miércoles, 27 de junio de 2018

Raúl González Fabre: Ética y economía. Por Fernando de la Iglesia Viguiristi

González Fabre, Raúl: Ética y economía. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2005. 306 páginas. Comentario realizado por Fernando de la Iglesia Viguiristi.

Este título de la colección de «ética profesional», además de responder a la temática habitual, presenta una serie de reflexiones muy bien concatenadas, y libros sumamente valiosas alrededor de lo que constituye su tesis central: «la Economía sigue siendo una ciencia moral, como en los tiempos de Adam Smith y John Stuart Mill, y ello en contra de la pretensión de considerarla como una mera ciencia social que estudia el comportamiento humano al hallarse ante medios escasos que tienen usos alternativos cara a la consecución de sus fines, según la concepción de Robbins, que hace de la economía una ciencia libre de valores.

Centrándose en la teoría microeconómica convencional, pone de relieve su armazón lógico: los agentes son átomos que se enfrentan a alternativas entre bienes elegibles con unos esquemas de preferencias dadas y maximizan su utilidad desde sus restricciones presupuestarias, dotados de relevantes poderes cognitivos. Desde aquí se levanta el edificio del equilibrio general. En él no se modela el altruismo, pero con gran elegancia formal, matemática, se traza, en realidad, una figura moral, la del Hombre Económico, sin la cual no es posible resolver las ecuaciones y deducir los teoremas que constituyen la culminación teórica de la economía neoclásica.

Llegado a este punto se pregunta si es defendible este Hombre Económico. Estudia su génesis, y pone de relieve cómo el modelo tradicional de la moral cristiana, un hombre justo siempre sujeto de la vida moral, fue suplantado por la propuesta que se inició con Maquiavelo, prosiguió Mandeville, continuó el utilitarismo y culminó con la concepción smithiana en la que la consecución del propio interés es la motivación natural en la economía que, además, promueve el interés público sin saberlo.

Apoyándose en Amartya Sen, quien distingue dos aspectos en los objetivos de las personas, su propio provecho personal y todo el conjunto de cambios que el agente desea en su situación personal, el autor postula que el Hombre Económico no es el único paradigma posible de decisión. Cabe pensar también al agente económico como Hombre Ético. Remata el tema con un desarrollo que culmina con la referencia al teorema de la posibilidad de Arrow, por señalar éste los propios límites de la racionalidad neoclásica cuando se trata de elecciones sociales. Éste lleva a conclusiones desoladoras respecto a la viabilidad de una elección colectiva racional en democracia, ya que niega la posibilidad de una regla de voto no dictatorial que asegure la racionalidad en la elección.

El hecho de que una de las funciones fundamentales de las instituciones políticas respecto al mercado consista en garantizar los derechos de propiedad lleva a exponer pertinentes consideraciones sobre la concepción católica, liberal y marxista de tal derecho. Esto introduce toda la temática sobre la justicia.

Partiendo de que la concepción neoclásica carece de este concepto, Raúl González Fabre elabora su alternativa. Ésta debe incluir: la igualdad de oportunidades en el período de constitución de la persona; una genuina libertad para el logro posterior de sus objetivos; y una obligación a favor de garantizar la igualdad de oportunidades de partida a las nuevas generaciones.

Desde aquí culmina su presentación de la problemática referida a la pobreza, la exclusión y la desigualdad. No se olvida de aludir con precisa concisión a aspectos como la globalización, el lugar de la mujer en la sociedad, la ecología, la competencia, los derechos de propiedad intelectual, la publicidad y el comercio justo.

Estamos ante un libro que no sólo merece ser leído sino que debe ser estudiado por todos aquellos que, al hilo de sus estudios de economía, se hayan hecho preguntas sobre la consistencia ética de los supuestos de la microeconomía convencional. El autor sabe de qué habla. Por eso, se echan de menos en él la ampliación de determinados capítulos, que si bien tienen un desarrollo suficiente, podrían ampliarse. De forma especial, podría ser de interés una presentación más detallada de las tareas del economista desde el punto de vista moral. Lo cual no empaña, en absoluto, el juicio que merece este libro: se trata de una obra excelente, un libro de obligada lectura reflexiva.

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