martes, 26 de marzo de 2019

Henri Nouwen: Adam, el amado de Dios. Por Cristina Ruiz y Ruiz de Gopegui

Nouwen, Henri: Adam, el amado de Dios. PPC, Madrid, 1999.  136 páginas. Traducción de Rosario Gutiérrez Carreras. Comentario realizado por Cristina Ruiz y Ruiz de Gopegui.

A raíz de un encuentro, en el que Cristina tenía que exponer un tema, surge la ocasión de releer este libro de Henri Nouwen. Sacerdote holandés de enorme prestigio, autor de innumerables libros, profesor en distintas universidades, Nouwen pasa una temporada en Canadá, en la comunidad Daybreak de Toronto, que pertenece a la red de comunidades de El Arca. Su experiencia allí le hizo descubrir su ser más profundo, ese lugar en el que los mecanismos de defensa y las máscaras sociales que nos ponemos no tienen sentido. Nouwen escribe este libro-testimonio en el que narra cómo su contacto con Adam, una persona con una discapacidad severa y sordomudo, le cambió su vida para siempre.

En este blog ya hemos presentado alguna de las obras de Henri Nouwen (pinchar aquí). Sin embargo, de toda la producción de este autor, creo que este libro (junto con El regreso del hijo pródigo) es el que mejor refleja su pensamiento más profundo. En el fondo, estamos tocando la esencia más íntima del ser humano, allí donde habita la Presencia.

Gracias, Cristina, por tus reflexiones tan cargadas de vida y por recordarnos dónde está lo fundamental. [Nota del administrador.]

Introducción 

Las personas con retraso mental poseen por lo general el don de acogida, la capacidad de asombro, espontaneidad y franqueza. Su debilidad se convierte en un instrumento de socialización, que saca de cada uno de nosotros lo mejor. Eso sí, hay que tener el ánimo dispuesto. Hay que vencer la tentación de fijarse sólo en sus discapacidades.

Muchas veces nos conducen sin brusquedad a esos lugares del interior que preferimos no explorar, para vivir la vocación verdadera de cada uno. Una relación verdadera con las personas con discapacidad hace aflorar en nosotros nuestra identidad más profunda y auténtica. 

Cambiar la perspectiva: Dejar de ver al discapacitado como un objeto perceptor de cuidados o alguien que me desconcierta y pasar a verle como un ser humano digno de atención. 

Descubrir en ellos un misterio, que no guarda relación con su capacidad o incapacidad de hacer cosas (hablar, andar, expresarse, desenvolverse…) sino guarda relación con su simple SER. 

Personas con capacidades diferentes 

Es por ello que ahora no es políticamente correcto hablar de personas con discapacidad y se utiliza la terminología “personas con capacidades diferentes”. Pueden no ser capaces de estudiar, pero son unos hachas a la hora de perdonar. No guardan jamás rencor. Es más, la mayor parte de las veces, ni se enfadan. Pueden no hablar muy correctamente, pero tienen más paciencia que el santo Job. La que les ha forzado la vida, de tanto estar sentados en su silla de ruedas, esperando que un alma caritativa les atienda. Pueden no tener la agilidad de una gacela pero generan, en general, un buen “rollo” a su alrededor. 

Vivir cerca de las personas con discapacidad nos aproxima enormemente a nuestras propias vulnerabilidades. Si bien al principio parece muy claro quién es el discapacitado y quién no, en la vida juntos día tras día, se desdibujan las fronteras. Es cierto que unos no saben hablar, pero no es más cierto que otros no paramos de hablar. Unos necesitan ayuda, pero otros no paramos de pedir ayuda en cuanto algo se nos complica. 

¿Quién es más discapacitado, el que no estudia o el que no puede perdonar? ¿El que no habla o el que está lleno de rencor? 

El hecho de que nuestras deficiencias sean menos visibles, no las convierte en menos reales. 

¿Qué define a la persona?

Muchas veces identificamos lo que somos con: 

- Lo que tenemos 

- Lo que se dice de nosotros 

- Lo que hacemos 

Parece como si el sentido de nuestra vida viniera de cómo triunfar en la vida… y ello nos genera muchísimas ataduras de las que es muy difícil librarse. 

A la persona con discapacidad le preocupa muy poco lo que tiene, lo que dicen de ella, lo que puede hacer, simplemente ES, simplemente ESTÁ. Y ello le hace libre, no vive la vida con rigidez, no le importa el qué dirán. Paradójicamente, aunque aparentemente tengan muchos menos grados de libertad (pues muchas veces no pueden decidir, no van y vienen a su antojo sino son otros los que “les mueven”) viven una libertad interior infinitamente mayor. 

Si las personas nos conocieran tal y como somos, sin la decoración externa que hemos reunido, ¿seguirían queriéndonos? ¿O nos olvidarían en cuánto dejáramos de servirlos? El contacto con la persona con discapacidad te hace relacionarte desde tu yo más profundo. Te das cuenta de que en ese nivel de relación no son NADA importantes tus títulos, los libros que has escrito, las reuniones en las que has participado, los idiomas que sabes… Que lo esencial es invisible a los ojos. 

Contacto físico 

La relación con la persona con discapacidad suele empezar generalmente con un intenso contacto físico. Es necesario cuidar a la persona, asearla, vestirla, trasladarla, darle de comer… Estamos muy poco acostumbrados a relacionarnos con el cuerpo. Se trata de apartar las palabras y reconocer que primero somos cuerpo. Y sentir el privilegio de que nos ha sido encomendado el cuerpo de otro. No sé si alguno de vosotros ha tenido que cuidar a un familiar enfermo. Yo he tenido la inmensa suerte de haber tenido que cuidar a mi hermana, a mi padre y a mi madre. Los tres han fallecido ya. Pero tengo una especie de “recuerdo místico” de los momentos en que los lavaba, en que les daba de comer. Todo su ser entre mis manos. Una comunicación mucho más expuesta, pero más sincera y sin tapujos. 

Cuántas veces nos ocurre que pensamos que nuestra vida será más “elevada” en tanto en cuanto nuestras palabras, ya sean habladas o escritas, nos dirijan hacia perspectivas sublimes. Y eso nos hace perder el contacto con lo cotidiano, con lo bello de la vida diaria. No permitas que tus palabras se separen de tu carne. Tus palabras deben convertirse en carne y ser carne. 

Maestros de la vida 

Cuando estás junto a una persona con mucha discapacidad, muchas veces tenemos la tentación de querer vislumbrar hasta qué punto nos entienden, hasta qué punto sienten, siempre comparándolo con nuestro nivel de entendimiento y de control sobre lo que eso significa. Pero puede llegar un punto de inflexión en el que descubramos que “la existencia es más importante que la actividad”. Que se limitan a vivir, y con el ejemplo de su vida, nos enseñan verdades que están más allá, dones singulares que escapan a nuestro entender humano. 

Muchas veces tenemos la esperanza de que alguien, - un gurú, un coach o un alma amiga- nos ayude a encontrar el sentido de nuestra confusión y nos enseñe el camino de la integridad, la libertad y la paz interior. Y lo que hacemos es volvernos dependientes hacia ellos, convirtiéndose en controladores de nuestra vida. Pues bien, la persona con discapacidad puede tornarse en ese guía que clarifique nuestro camino. Pero siempre desde la no-dominación y desde su dependencia y no desde la nuestra. Nos muestran que es a través de la compasión y no de la competición como podemos realizar nuestra vocación más esencial. 

Sin ñoñería 

Para mí, uno de los aprendizajes de la vida ha sido descubrir cómo la limitación, la debilidad y la frustración me han enseñado mucho más de la vida que el éxito, el poder y el triunfalismo. Gran parte de nuestra vida, prosperidad, salud y relaciones están influenciados por sucesos y circunstancias que escapan a nuestro control. 

Ahora bien, la vida junto a una persona con discapacidad puede hacerse dura, durísima. Los esfuerzos son ingentes, la sensación de impotencia es enorme, el sufrimiento por el otro es inmenso. Las preguntas de ¿por qué a mí?, ¿qué he hecho mal?, ¿cuándo acabará este sufrimiento?, surgen una y otra vez. Y en esos momentos hay que aferrarse a los momentos de luz arriba descritos. Y aceptar que no somos dueños de nuestra historia, y que Dios escribe derecho sobre nuestros renglones torcidos.

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