martes, 11 de mayo de 2021

Klester Cavalcanti: 492 muertos. Por Luis Ignacio Martín Montón

Cavalcanti, Klester: 492 muertos. Confesiones de un asesino a sueldo. Península, Barcelona, 2018. 222 páginas. Comentario realizado por Luis Ignacio Martín Montón.

El periodista Klester Cavalcanti nos presenta el relato novelado de la vida real de un sicario brasileño, Júlio Santana, fruto de siete años de conversaciones entre ambos, en un primer momento solo a través del teléfono y posteriormente en persona, cuando Santana consideró estar preparado. 

La historia comienza cuando el protagonista tiene apenas 17 años y se inicia en el truculento mundo de los asesinatos por encargo, y es precisamente eso a lo que asistimos: a la narración, no tanto de cómo es un asesino a sueldo, sino de cómo alguien se convierte en uno. No es ajena a este proceso la descripción que hace el autor del Brasil donde vive Júlio Santana durante tres décadas, un país donde resulta relativamente habitual resolver algunos problemas mediante la contratación de un pistolero para que lleve a cabo su trabajo acabando con el supuesto causante de dichos problemas, ya sean estos económicos, laborales, políticos, de infidelidades conyugales, por mera extorsión o de cualquier otro tipo. En este entorno no parece haber muchas salidas diferentes a la que toma el protagonista y más aún cuando resulta que tiene un don natural para ejercerlo. Al inicio reconocemos a un joven ingenuo y de buen corazón, con reticencias y vacilaciones -a veces ingenuas y contradictorias- acerca de la carrera que está comenzando, y poco a poco se va convenciendo a sí mismo de que es una dedicación como cualquier otra, para más tarde admitir que “ya no sabe hacer otra cosa en la vida”, y que no ha cumplido las promesas que se hizo a sí mismo de joven cuando descubre que su mundo no ha estado nunca totalmente bajo su control. 

Cavalcanti narra las confesiones de Santana para que entendamos sus decisiones y las vicisitudes por las que ha pasado, sin justificarle, demostrando en todo momento —en alguna ocasión especialmente— un gran respeto por las víctimas. Del monstruoso número de muertes que da título al libro —dado por cierto y de algún modo documentado por el ejecutor— el autor extrae alguna de ellas para entrar en detalle de los acontecimientos que rodearon al asesinato (el motivo del encargo, la preparación, la historia y personajes que hay detrás, el desarrollo en sí del crimen…), dando al relato y al protagonista un carácter novelesco, que podría hacernos olvidar que estamos asistiendo a una historia real. Al finalizar el libro pueden quedarnos dos dudas: por un lado, las confidencias de Santana plasmadas en el libro, ¿le han servido de expiación, de liberación, de alguna manera?; y por otro, ¿pudo elegir en algún momento no ser un asesino o, al menos, dejar de serlo antes de llegar a esa abominable cifra de crímenes? Posiblemente cada lector tenga sus propias respuestas, aunque la verdad solo la sabe el propio Júlio Santana.


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