Torralba, Francesc: La lógica del don. Ediciones Khaf, Madrid, 2012. 166 páginas. Comentario realizado por Rosario Paniagua Fernández.
«Estamos llamados a dar lo que somos, a revelar lo que llevamos dentro al mundo y a los otros». «Somos don y estamos hechos para el don. Solo en este movimiento de exteriorización radica la felicidad. Comprender la propia existencia desde la lógica del don significa percatarse de que el fin esencial de vivir consiste en dar lo que uno es, pues solo de ese modo se enriquece la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo. Para ello resulta indispensable indagar lo que uno es, cuáles son sus dones y sus capacidades».
Francesc Torralba es profesor de la Universidad Ramon Llull de Barcelona y forma parte de varios comités de ética. Actualmente es director de la cátedra «Ethos» de ética aplicada en dicha Universidad; su pensamiento se orienta hacia la antropología filosófica y la ética, tal como exponen sus numerosas obras escritas.
La lógica del don se refiere a una forma de concebir la realidad y al modo de afrontar el reto de existir; incluye, pues, una ontología y una ética. El autor presenta una ética vital que consiste en vivir de acuerdo con la lógica del don. Corresponde a la filosofía decir lo que es el ser, y también le corresponde proponer un modo de existencia, una ética, una orientación en el ejercicio de existir. Estamos hechos para el don, estamos llamados a dar lo que somos, estamos llamados a ser para los otros; el ser es la fuente de todo don, y vivir conforme al ser es darse. El autor afirma que solo en el movimiento de exteriorización radica la felicidad, es libre la persona que puede donar lo que tiene dentro, es libre quien puede expresar su riqueza interior; todo ello contribuye a mejorar el mundo que le rodea; se trata de vaciarse para darse.
Concebir la realidad como don significa comprenderla como algo que nos ha sido dado, que está ahí, que no ha sido creado por la mente. Ante el don recibido se pueden dar muchas posturas: adorarlo, contemplarlo, venerarlo; pero también se puede actuar sobre él, cultivarlo, transformarlo, desarrollarlo. Solo se puede dar lo que se está llamado a dar, comprendiendo lo que somos y conociendo los propios talentos. Para practicar el don hay que superar barreras de distinta magnitud, pero sabiendo que la más importante y el verdadero obstáculo del don es el ego.
El libro se ordena en dos partes. En la primera se explora el don: existir es un don. Pero hay que considerar también el don del otro, pues no existimos solos; el otro está ahí, se expresa, se manifiesta desde su singularidad. Esta concepción de vivir al otro como don introduce un modo de relación basada en el respeto, la atención, el cuidado, la benevolencia...
Hay dones bellos que la vida regala y que nosotros disfrutamos, y dones amargos que, a pesar del dolor, hay que acogerlos, porque, con independencia de nuestro afrontamiento, no se van, permanecen ahí.
En la segunda parte se abordan distintas expresiones del don. Este se presenta de múltiples modos en la vida: a veces está oculto tras un velo, y hay que ser capaz de rasgarlo para ver la totalidad de la situación y percibir la realidad con una mirada más penetrante, más contemplativa del todo.
El autor propone, más allá de la razón interesada, otra abierta al don, donde se ofrece lo mejor de uno mismo por encima de la razón utilitaria y favorable en lo personal. Señala cómo el don deja rastro (se visualiza); el don ayuda a perdonar libres de resentimiento y de rencor; el don ayuda a educar, que consiste en dar de lo aprendido.
En esta segunda parte del libro se aborda también el don de cuidar: el ser subsiste por los cuidados y las atenciones de otros que lo protegen de la intemperie. Se aborda el principio de gratuidad, afirmando que el ser humano está hecho para dar, para darse, y es capaz de actos libres, gratuitos, liberado de la lógica del cálculo. Praxis que no está libre de obstáculos que provienen del propio ego.
En el epílogo señala que la práctica del don y el ejercicio de la bondad están en el horizonte de lo humano, aunque no se pueda alcanzar en plenitud. En determinadas figuras de la historia podemos vislumbrar la bondad, la pureza, que se convierten en hitos de referencia con los que nos vivimos distantes, por no alcanzar la plenitud. Ahí radica la vida ética como aquella vivencia en el ser humano de no sentirse nunca suficientemente bueno. Esto genera un dinamismo que busca la perfección.
La bondad es la cualidad intangible de un ser humano que da a los otros lo mejor de sí mismo, que se vierte generosamente para comunicar sus dones. La entrega es la perfecta expresión de la bondad sin límites, máxime cuando esa entrega no obedece a un fin interesado ni busca el reconocimiento de los otros.
En síntesis, el amor produce un éxodo de la ética autocéntrica a la ética de la gratuidad, el olvido de sí para darse al otro, ocupando un segundo plano. Pero ese olvido no es producto de la amnesia; es consecuencia de un duro trabajo ascético que no es vivido como pena o sacrificio, sino como un acto de liberación que conduce a desasirse del ego. La donación supone un descentramiento que conduce a la total liberación.
Libro fresco, sugerente, bien pensado y bien escrito, que abre caminos de donación liberadora, tratando de romper las barreras grises y sórdidas del egoísmo, el egocentrismo, el horizonte recortado que nada aporta para el bien ser y el bien vivir propio y de los demás. Muy recomendable para leerlo, y más aún para vivirlo.
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