Merino, José Antonio: Francisco de Asís y la ecología. PPC, Madrid, 2008. 156 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.
José Antonio Merino, franciscano, ha sido profesor de filosofía moderna en la Universidad Autónoma de Madrid y en el Pontificio Ateneo Antoniano de Roma, del que también ha sido rector y decano de su Facultad de Filosofía. Ha impartido clases y conferencias en diversas universidades y centros de estudio de Italia, España, Iberoamérica, Estados Unidos, Rusia y Japón. Entre sus numerosos libros destacan: Humanismo existencial en M. Merleau Ponty (Madrid, 1980), Humanismo franciscano (Madrid, 1982), Ciencia, filosofía y existencia (Madrid, 1987), Filósofos entre la seguridad y la intemperie (Cali-Murcia, 1999), Historia de la filosofía medieval (Madrid, 2001), Don Quijote y san Francisco: dos locos necesarios (Madrid, 2005), Francisco de Asís y tú (Madrid 2007), etc.
El autor, coordinador de la colección «Francisco de Asís, hoy», editada por PPC, nos ofrece en esta ocasión una reflexión sobre un tema de gran actualidad y de honda significación en la espiritualidad franciscana. En la Introducción, Merino presenta los grandes trazos en los que va a desarrollar su exposición: «Este volumen se propone ofrecer no solo el comportamiento vivido de Francisco de Asís con la naturaleza y su especial trato con todos los seres que hay en ella, sino también su continuidad en los maestros de su familia» (p. 8). De esta manera, estructura su aportación al tema en tres apartados. El primero de ellos, San Francisco y la naturaleza, constata y analiza, desde una perspectiva plagada de resonancias filosóficas, cuál es la visión genuinamente franciscana de la creación. A través de epígrafes breves, describe el «ser y estar en el mundo» de Francisco, contextualiza la composición y sentido del conocido «Cántico al hermano sol», introduce al lector en lo que denomina la «simpatía cósmica de san Francisco» (pp. 43ss) y concluye este bloque con unas notas históricas sobre el proceso que concluyó con la proclamación de nuestro santo como patrono de la ecología. El segundo apartado, La herencia ecológica de san Francisco, recoge en pinceladas, pues el estilo de la presente publicación no pretende tratamientos pormenorizados, el pensamiento que sobre la naturaleza y temas afines puede descubrirse en autores como san Buenaventura, Juan Duns Escoto, Roger Bacon y Guillermo de Ockham. Finalmente, el tercer apartado, más breve, Ecología actual y mensaje franciscano, tras constatar la ambigüedad de ciertos planteamientos ecológicos y el preocupante deterioro de la naturaleza y proponer una visión de la ecología como «horizonte abierto» (la ecología ha logrado crear una conciencia ecológica que rebasa el marco de lo puramente científico para presentarse como una filosofía de la vida: p. 139), presenta un sugerente decálogo para «habitar pacíficamente el mundo» (pp. 145ss) desde una perspectiva cristiana y franciscana. La obra se cierra, como no podía ser menos, con el texto del conocido «Cántico al hermano sol» (Altísimo, omnipotente, buen Señor...).
Nos encontramos ante una obra que, si bien se presenta bajo el prisma de «lo franciscano», dada la temática que presenta, el modo de abordarla y las sugerencias que plantea, no responde meramente a una cuestión de «espiritualidad», sino que se nos propone –y así resulta como un tema casi de «supervivencia» y, por tanto, de interés general y de necesaria toma de conciencia universal. La brevedad con que se abordan cuestiones decisivas no obsta para que nos encontremos ante una «pequeña gran obra» que, centrándose en la aportación franciscana a la ecología, la sobrepasa para constituirse en una reflexión sobre un tema de interés común. El cariz filosófico con que se enfocan los temas, dando seriedad y rigor a su tratamiento, se mantiene fuera de todo academicismo, lo que refleja la intención del autor (y de la serie en la que el volumen se inscribe) de dialogar con un público que, siendo amplio, parta de ciertos conocimientos previos tanto acerca de Francisco como sensibilizado con la cuestión del medio ambiente. Y, como «lo cortés no quita lo valiente», la ética se acompaña, discretamente, de la estética: el tono del discurso es claro; la expresión, grata; el desarrollo del pensamiento, con ocasionales matices poéticos y hasta lúdicos. La «mirada franciscana» a la realidad –personas, historia, cosas–, sobre la que nuestro autor hace hincapié en fidelidad a la persona misma de Francisco, es una mirada que hace transparente la identidad última de todo lo que es: ser, en y desde el Creador, hermanos todos –y todo– en Jesucristo. Aquí radica la fuerza y la fuente de la experiencia franciscana de la naturaleza.
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