miércoles, 9 de diciembre de 2020

Manuel Vilas: Alegría. Por Fátima Uríbarri

Vilas, Manuel: Alegría. Planeta, Barcelona, 2019. 351 páginas. Comentario realizado por Fátima Uríbarri (periodista, correo electrónico: fauribarri@gmail.com).

La orfandad y los hijos

En 2018, con la publicación de Ordesa, Manuel Vilas dejó de ser un escritor de ventas escasas o medianas y se convirtió en un autor de éxito. No es la primera vez –ni será la última– en la que un autor experimentado y con varios libros publicados se vea catapultado por uno de sus títulos. Lo de Manuel Vilas y Ordesa, recuerda, por ejemplo, el fenómeno de los Soldados de Salamina de Javier Cercas.

Manuel Vilas ya había publicado varios libros de poesía (Resurrección; Calor; Gran Vilas) y ensayos (Arde el sol sin tiempo, artículos y ensayos; América, libro de viajes...) antes de que Ordesa se convirtiera en un súper ventas. 

Era Vilas un autor conocido, pero no llenaba los escaparates ni vendía pilas de libros. Entonces llegó Ordesa. Primero fue el boca a oreja lo que impulsó las ventas; luego vinieron los galardones, el Premio Femina Étranger de Francia, entre otros. El escritor entró en la división de honor de las ventas y además sus lectores (y críticos) se deshacían en elogios con él. ¿Qué tenía ese libro para entusiasmar tanto? 

Una de las posibles razones es la identificación. Los lectores sienten que Vilas habla de ellos cuando recuerda su infancia en su pueblo, Barbastro (Huesca), durante los años 1970 y se sonríen al leer sobre el Seat 850 del padre y los viajes larguísimos en coche para veranear unos días en la playa con la familia. 

Ese punto ‘Cuéntame’ es atractivo para los lectores. Los que comparten generación con Manuel Vilas también recuerdan esa época, los últimos años del franquismo, la Transición... 

Luego está el asunto principal sobre el que pivota Ordesa: la muerte de sus padres y lo que esa ausencia desencadena en el escritor. Vilas cuenta cómo brota la cascada de recuerdos; evoca las particularidades de sus progenitores con cariño; analiza las manías, las rarezas, las virtudes y los defectos de los suyos. Y ahí también hay identificación de los lectores: todos hemos tenido padres, cada familia es un mundo y tiene –como explicaba Natalia Ginzburg– su propio léxico. Si se han perdido los padres, la identificación se multiplica porque Vilas narra la tormenta emocional que acompaña a la orfandad, la infinita tristeza, la incomprensión (no se concibe que la vida siga su curso sin ellos, no se comprende). 

Cuando alguien explica lo que te sucede, pone palabras a tus sentimientos y los define, asientes con gratitud. Eso les sucede a los lectores de Ordesa: agradecen que Vilas sienta lo mismo que ellos y además que se lo exponga de un modo sencillo, entendible. Y hay algunas frases memorables en ese libro. Como esta: “Me enfurece el ruido de fondo de la vida de mis padres sonando en todas partes”, así se transmite la perplejidad que produce el que el mundo siga girando sin ellos. 

La fórmula Ordesa funcionó. Al año siguiente, Manuel Vilas quedó finalista del Premio Planeta con Alegría, una especie de ‘Ordesa segunda parte’. El escritor diferencia ambos libros: dice que Ordesa es el adiós a sus padres y Alegría es un abrazo a sus hijos, una declaración de lo mucho que los quiere. 

El escritor Héctor Abad Faciolince (autor de otro libro sobre el padre, El olvido que seremos) ha descrito a Manuel Vilas como un huérfano y un minero de la alegría. El huérfano campa por Ordesa; el minero de la alegría deambula por Alegría, un libro donde Vilas continúa recordando su infancia, evocando a sus padres y desnudándose, porque este escritor no esquiva las sombras y habla a las claras de sus problemas con el alcohol o de sus depresiones. 

Ordesa y Alegría, dos libros autobiográficos y con el padre rondando de fondo, coinciden curiosamente con otros títulos recientes de la literatura española contemporánea de asunto similar. El balcón en invierno, de Luis Landero; A corazón abierto, de Elvira Lindo o No entres dócilmente en esta noche quieta, de Ricardo Menéndez Salmón concurren casi en el tiempo con Alegría. Es curioso porque, así como en otras literaturas la crónica autobiográfica es habitual, en España ha habido cierto pudor con este género. Yo creo que se debe a que una generación de autores más o menos coetáneos están perdiendo a sus progenitores y esa es una vivencia muy impactante, muy propicia a la literatura. 

La manera en la que Manuel Vilas recuerda a sus padres y se autorretrata es muy particular. No hay un orden cronológico en el relato, los recuerdos se suceden tal como le vienen a él. Utiliza un estilo a veces telegráfico y otras veces se pone muy poético. Otra de sus singularidades es que denomina con apodos musicales a sus seres queridos: su segunda mujer, es ‘Mo’ por Mozart; sus padres son Bach y Wagner; sus hijos, Brahms y Vivaldi. 

El escritor va narrando sus recuerdos a la vez que va contado su presente. En Alegría, son frecuentes los viajes, porque el libro transcurre durante la promoción de Ordesa. Y con ese pasado y presente, se entreveran comentarios sobre la actualidad o acontecimientos destacables de su vida: nos cuenta, por ejemplo, que acude a la recepción del Premio Cervantes y saluda a los reyes o que lo invitan a una comida con Felipe González y aflora ahí su vocación de columnista y opinador. 

El escritor suele rubricar sus narraciones con frases chocantes, como “no creo que mis hijos lleguen a amarme tanto como las hijas de Felipe VI a su padre”. Le encantan las hipérboles a Vilas. A veces abusa de ellas. 

Hay otras ocasiones, sin embargo, en las que sus sentencias te tocan: “Cuando eres joven no existen el pecado ni la muerte”, dice, por ejemplo, y te lleva a reflexionar sobre lo que es ser hijo y lo que es ser padre; y te explica por qué cuando eres capaz de darte cuenta de lo que fue tu padre contigo es porque tú mismo eres padre. 

Hay otros aspectos universales que se tratan en Alegría, como los recuerdos de la infancia y la absoluta nitidez con la que se ha grabado en tu memoria y en tu alma la bicicleta que no tuviste siendo niño.

Remueven también la catarata de sensaciones y pensamientos que acompañan a la orfandad; una de ellas es la conciencia de la propia mortandad: cuando faltan los padres pasa uno a primera línea de fuego. “Ya no tengo muchas cosas por delante”, escribe Vilas en Alegría

Luego está la alegría. Vilas, que sufre las constantes arremetidas de la depresión a quien él bautiza Arnold, en referencia al compositor dodecafonista Arnold Schönberg, es un hombre a la caza de la alegría de la que dice: “Es mi responsabilidad como ser humano. Es la fundación de mi naturaleza, lo único sagrado”. 

Como si tuviera un cazamariposas de momentos felices, evoca las situaciones –intensas y breves– en las que sintió la alegría, como un aguijón, como un trago corto y reconfortante. Y describe entonces recuerdos como un día nublado con su hijo en la playa de Fuenterrabía. Así es la alegría: un ataque explosivo y efímero. 

El pasado y el presente van juntos en este libro. “El presente es hermoso si completa al pasado. La vida necesita del ayer”, escribe Manuel Vilas en Alegría. En el pasado están sus padres y en el presente, sus hijos. Eso son Ordesa y Alegría, según Vilas, aunque para los fans de este escritor, Alegría a veces es Ordesa estirada, ampliada para continuar captando lectores. 

Hay en estos libros de Vilas un halo poético; se transluce su pasión por la poesía. Se siente cuando habla a sus padres (los tutea en sus libros, les habla como si los tuviera delante) y les dice “no os dejo descansar. Os zarandeo para que despertéis”. Esta frase trae a la cabeza los versos de la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández, cuando el poeta confiesa que quiere escarbar la tumba de su amigo para sacarlo de allí “y desamordazarte y regresarte”. Y hay otra frase preciosa, muy evocadora, dedicada a sus padres: “No son pájaros de primavera, sois vosotros dos”. Cuando los padres se han ido, los encuentra uno en cualquier parte.


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