Martini, Carlo Maria: Las alas de la libertad. El hombre que busca y la decisión de creer. Sal Terrae, Santander, 2010. 110 páginas. Comentario realizado por Enrique Sanz Giménez-Rico.
No es fácil dar Ejercicios Espirituales siguiendo el método de San Ignacio de Loyola con la Carta a los Romanos, pues –así lo señala Carlo Maria Martini– meditar con dicho texto es como entrar con un avión en esas nubes, en esas turbulencias que todo piloto desea evitar (p. 21). Sin embargo, la real dificultad expresada parece quedar sobradamente superada cuando se lee este libro del siempre querido y admirado jesuita y cardenal Martini, que, además de breve, es rico en referencias sapienciales y en explicaciones sobre la Carta a los Romanos.
Porque, primer elemento destacable de «Las alas de la libertad», a lo largo de muchas páginas (21-22, 35-37, 56-71, 78, 82, 86, 89, 103 109), el Cardenal Martini ofrece, con gran calidad y con un lenguaje comprensible y divulgativo, una síntesis de los puntos principales de la Carta a los Romanos, especialmente de los capítulos 1-3, 5, 8-12, 14.
Además de acercar al lector a la obra quizá más importante de san Pablo, el autor del libro ofrece puntos para orar y meditar, entre otros, sobre el sentido de la relación con Dios y su pertenencia a Él, el pecado, el Reino de Dios, la oración, tan centrales en el libro de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Aspecto este de valor, el segundo que señalamos, presente en los seis capítulos de que consta el libro (pp. 28-29, 35-43, 51 54, 101-102).
Alas y libertad, palabras tomadas del título del libro, pueden sintetizar las ricas y pedagógicas enseñanzas sapienciales que este ofrece, núcleo del tercer aspecto que de él destacamos. El Cardenal Martini, que se presenta como «persona anciana y cercana a la meta de su vida en la Iglesia» (p. 12), rezuma y destila una enorme libertad a la hora de hablar sobre la ética cristiana, la Iglesia, los obispos y sacerdotes, los jóvenes; tanta, que permite pensar que, incluso en los límites de la enfermedad y de la vejez, la profunda experiencia de Dios puede dar alas de libertad a quien quizá ya no tiene fuerzas para levantar el vuelo en la vida diaria. Es cierto, en todos los capítulos del libro podemos encontrar agudas, sensatas, variadas y actuales instrucciones. Por ejemplo, que la ética cristiana nunca ordena o manda, sino que exhorta e invita a cosas altísimas con dulzura y delicadeza (p. 87). Otro ejemplo, relacionado con el anterior, que la Iglesia no es temerosa ni precisa para poner límites, pero sí lo es para tender la mano a los que están fuera de los límites (p. 33). De interés son igualmente las menciones a la gran vanidad existente en la Iglesia, con especial tendencia al boato (pp. 61-62), a la dificultad que muestran muchos párrocos y obispos para retirarse a tiempo (p. 42), al daño que puede causar entre los cristianos y en las diócesis la calumnia, tan presente en las cartas anónimas que recibe su obispo (p. 45), a la necesidad de que, por el bien del rebaño, los pastores se cuiden a sí mismos (no ciertamente de manera egoísta) y de que, al contrario de lo que con frecuencia ocurre, expresen afecto, cariño y humanidad. Un último ejemplo: no conviene condenar sin posibilidad de apelación ciertos comportamientos de los jóvenes (p. 46), así como tampoco proponer una doctrina perversa que «exagera las exigencias de la santidad, impone actos de ascesis y devoción absurdos sobre las espaldas de la gente sencilla... y restricciones absurdas» (pp. 65-66).
El Cardenal Martini, tan respetado igualmente entre los judíos, no podía dejar de expresar en este excelente libro su respeto por los judíos (porque aman a Dios con todo el corazón) y referirse al valor que tiene el conocer la interpretación del judaísmo sobre Jesús (pp. 79-80).
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