miércoles, 9 de enero de 2019

María Belmonte: Los senderos del mar. Por Fátima Uribarri

Belmonte, María: Los senderos del mar. Un viaje a pie. Acantilado, Barcelona, 2017. 248 págs. Comentario realizado por Fátima Uribarri (periodista; email: fauribarri@gmail.com).

Asombro y alegría

Hay un género literario –nature writting lo llaman los anglosajones– que combina el libro de viajes, el ensayo divulgativo y la autobiografía y que está ganando lectores en los últimos años. Los títulos de libros de nature writting aparecen en las librerías españolas casi cada semana desde hace un par de años. Incluso hay una editorial, Errata naturae, especializada en la materia. Los autores recorren parajes, normalmente preciosos, observan lo que les rodea y transmiten a los lectores sus emociones y sus conocimientos sobre casi todo: los árboles, las formaciones rocosas, el mar, los vientos… Practican este tipo de narraciones, entre otros, Robert Moor, con su obra En los senderos, o el prestigioso Robert MacFarlane, autor de Las montañas de la mente o Naturaleza virgen.

No se centran tanto en la naturaleza, pero también combinan el ensayo, las curiosidades históricas y diversos campos de la ciencia las obras de Bill Bryson, autor, entre otros, de los maravillosos libros Una breve historia de casi todo y En casa: una breve historia de la vida privada. Textos bien escritos, información interesante, abundante, exacta y comprensible y unos paisajes atractivos hacen que la lectura de estos libros sea una experiencia deliciosa. Añadiría a la lista de amenos ensayos divulgativos, aunque no tengan tanta presencia de la naturaleza, el gozoso ensayo de Edmund de Waal La liebre con ojos de ámbar, que es un recorrido exquisito y detallado por la Historia a través de los objetos, y El país donde florece el limonero. La historia de Italia y sus cítricos, obra de Helen Atlee, traducida en la edición española, de la editorial Acantilado, por María Belmonte.

María Belmonte, traductora, viajera, filohelénica, mujer de vasta cultura e infinita curiosidad es devota seguidora del nature writting y admiradora de Robert MacFarlane. En 2015 publicó Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia (Acantilado), nueve semblanzas de extranjeros ilustres que se enamoraron de Italia y Grecia, que vivieron y crearon bajo la luz del Mediterráneo a la sombra de olivos milenarios, estatuas, templos y capiteles. Las reediciones se sucedieron, algo poco habitual en un libro de no ficción protagonizado, además, por intelectuales viajeros como Johann Winckelmann, Axel Munthe, Henry Miller, Patrick Leigh Fermor o Lawrence Durrell. Dos años después, también Acantilado sacó lo último de María Belmonte, Los senderos del mar. Un viaje a pie. Si Peregrinos de la belleza es un brindis por el Mediterráneo, este es una celebración del Cantábrico. Son los dos mares de la autora, bilbaína de nacimiento y residente en Barcelona. Ambos libros comparten mucho: el amor por la Historia, la cultura, la naturaleza, el senderismo, y la presencia de la escritora en la narración. María Belmonte forma parte de sus libros. Sobre todo, en Los senderos del mar. Durante su recorrido por la costa cantábrica –desde Bayona, en Francia, hasta Cobarón, en Vizcaya, en la frontera con Cantabria– la escritora andarina cuenta sus experiencias personales, recuerda vivencias de la infancia, narra sus sensaciones, contagia sus emociones y disecciona, con un estilo muy claro y divulgativo, lo que observan sus ojos. Sus caminatas (dan ganas de calzarse unas botas y echarse al monte) se enriquecen con todo tipo de anécdotas, detalles y datos. Cuando se aproxima al impresionante castillo de Abbadia, que se asoma desde la costa francesa y es perfectamente visible desde la playa de Fuenterrabía, María relata las peripecias de su dueño, sus exploraciones en Etiopía y la historia de la construcción de esa mansión tan espectacular. 

Lo mejor de los libros de Belmonte son los descubrimientos que realiza para los profanos. Este castillo perteneció al explorador, astrónomo y lingüista Antoine d’Abbadie d’Arrats, todo un personaje que dominaba 14 idiomas, entre ellos el gaélico, euskera, latín, amhárico y árabe... El castillo se puede visitar. María Belmonte nos recomienda sobre todo “la biblioteca en la que Abbadie llegó a reunir más de diez mil volúmenes y el observatorio astronómico, en el que persiguió el sueño, nunca alcanzado, de catalogar la posición de más de cinco mil estrellas”. Cuando camina bordeando acantilados esculpidos por el viento y las olas, la autora aporta interesante información geológica: el senderismo permite un viaje pausado y atento. Habla bastante María Belmonte de las curiosas formas de la naturaleza: “Está impregnada de geometría y presenta formas simétricas a todas las escalas, en todos los niveles de organización, desde la más diminuta molécula hasta un colosal cúmulo de galaxias”, cuenta. Los senderos del mar recorre parajes extraordinarios como los acantilados de Mendata, sembrados de cuevas, y hacen que el paseante se maraville con los colores, formas y texturas de una costa asombrosa. Es especialmente atractivo el pasaje dedicado al flysch de Sakoneta: “Una serie de pliegues que surgen verticales del suelo y son como un inmenso hojaldre de roca, ‘como lo definen los expertos’ y que se extiende entre Zumaya y Deva”, explica. Los espectáculos geológicos están ahí, pero es muy probable que la mayoría de nosotros, ignorantes en la materia, no nos hayamos percatado de su belleza ni nos hayamos preguntado su por qué. Ese es uno de los grandes aciertos de este libro: despierta la curiosidad, a menudo aletargada. Paleontología, astrofísica, biología, mitología… de todo hay en Los senderos del mar. Pero está dosificado de tal manera que no se hace cargante ni pesado. Consigue la autora deslizarnos placenteramente por sus textos porque su estilo es agradable y limpio y sus explicaciones resultan muy amenas. Así explica, por ejemplo, el sorprendente flysch: “Una alternancia de capas de roca caliza (claras y duras) y de margas (más blandas y oscuras). Estos estratos abarcan sesenta millones de años de historia del planeta y permiten contar el tiempo a medida que uno avanza: un estrato formado de una capa de margas y otra de caliza equivale a unos veinte mil años, lo que tardaron en formarse. Cinco estratos y has recorrido cien mil años, lo que es lo mismo, mil siglos comprimidos en unos centímetros de roca”. Impacta. 

También cuenta María Belmonte el pasado ballenero de la costa cántabra. Habla de cómo se cazaban ballenas a golpe de remo y arpón, recuerda a los esforzados hombres que partían a la lejanísima Terranova, tierra canadiense en donde hubo un tiempo en el que se hablaba euskera. El lector siente aumentar el hambre de saber mientras la escritora explica cómo se forma un arco iris, cómo las playas de Zarauz y San Sebastián pasaron de ser sitios de trabajo a lugares de ocio y disfrute de aristócratas y ricos burgueses. Y mientras tanto ella avanza por los caminos. En una entrevista reciente, la escritora vasca ha explicado su pasión por caminar: “Adoro viajar a pie. Caminando experimentamos el mundo en nuestros cuerpos... explorar a pie los viejos caminos es abrir la puerta a lo imprevisto”. Los caminantes viven tiempos felices: abundan ahora los títulos sobre las bondades andantes y los placeres de gozar de la naturaleza. El año pasado se cumplían cien años del nacimiento de Henry David Thoreau y en España se han reeditado sus obras. María Belmonte lo cita. Y a Víctor Hugo, Goethe, Chesterton, Sainte-Beuve... Los senderos del mar no es solo una invitación al senderismo, al viaje, al estudio de la geología, a alzar la mirada hacia las estrellas, también provoca atracción hacia la lectura: apetecen todos los títulos que forman las lecturas recomendadas de Los senderos del mar. Sucede lo mismo con los que se mencionan en Peregrinos de la belleza, el otro viaje literario de María Belmonte. Hay un ingrediente que me parece muy destacable en ambos libros: son un canto a la vida. En su celebración del Mediterráneo, la escritora recuerda la leyenda ‘sed dichosos’ que ha encontrado inscrita en varias tumbas de cementerios griegos. En su incursión literaria por el mar Cantábrico menciona el término ‘nuannaarporq’, que es como se denomina en inuit al asombro y la alegría por el hecho de estar vivo. Es lo que respira y transmite la autora en sus libros, asombro y alegría.

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