viernes, 8 de noviembre de 2024

Margaret Scott: La eucaristía y la justicia social. Por Ronny Alessio

Scott, Margaret: La eucaristía y la justicia social. Sal Terrae, Santander, 2010. 216 páginas. Comentario realizado por Ronny Alessio.

No hay duda sobre el hecho de que la Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11) y que, por eso, la Eucaristía hace y transforma la Iglesia. La pregunta que puede y debería nacer a la hora de vivir el misterio eucarístico es: ¿ofrece la Eucaristía un paradigma para compartir los bienes de la tierra y construir comunidad? ¿Pueden nuestras celebraciones eucarísticas desbordarse de pasión por la justicia? (cf. pp. 12-13). Pues estas preguntas y otras parecidas sobre la relación entre sacramentos y justicia traspasan la historia de la Iglesia, como es el caso, por ejemplo, de san Juan Crisóstomo en las homilías al evangelio de San Mateo donde la Eucaristía siempre reenvía la atención al más necesitado; así que Eucaristía y caritas nunca se separaban. En esta importante tradición se coloca, con gran mérito, Margaret Scott con su libro «La eucaristía y la justicia social» editado por Sal Terrae. La esclava del Sagrado Corazón de Jesús une en este libro dos de sus pasiones: una, la Eucaristía según el carisma de su Instituto, y la otra, la justicia social. Es un libro, pues, de carácter autobiográfico capaz de restituir una vida eclesial en la liturgia que se expande hacia el mundo social, y un mundo social que está en el corazón de la vida eclesial y en particular en la liturgia. El puente que une y permite este intercambio es la Eucaristía. Así la autora puede intentar unas conexiones muy prácticas entre Dios y los pobres, la fe y la justicia, el cuerpo de Cristo en la Eucaristía y el cuerpo de Cristo en los pobres. Por ello divide su libro en siete capítulos, más la conclusión y la introducción. En estos siete capítulos desarrolla las siguientes ideas: el rito introductorio como esencialmente global e inclusivo y que se opone a las estrategias de exclusión; el rito penitencial, capaz de instaurar un vínculo estrecho entre el perdón y la justicia en la búsqueda de la paz; la liturgia de la Palabra, que expresa la acción entre las lecturas de la Escritura y las injusticias sociales de nuestro tiempo; la presentación de ofrendas, que abarca las grandes cuestiones sociales contemporáneas en torno a los recursos de la tierra y las necesidades humanas básicas; el corazón de la plegaria eucarística, que hace presente la memoria viva de la persona de Jesucristo, entregado por amor hasta el extremo; las palabras «esto es mi cuerpo», que ponen a cada creyente delante de Cristo que se ofrece por toda la humanidad en un acto definitivo de solidaridad, liberación y reconciliación; «Haced esto en conmemoración mía», palabras que nos restituyen la realidad como don, pues todos son de Dios, en todos el Espíritu de Dios está presente y llama a cada cristiano a la entrega gratuita a los demás. 

A lo largo del libro, la autora es capaz de articular tres polos: su experiencia entre los más marginados, los eventos históricos de las últimas décadas que afectan a la vida social del planeta y la vida sacramental de la Iglesia. No quiere escribir un libro de fundamentación teológica, pero tampoco tiende a una argumentación desencarnada de la realidad o en antítesis con la doctrina eclesial; más bien, es hábil en destacar cómo la Eucaristía es indivisible de la búsqueda de la justicia, y en particular de la justicia social. Es un libro que recuerda las palabras del Papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica «Sacramentum Caritatis»: «No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán» (SC 89). 

Este libro tiene un carácter exhortativo, que quiere despertar tanto en los creyentes como en los no creyentes, en los que viven la Eucaristía como hecho aislado del mundo, como en aquellos que viven el mundo social como una realidad olvidada de la Iglesia (¡llegando a «creer» que sea una realidad olvidada por Dios!). Es un libro que testimonia, ante todo, una tensión inevitable: la tensión que está en la fe de los creyentes que creen y testimonian que la Eucaristía los alimenta y está destinada al mundo entero; que viven la Eucaristía como verdad que tiene algo que decir sobre el impacto que la globalización económica tiene con respecto a los más pobres, sintiendo que la Eucaristía proporciona una base teológica para la justicia social. Es la tensión que tendría que animar cada asamblea eucarística capaz de desbordar de pasión por la justicia y los pobres (cf. 214). Vivir esta tensión es el testimonio que llega al lector de «La Eucaristía y la justicia social», que es así invitado a hacerlo posible, a hacerlo realidad. 



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