Metz, Johann Baptist: Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista. Sal Terrae, Santander, 2007. 271 páginas. Traducción de José Manuel Lozano Gotor. Comentario realizado por Juan Antonio Irazabal.
Ningún mito o doctrina puede ya devolver a la humanidad la inocencia perdida. Desde entonces, Dios o es un tema que concierne directamente a la humanidad entera o no interesa en absoluto (K. Rahner).
El corazón de la fe cristiana —«padeció bajo el poder de Poncio Pilato»— nos remite a la Historia, al recuerdo de una historia en la que Jesús de Nazaret compartió la suerte de muchos «crucificados». Los cristianos hemos olvidado con frecuencia esta dimensión, al mismo tiempo histórica y universal, de nuestra experiencia y de nuestra fe. Uno de los más trágicos y recientes olvidos fue el que resume un nombre: Auschwitz.
Para el autor, alemán, ya no es posible hacer teología sin recordar este trágico nombre: «En Auschwitz —dice— murió el cristianismo», un cristianismo convertido en teología abstracta y que prestaba más atención a la noción de pecado que al sufrimiento de los hombres. Porque la memoria del Gólgota de Jerusalén y de los otros gólgotas (sobre todo los más recientes) es constitutiva de la fe cristiana. Desde los tiempos bíblicos, la memoria es el «órganon» (facultad esencial) para conocer y vivir la religión, la relación con Dios. La facultad que nos permitirá conocer el conjunto de la realidad y de la historia si se aplica de manera universal. Se pregunta el teólogo alemán si este recuerdo ha transformado nuestra manera de ser cristianos. La respuesta a esta pregunta es, por lo menos, muy problemática ante los cientos de millones de personas que cada año mueren de hambre bajo la masiva amnesia (olvido) de las sociedades que controlan la actual marcha de la historia.
Sin embargo el olvido no afecta a los miembros de la comunidad a la que pertenecían las víctimas. Dicho de otra manera, nuestra memoria es, en general, selectiva. Más aún: en nombre de «nuestras» víctimas, somos capaces de destruir la convivencia o de crear nuevas víctimas, a las que aplicamos el mismo olvido que padecen las «nuestras». De ahí que la memoria genuina, la que se eleva al nivel de universalidad y a la raíz de nuestros males sea aquella que recuerda el sufrimiento ajeno. A imitación de Dios, que, desde su infinita felicidad y poder, se compadece del sufrimiento humano. «Señor, ¿cuándo te vimos sufriendo…? Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo» (Mateo 25, 31-46).
Según el autor, Nietzsche sería el principal responsable de la «cultura del olvido» en la que está actualmente instalado el mundo occidental, y en el que «el prototipo de la felicidad sería la amnesia del vencedor; y el inmisericorde olvido de las víctimas, su conditio sine qua non». Este filósofo alemán de finales del siglo XIX fue quien «decretó» el olvido del sufrimiento, del pasado, del tiempo limitado, y, como consecuencia, del yo mismo, puesto que no hay yo sin memoria de sí mismo. “Felices los olvidadizos», fue una de sus máximas, en intencionada contraposición con el «felices los que lloran» del Evangelio y como método infalible para tranquilizar la propia conciencia. Ésta vendría a ser, en expresión de K. Galbraith, «la pequeña moral» de los satisfechos. Ahora bien, frente a la racionalidad puramente técnica o económica, no hay hombre posible sin memoria de sí mismo (en la que está inevitablemente comprendida la humanidad entera). De lo contrario, «el ser humano se diluye de manera creciente en los sistemas inhumanos de la economía y la técnica (…) en una sociedad mundial en la que la política cede progresivamente su primacía a la economía y sus leyes del mercado» (pág. 175).
Frente a la actual deriva, Metz postula que la razón sea guiada por el recuerdo, no sólo el recuerdo del sufrimiento propio («raíz de todos los conflictos»), sino, sobre todo, el recuerdo del sufrimiento de los otros, la memoria passionis. Como dijo Adorno, «la necesidad de dejar que el sufrimiento hable con elocuencia es condición de toda verdad».
Desde el punto de vista formal, la presente obra es una reelaboración de escritos anteriores del mismo autor. Lo cual le resta unidad, cosa que muestra ya la presencia de tres excursus, y está en la raíz de muchas repeticiones y de no pocos temas que sólo quedan planteados, sin recibir el necesario desarrollo (por ejemplo, el tema del sufrimiento de Dios). Sin embargo el núcleo del problema teológico aquí presentado es insoslayable y merecedor de toda nuestra atención, sobre todo en el actual contexto político y cultural.
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