jueves, 24 de enero de 2019

Gloria Fuertes: Dios sabe hasta geometría. Por Santiago García Mourelo

Fuertes, Gloria: Dios sabe hasta geometría. Poemas de una mística en el suburbio. PPC, Madrid, 2018. 341 páginas. Comentario realizado por Santiago García Mourelo.

Como tantos literatos, Gloria Fuertes (1917-1998), poeta del barrio de Lavapiés (Madrid), no solo reflejó en su obra la común apertura a la trascendencia cotidiana, sino que ofreció un testimonio valioso, por su sinceridad y sencillez, de quien estaba siempre «en medio». Es decir, de Dios. Le debemos a Juan Carlos Rodríguez, periodista y crítico literario, haber recopilado en el volumen que recensionamos, los poemas de temática religiosa de quien fue una mística del suburbio. En muchas ocasiones habla de Dios, en otras de su Cristo, en otras le habla a Él, o a los dos, siempre en un trato de amistad, intimidad y confianza, propia de los niños de los evangelios. En otros poemas, dibuja sus reflexiones sobre la religión, sobre la Iglesia y sus miembros —santos y no tan santos—, sobre su fe y su manera de vivirla: encarnada, sufriente, despierta, sencilla, cotidiana, viva en las pequeñas cosas, lo que las hace hondas y sublimes. 

La cuidada edición de la editorial PPC recoge 209 poemas que se jalonan en las publicaciones de la autora desde 1950 hasta 2010, y van acompañados de garabatos, documentos y fotos de una vida entregada a cantar la belleza de la vida en todas sus formas, también las más tristes, desde la juventud hasta las puertas de la Vida. Si, como decía P. Valéry, «un poema nunca se acaba, solamente se le abandona», podemos decir que los poemas de Gloria viven y se prolongan en la eternidad de la Gloria, porque hay quien nos los abandona, ni aquí, ni Allí. En efecto, este sustancioso y sustancial poemario bien puede ayudar a quien quiera vivir de otra manera su fe, a avivarla en la sencillez de la rutina y en el espanto del dolor; a quien quiera ponerla ojos, y boca, y manos; a quien quiera rezar con la vida y vivir la oración. Por eso, la poeta de los niños, nada tiene de infantil, y sí de la genuina ingenuidad con que acoger el Evangelio. Por eso, también, la ofrenda de este poemario puede resucitar predicaciones —a veces tan muertas—, puede enriquecer momentos de reflexión o reuniones —tantas veces tan frías y ajenas, o tan centradas en nosotros mismos—; y no es cuestión de utilizarlo, como se utilizan cosas o, por desgracia, a personas, sino de sembrar sus poemas cual semillas en un campo que está a la espera de ser fecundado.

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