miércoles, 23 de diciembre de 2020

Javier Gomá Lanzón: Necesario pero imposible. Por José A. García

Gomá Lanzón, Javier: Necesario pero imposible. ¿Qué podemos esperar? Taurus, Madrid, 2013. 295 páginas. Comentario realizado por José A. García.

Este libro forma parte de un proyecto mayor. Va precedido por otros tres —Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública— y le seguirá otro quinto sobre Dios. Su tema de fondo es el choque entre experiencia y esperanza.

La experiencia habla de la injusticia de este mundo, llevada a su última radicalidad en la muerte del hombre, «el aborto del ser». La esperanza, por su parte, habla del deseo y la exigencia constitutiva de todo ser humano de una existencia individual prorrogada más allá de la muerte. «El hombre, afirma el autor en sintonía con Unamuno, desea para después de la muerte esta vida mortal, una vida mejor pero no distinta» (p. 96). De ahí el título del libro: Necesario pero imposible. La esperanza tiene el carácter de lo necesario como estado ontológico constitutivo, aquello sin lo cual el ser humano deja de ser tal. La experiencia, sin embargo, afirma que ese ideal es imposible. ¿Tiene alguna salida ese choque de realidades, ambas constitutivas del ser humano y perfectamente constatables?

Hay dos temas, opina Javier Gomá, que teniendo una gran raigambre en la historia de la Filosofía, han sido abandonados por ésta en los últimos tiempos. Uno de ellos es el de la inmortalidad del alma y otro el de la ejemplaridad. Sócrates ha figurado siempre en la Filosofía como modelo de ejemplaridad humana. ¿Por qué no Jesús de Nazaret, el profeta de Galilea? La inmortalidad del alma ha constituido, por otra parte, para los grandes filósofos uno de los temas filosóficos de mayor envergadura. ¿Por qué no la esperanza de llegar a ser individuales no sólo en este mundo sino fuera de él? He ahí la propuesta filosófica (no teológica) de este libro que Javier Gomá irá desarrollando en torno a dos ejes: ejemplaridad y esperanza. En un primer momento ambos temas se estudiarán separadamente; en otro segundo, terminarán uniéndose.

«Ni la metafísica tradicional, ni la moderna ontología del discurso —afirma el autor— han reflexionado nunca sobre la trascendencia ontológica del ejemplo personal… De modo que por una causa o por otra, resta impensada esa clase de ejemplo como vía de apertura al conocimiento del ser». ¿Es la ejemplaridad de un ser humano concreto (Aquiles, que fue proclamado por la antigüedad como el mejor de todos los aqueos; Sócrates, ejemplo para los filósofos no sólo ético sino también humano; el Galileo Jesús de Nazaret, el mejor de todos los hombres…) camino para pensar cuál es la verdad ontológica del hombre, desplazando así la pregunta de «qué es la verdad» a «quién es la verdad»? ¿Puede ser el hombre ejemplo de algo que no sea él mismo? (pp. 35-36).

Cuando el hombre pasa del estadio estético al ético —y nuestra cultura prolonga infinitamente el primero—, «el yo hace entrada en el mundo de la experiencia donde se encuentra con el resto de los hombres que viven y envejecen con él. Y se pregunta a qué clase de destino puede él aspirar en dicho mundo (…) ¿Cuál sería el mejor ejemplar de la especie humana? ¿Cómo podría yo imitar ese modelo y actualizarlo en mí?» (p. 50). Porque «reiterar el ejemplo cuando es personal abre la puerta que conduce a la verdad» (p. 42).

En cuanto al concepto de esperanza, el autor repetirá una y otra vez a lo largo de su obra que con ella se refiere específicamente a la posibilidad de llegar a ser individual y mortal no sólo en este mundo, sino también —contra toda experiencia— fuera de él. «Todo reside en saber si el bien de una mortalidad prorrogada es de verdad posible y por ende esperable o si, tras un análisis maduro, hemos de desechar esa hipótesis como ensoñación fabulosa, acaso un residuo de la mentalidad infantil» (p. 103).

Aquí es donde hace su entrada lo más original, tal vez, de la obra de Gomá. Sin salirse de un planteamiento filosófico, el autor presenta la figura del galileo como aquel en quien, después de padecer como nadie la injusticia de este mundo, se ha realizado ya esa esperanza.

Se nos ha dado un ejemplo. El cristianismo es la única religión de la tierra que afirma que una persona de nuestra raza, igual que nosotros, individual y mortal, fue resucitada por Dios y se dejó ver por muchos… «No era el mismo pero sí él mismo, reconocible en su identidad individual, mortal y corporal». Es decir, que en él se habría realizado totalmente aquello a lo que apunta la esperanza humana. Y si se ha realizado en él, miembro de la especie humana, ¿no podría realizarse igualmente en todos nosotros?

La historiografía, dice el autor, tiene que explicar dos cosas a este respecto. Una: qué ocurrió para que un hombre como el profeta de Galilea, pobre, insignificante, con una pretensión que le llevó finalmente a ser crucificado, fuera posteriormente divinizado por unos hombres también pobres e incultos y en una cultura religiosa que odiaba visceralmente toda tentación de idolatría? Dos: ¿qué sucedió para que una comunidad miedosa y encerrada dentro de sí a la muerte del crucificado acabara imponiéndose en el imperio romano? (p. 127).

Imposible plantear así la figura del galileo sin hablar de Dios. Sólo él, desde fuera, podría sacar al hombre de la encerrona en que nos introduce la experiencia y la esperanza, cosa realizada ya en Jesús. Un Dios a quien Jesús se entrega confiada y apasionadamente, compasivo con la injusticia del mundo pero «pasivo» ante ella, que decide intervenir confiriendo a Jesús esa prórroga de individualidad soñada por todos nosotros. Él sería, en su super-ejemplaridad, en su santidad, el desvelamiento de la verdad del hombre, y no sólo como causa ejemplar sino también eficiente de un futuro humano similar al suyo.

Algún lector podría pensar que con ello el autor ha cruzado decisivamente las fronteras de la filosofía para entrar de lleno en la teología. Creo que no. Su reflexión no traspasa los hechos históricos y constatables, tanto respecto a la naturaleza humana y sus dinámicas interiores como a los acontecimientos que rodearon la vida y muerte del galileo y de la comunidad nacida tras él que confiesa, sin ninguna base en sí misma, que el galileo sigue vivo. Desde ellos piensa, desde ellos plantea una propuesta interpretativa al interrogante que surge de enfrentar experiencia y esperanza humanas ante lo acontecido en Jesús. Una interpretación que el autor considera especialmente creíble por el hombre de hoy, constitutivamente ávido de no perder su individualidad mortal, sino de prorrogarla.

Muchas cosas podrían decirse —y sin duda se dirán— de este libro de Javier Gomá, más de las que caben en esta corta recensión. Señalamos únicamente algunas de las que más nos han impactado:

En primer lugar, la originalidad con que aborda el tema. Es cierto que sobre el choque entre esperanza y experiencia se ha escrito mucho y también sobre la doble posibilidad que el dinamismo roto de la esperanza abre al hombre: la trascendencia o la nada. Pero la salida del dilema a través de una filosofía de la ejemplaridad, encarnada históricamente en Jesús de Nazaret, tiene mucho de novedad. Por otra parte, el conocimiento que demuestra el autor sobre la bibliografía en torno al Jesús histórico y a la primera comunidad es sencillamente asombroso.

Es posible que la lectura de este libro no convierta a nadie al cristianismo porque, como señala el autor, esa posibilidad presupone unas condiciones espirituales sin las que ese paso no suele darse. En temas como éste, «el amante precede al conocedor». Pero para quienes son conscientemente cristianos o para aquellos otros —muchos— que viven su fe como un añadido sociológico o cultural, o que buscan afanosamente una fundamentación más sólida de su creencia, más razonada y razonable, este libro puede ofrecerles un sólido fundamento que dé razón de su esperanza. Todos ellos, estoy seguro, podrían encontrar en este libro algo de lo que van buscando. Porque, contrariamente a lo que suele decirse, la fe no es «un salto en el vacío» por el hecho de no poder apoyarse en una evidencia científicamente verificable. Es un acto razonable que se apoya en una «lógica existencial» (K. Rahner, Unamuno) tan constitutiva del ser humano como la otra.

Finalmente… leer a Javier Gomá es siempre un motivo de placer por su prosa tersa, certera, transparente y profunda a un tiempo. Un ejemplo de cómo se puede escribir sobre cosas importantes haciéndose entender y disfrutando de la lectura. Ojalá muchos lectores y lectoras se animen a leer este libro.


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