miércoles, 8 de octubre de 2025

Dolores Aleixandre, Juan Martín Velasco y José Antonio Pagola: Fijos los ojos en Jesús. Por José Luis Pinilla Martín

Aleixandre, Dolores; Martín Velasco, Juan; y Pagola, José Antonio: Fijos los ojos en Jesús. PPC, Madrid, 2012. 200 páginas. Comentario realizado por José Luis Pinilla Martín.

He leído y gozado este libro en el Triduo Pascual, cuando la mirada se clava en el Crucificado y se ciega con la luz del Resucitado, y he reflexionado con sus preguntas. Me ayudó para orar y celebrar. Resonaban de manera especial algunos capítulos como «Creer cristianamente», «Un pasaje entre Olivos» o «Escándalo y Locura de la Cruz», de Martín Velasco, Dolores Aleixandre y José Antonio Pagola, respectivamente, tres grandes tenores de nuestra teología actual que buscan, como nosotros, y nos ayudan a caminar por estos lares y en estos tiempos.

Lo he hecho dejándome también inundar la mirada por los gestos (y en algunos casos por las palabras) del Papa Francisco que me resonaron muchas veces en algunos párrafos y capítulos. Por ejemplo, el gesto de lavar los pies a los menores penados de la Casa del Marmo de Roma era el «marcapáginas» de varios epígrafes: «Dios revelado bajo la forma de debilidad» (pp. 44-45), «Los últimos han de ser los primeros» (pp. 165-167). O la sorpresa ante el gesto de pedir la bendición al Pueblo del Dios antes de impartir la suya podría ser la primera provocación para «Construir la Iglesia de Jesús» (pp. 175-178), que Pagola describe con las muchas preguntas que nos lanza y las pocas afirmaciones, pero fundamentales: «Una Iglesia que salga al encuentro de los perdidos».

Esta es una lectura entre tantas de este magnífico libro que cuestiona creativamente nuestro modo de creer y de mirar. Que para eso creo yo que es el Año de la fe, en el que se enmarca la intención del libro y de PPC, su editorial. Tomar clara conciencia de la crisis de fe, de la crisis religiosa y de la crisis de Dios que nos afecta a todos. Incluso a muchos practicantes-ateos de nuestros días. Para tornarla en ilusión y esperanza. Como la que está suponiendo la nueva etapa eclesial que ahora vivimos expectantes tras el ejemplar gesto de renuncia de Benedicto XVI.

Así lo hace Martín Velasco, que empieza bajo «el presupuesto» de no dar por supuesta nuestra fe y que continúa con el deseo de purificarla de aquellos estorbos que nos impiden descubrir su limpia desnudez: falsas imágenes de Dios, adhesión a las verdades sin consecuencias para la vida, credos teóricos que acumulan formulaciones sin la verdad de la coherencia y el contraste, etc. Para luchar contra ellos: confianza incondicional en el Dios-centro de la existencia, humanización de la fe, salir al encuentro de Aquel que descentra, relación interpersonal con el Dios amigo con quien dialogo y, por supuesto, Jesucristo, el Dios de los vulnerables, de quien conozco sus relatos y de quien hablo eclesialmente, iniciador y consumador de nuestra fe, que se hace actualidad practicando la caridad.

En la lectura de sus capítulos –que ciertamente no son para leer de corrido– se descubre la esencia de la fe en el amor creciente de Dios que te posee y te posee y a quien se le entrega todo y todo..., como le sucede a San Juan de la Cruz, a quien el autor bien conoce. El ejemplo de creyentes como Pablo de Tarso nos facilita el comprender «visiblemente» la fe antes formulada en párrafos densos y ricos. Si ya los textos rumiados te hacen poner en juego toda tu atención, las preguntas finales a cada capítulo parece que «piden nuevos textos»: los que puedan tener por autor al propio lector.

Dolores Aleixandre nos invita a pasear con Cristo a través de pasajes que son texto y contexto para descubrirlo en nuestra vida y en la de la Comunidad de creyentes en el Resucitado. Él nos precede y «sustituye a la luna» de cualquiera de nuestras noches, como tan literaria y casi poéticamente nos enseña Dolores en el último de sus Pasajes para la fe: «Galilea, Luna nueva». A este último pasaje le preceden otros diecinueve ejemplos de «teología narrativa», suelo nutricio del que tan enamorada se siente esta ejemplar religiosa. Porque, como dijo la misma Dolores en la presentación del libro en Comillas, «a Jesús, contar historias le salía de locura, y me parece que hay que seguir apostando por atraer a la gente hacia Dios con el método de Jesús: contando historias».

El lector ha de esforzarse por personalizar lo leído y, si llega el caso, compartirlo. Así nos descubriremos no solo con los ojos fijos en Jesús, sino también en nosotros mismos, con nuestros gozos y dolores y abriéndonos imprescindiblemente a la vida de los otros.

Precisamente, el repliegue de la Iglesia hacia sí misma es lo que Pagola termina denunciando –con justicia y verdad–, porque el riesgo mayor (¿tentación?) a que estamos expuestos los cristianos es olvidar el Reino y su justicia y quedarnos solo mirándonos nuestro ombligo.

En estos momentos tenemos que seguir aprovechándonos de la cristología de Pagola, que se desvela de nuevo en estos capítulos desde lo que ha sido y es su deseo teológico y apostólico más profundo y reiterado: contactar con la persona de Cristo, a partir de su vida concreta, para empatizar con Él, para interiorizarlo personal y comunitariamente; para seguirle, en suma. Oír su llamada es fundamental, pues se trata más bien de creer en Alguien que de creer en algo. El capítulo «Seguir a Jesús, el Cristo» (pp. 170-175) nos parece central: «seguir a Jesús es la opción primera que debe hacer un cristiano [...] Poder vivir dando un contenido concreto a nuestra fe, pues seguir a Jesús es creer lo que Él creyó, defender la causa que Él defendió, mirar a las personas como las miraba Él». Propuesta clara y sencilla que, dentro del objetivo central del libro, devuelve a la fe su exacto objetivo: Cristo. Para ello es imprescindible el encuentro personal con Él. Ello nos hará olvidar la fe como ideología, nos hará recuperar la doctrina en su exacto sentido, que va más allá de una mera aceptación de principios, o nos centrará la «práctica religiosa», que, más allá de determinadas obligaciones, siempre deberá estar iluminada por el discernimiento adecuado y contextualizado para seguir a Aquel que se definió a sí mismo como Camino que empuja a la creatividad y a la renovación de la fe.

En un mundo y una Iglesia que han abierto los ojos ilusionados a los gestos de un Papa que habla por ellos, sería un tremendo error que para traducir sus gestos en hechos cotidianos no recuperáramos la centralidad de Cristo y que esta no sustituyera a otras centralidades secundarias en la Iglesia. De eso es de lo que se trata.

Los tres autores de esta obra reivindican la necesidad de una mística del encuentro personal con Cristo arropados por la comunidad cristiana. Una mística necesaria y una exigencia incuestionable hoy en día. Hacerlo ayudado por los tres testigos-autores de esta obra nos ayudará a traspasar «los umbrales de la fe», a ir más allá, fijando nuestros ojos en Jesús.


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