» (p. 89); «la compasión reduce el horror que nos produce nuestro dolor y aumenta nuestra fuerza interior» (p.94); «la causa principal de una vida feliz está dentro de uno mismo» (p.123)... 

Resulta estimulante hallar algunos pensamientos particularmente lúcidos, como que «ser consciente de una sola debilidad de uno mismo es más útil que ser consciente de mil debilidades de otra persona» (p. 111); o su definición de «disciplina»: «sacrificar los intereses a corto plazo en beneficio de los del largo plazo cuando ambos están en contradicción» (p. 111), así como una encendida defensa de la no violencia (p. 106) y de la paz interior vital: «no hay absolutamente ningún beneficio en preocuparse» (p. 117); «si algo tiene solución, no hay que preocuparse; y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?» (p. 109); pero sin que ello suponga apatía o insensibilidad (p. 116). 

Incardinados en la doctrina del Dalai Lama y entre los principios básicos del budismo, encontramos elementos muy específicos, como la explicación de la reencarnación infinita (p. 169) o el control de la mente como base de la religión («tú eres el creador de tu propio placer y tu propio dolor»: p. 124), pero también muchos otros que firmaría cualquier cristiano, como la consideración de los demás como más importantes que nosotros (p. 150), el amor al enemigo (p. 143) o la necesidad de amar a los demás como signo de la fe en Dios (p. 161), por no mencionar el conjunto de la moral budista de la compasión.

En este sentido, el propio libro es una buena aportación a ese diálogo entre religiones y culturas que el Dalai Lama preconiza (se declara admirador de la Madre Teresa y de Martin Luther King (p. 159) y es firme partidario de encuentros ecuménicos como el de Asís en 1986 (p. 163), habiendo peregrinado a Lourdes, Jerusalén y otros santuarios hindúes, islámicos, jainistas y sijs). Aun cuando no deja de haber zonas del budismo muy difíciles de penetrar para nuestra mentalidad occidental, las profundas conexiones de fondo con el cristianismo que aquí se revelan y la cercanía y brillantez con que se exponen estas doctrinas –en textos bien seleccionados– hacen de esta obra un instrumento útil para allanar este camino.



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