Corominas, Jordi; Vicens, Joan Albert: Conversaciones sobre Xavier Zubiri. PPC, Madrid, 2008. 264 páginas. Comentario realizado por María Arinero.
Es preciso hablar de sensaciones. Más que los contenidos –que no son pocos–, uno de los aspectos más relevantes de este libro es que supone una llamada de atención a la estética intelectual. Se presenta a X. Zubiri, su persona, pensamiento, vida y obras, a través de relaciones humanas e intelectuales. El resultado es doble: se puede conocer al filósofo vasco, pero también a los muchos autores que tuvieron una relación vital con él.
El libro tiene tres partes diferenciadas. En la primera, J. Corominas y J.A. Vicens, doctores en Filosofía, presentan a Zubiri recogiendo e hilando datos vitales y de su pensamiento. Ésta es una biografía ordinaria, puesto que en la segunda parte, la más extensa, y a través de entrevistas con otros pensadores y filósofos, el lector puede elaborar una nueva biografía, extraordinaria, con más datos, cálidos y subjetivos.
La tercera parte es un doble epílogo; el primero, de los autores que reiteran la importancia de Zubiri en la Filosofía; el segundo, de A. González, uno de los principales comentaristas y editores del filósofo donostiarra.
Las conversaciones recogen el testimonio de distintas personas contemporáneas de Zubiri. Todos le han sobrevivido y, en su mayoría, han sido discípulos suyos. Indudablemente, resultan tan interesantes los datos que se aportan del filósofo, como conocer a los que no son el objetivo de este libro. Realmente, podría decirse que el protagonista ni siquiera es Zubiri, sino que lo es más el saber o la Filosofía en su más puro sentido etimológico. Los datos que se desprenden de estas conversaciones son preguntas filosóficas eternas en las que se aprecia el placer por esta tarea.
Entre los autores entrevistados en este libro están M. Mindán, que fue alumno de Zubiri durante dos años en Madrid y que destaca la metodología del maestro: no enseñaba la Historia de la Filosofía por partes ni en conjunto, sino por temas. Él mismo coincide con otros, como J. Marías y A. del Campo, en que sus clases no eran fáciles de seguir, porque tenía una marcada obsesión por satisfacer a los científicos y usaba abundantes neologismos. Relatan que él conocía la dificultad de sus discípulos para recoger el contenido de sus clases y para tomar notas. Pero no parecía importarle y, a pesar de las peticiones que recibía de enseñar más despacio, él nunca evitaba esta tendencia.
R. Pannikar destaca su interés por salvar la Filosofía dentro de la fe cristiana, y en su entrevista se hace referencia a las «conversaciones de Gredos», foro de fe y cultura que tuvo gran influencia en los pensadores cristianos seglares de 1951 a 1968. En él se aludía frecuentemente a Zubiri como bocanada de aire fresco para el catolicismo.
Por otro lado, J. Montserrat señala que, a pesar del controvertido ambiente político de la época, Zubiri nunca quiso significarse políticamente. Ni ante el nacionalismo vasco ni ante la política franquista. Según Montserrat, no quería herir a nadie. Se sabía apoyado por algunos franquistas y, a la vez, admirado por muchos que se oponían al régimen.
También recoge C. Halffter, compositor y director de orquesta español, que su vida era la Teología y la Filosofía. Zubiri no escatimaba esfuerzos en explicar algo si la persona mostraba interés. Era el ámbito en el que se mostraba más cómodo y en el que parecía vibrar. Cuando se encontraba en una conversación que no le interesaba, se sumergía en sus pensamientos. Si alguien le preguntaba por alguna cuestión filosófica o de fe, parecía revivir, volver a su mundo.
Pero no todas las entrevistas que recoge este libro se han realizado con personajes vivos. Resulta curiosa, pero no menos necesaria, la inclusión de una «conversación» con Ignacio Ellacuría, jesuita asesinado en la UCA de El Salvador en 1989. Ésta se realiza a través de L. Atxaerandio, que fue su viceprovincial. A él le había relatado muchos de los encuentros con Zubiri. Ellacuría había insistido en conocerle, tras quedar fascinado por su pensamiento a través de K. Rahner y M. Heidegger. Es más, su interés, era realizar su tesis doctoral sobre su pensamiento. Esta pretensión tuvo no pocos obstáculos, pues no se entendía que se pudiera realizar una tesis sobre el pensamiento de una persona todavía viva. Finalmente, se llevó a término, y el propio filósofo fue el director de esta tesis. L. Atxaerandio califica su relación intelectual como «un matrimonio intelectual perfecto»: a Ellacuría le había llamado la atención la cuestión de la religación cuando leía «Naturaleza, hombre y Dios». Y sabía que Zubiri era un valor vasco. Por su parte, Zubiri captó la brillantez de Ellacuría: no sólo sabía griego, sino que lo dominaba, y su expresión oral y, fundamentalmente, escrita era notable. Intuyó en él una enorme capacidad para recoger y reproducir su pensamiento, tan oscuro para la mayoría. Vio en él a un discípulo y un amigo. Para él, Ellacuría fue, enseguida, un «brillante joven jesuita».
No se puede dejar de apuntar que la experiencia de cada autor es sumamente rica y aporta abundantes datos subjetivos. Realmente, son más importantes las respuestas de cada entrevistado que las preguntas de los entrevistadores: claramente resaltan su experiencia vital e intelectual. Son muy importantes las anécdotas que se recogen, que resaltan la humanidad de Zubiri. Se cuenta que fue el director de la tesis doctoral de J. Marías (¡y se la suspendieron!); la profunda amistad con E. Imaz, que se prolongó en su hijo, Víctor; su cuidado y preocupación por sus amigos (A. del Campo relata su acogida cuando llegó a Madrid desde Uruguay); la influencia sobre la vocación de P. Laín Entralgo, que le llevó a desplazarse a Madrid desde Valencia para estudiar con él y con Ortega; ciertas curiosidades en sus clases; su colaboración en la revista «Escorial» (donde se pretendía aunar todo lo que en España había de bueno). Pero, sobre todo, se percibe en todos ellos la admiración por el autor, al que prácticamente siempre se le considera maestro.
Tras esta lectura, sólo queda ir a la fuente principal. Porque «Conversaciones sobre Xavier Zubiri» huele a libro. Y a biblioteca. Quizá por la enorme cantidad de obras que se manejan (las de Zubiri, las de los entrevistados, las de los clásicos citados). También rezuma historia vivida e interpretada. No en vano, la visión que aporta cada una de las conversaciones está marcada por la huella profunda que dejó Zubiri en sus coetáneos, pero también por la situación política y social que se vivió en España durante los años previos a la República, la Guerra Civil y la España franquista. Es una invitación a seguir filosofando, a abrirse al saber, entre la frontera de lo ya pensado y lo que resulta aventurado.
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