viernes, 14 de mayo de 2021

Kurt Vonnegut: Matadero Cinco. Por Jorge Sanz Barajas

Vonnegut, Kurt: Matadero Cinco. La cruzada de los niños. Blackie Books, Barcelona, 2021. 205 páginas. Traducción de Miguel Temprano García. Comentario realizado por Jorge Sanz Barajas (Colaborador del Centro Pignatelli Área de Cultura, Zaragoza. E-mail: jsanzbarajas@gmail.com).

Kurt Vonnegut y la indecente épica de la guerra

Necesitamos más que nunca a Kurt Vonnegut. Y siempre lo tendremos. A eso nos agarramos sus fieles. No será fácil: vuelven tiempos feroces en los que pensar y hablar estorba e indigesta al poder. Matadero Cinco es un alegato contra la guerra, pero sobre todo contra la épica de la guerra. Vonnegut sabía de qué hablaba: su madre se suicidó el día de la madre de 1944, a pocas horas de que Kurt iniciara su viaje como soldado al frente belga. Veterano de guerra, fue capturado por los nazis en la batalla de las Ardenas el 19 de diciembre de 1944 al quedar rezagado del batallón 106 de infantería tras las líneas enemigas, vagando solitario junto a “Wild Bob” William Joseph Cody Garlow (nieto de Buffalo Bill), en un espeso bosque belga. Trasladado a Dresde, vivió el tristemente célebre bombardeo del 13 de febrero de 1945, que arrasó por completo la ciudad y ocasionó más de 100.000 víctimas civiles.

Cuando estalló la tragedia, estaba trabajando junto a sus compañeros en una fábrica de jarabe de malta y pudo refugiarse en la cámara frigorífica, en el sótano de un antiguo matadero. Al salir, la ciudad había desaparecido y hasta los pájaros habían enmudecido. La carne de los animales que permanecía colgada en aquella cámara frigorífica tuvo mejor suerte que los civiles de Dresde. Aquella tragedia podría compararse con la bestialidad de Hiroshima y Nagasaki. Años después, cuando Vonnegut tuvo oportunidad de hablar con historiadores militares, apenas mostraron interés en investigar aquel luctuoso y vergonzante episodio.

Vonnegut se planteó durante veinte años escribir aquello. No sabía bien por dónde empezar y cómo contarlo. Tras numerosos borradores, su antiguo editor George Starbuck le invitó a cursar el famoso Taller de Escritura de la Universidad de Iowa durante dos años. Allí conoció a compañeros de letras como Nelson Algren, José Donoso o Vance Bourjaily. Volvió a Dresde unos meses después con una beca Guggenheim y publicó Matadero Cinco por fin el 31 de marzo de 1969. En julio había conocido cinco reediciones y permaneció en el top de New York Times durante cuatro meses. En ese preciso momento, Nixon había ordenado ejecutar la Operación Menú, por la que la aviación norteamericana bombardeaba en secreto territorios neutrales de Laos y Camboya. La historia se repetía de nuevo y la opinión pública estadounidense caldeaba las calles con protestas.

El libro fue prohibido en escuelas públicas de Oakland (Michigan) y un consejo escolar de Dakota del Norte ordenó quemar los treinta y dos ejemplares que tenía una escuela de secundaria. Hoy día, sigue siendo un libro prohibido en numerosas escuelas norteamericanas. En 1972, George Roy Hill decidió llevar al cine el relato en una adaptación excelente que mereció el premio del jurado del festival de Cannes en ese mismo año.

Ahora bien, ¿qué peligros vieron en esta novela? El primero, su autor: Vonnegut se declaró pacifista y combativo contra la guerra de Vietnam, reivindicó los derechos civiles y se posicionó en la izquierda. Pero la clave de esta novela se esconde en la forma de narrar. Tras innumerables borradores, Vonnegut decidió empezar con la historia misma de la redacción y la visita a su compañero Bernard V. O’Hare. Su esposa Mary se muestra recelosa ante la visita de Vonnegut y su idea de otra novela más sobre la guerra. Al final de la visita, ella estalla y revela el tono que debería tener el relato: “Erais unos niños, escribiréis como si fuerais mayores, os representarán Sinatra y John Wayne, la guerra parecerá maravillosa y la harán de nuevo otros niños”. Tenía razón. La épica de la guerra, saneada por Hollywood y patrocinada por las grandes corporaciones, había hecho negocio incluso con las toneladas de cenizas de los cadáveres de Dresde. Había que contar la historia de otra manera.

Es entonces cuando Kurt Vonnegut decide darle una vuelta de tuerca al relato. Aparecen tres historias, la del propio proceso de narración, la de Vonnegut contando lo que sucedió y la del protagonista Billy Pilgrim. El producto es una novela no lineal, esquizoide, antibélica, distópica y autobiográfica con algunos toques de ciencia ficción y humor negro que la vuelven, por fortuna, inclasificable. Su estructura helicoidal, sostenida en una sintaxis paratáctica hecha de frases cortas y aparentemente inconexas pero sencillas en su lectura, puede sonar disparatada si se aleja de Billy, el eje de la historia. Billy es un perdedor desde su infancia: las visitas del Billy adulto a su madre en el geriátrico se cruzan con episodios traumáticos de su infancia: su padre arrojándolo a la pileta de agua para que aprendiera a nadar o se hundiera definitivamente, una aparente estupidez, su incapacidad para reaccionar… En la batalla de las Ardenas, nadie daría un dólar por Billy: delgado, frágil, mal vestido, desarmado, parece un blanco fácil y, sin embargo, sobrevive. En Dresde conoce la humillación (viste unos manguitos blancos y unas botas plateadas, resto de una función de Cenicienta en el campo de concentración, lo único que ha conseguido rescatar para combatir el frío) y el bombardeo en el sótano de un matadero. Acabada la guerra, se casa con la joven y rica (también fea y gorda) Valencia Marble, porque sabe que será un matrimonio “soportable” y ella estará “agradecida” por su gesto. Un matrimonio sin amor pero feliz, al fin y al cabo. En ese momento, Billy es capaz de ver pasado, presente y futuro de forma simultánea. Fue abducido en 1967 por visitantes extraterrestres del planeta Tralfámador, vive en una cúpula geodésica que imita la vida terrestre con material robado por los alienígenas en tiendas de todo a cien y ha adquirido una conciencia no lineal sino simultánea del tiempo. Sabe cuándo y cómo va a morir, sabe qué va a suceder y contempla la realidad con estoicismo y desapego. De cuando en cuando, los portales del espacio-tiempo le llevan al planeta, donde convive con la desaparecida actriz erótica Montana Wildhack con la que tiene un hijo, en un zoológico para seres de otras galaxias. Billy no tiene nada que hacer en este mundo ni en el otro: aquí es optometrista, su matrimonio con Valencia le ha proporcionado una vida más que desahogada y no desea nada en especial sino sentarse y contemplar cómo se cumple el destino. Sube a un avión sabiendo que se va a estrellar y él será el único superviviente, pero no hace nada porque sabe que nada podrá detener los momentos que ya están escritos. Convaleciente del accidente, su vecino de habitación, Eliot Rosewater, lo aficiona a las novelas de Kilgore Trout, el “mejor escritor de ciencia ficción de la historia”, autor de setenta y cinco novelas extraordinarias que nadie ha leído jamás y cuyo autor no ha visto nunca en una librería. Kilgore Trout es un trasunto del propio Vonnegut, habitual en sus novelas y a veces, deus ex machina en algunas de ellas. De hecho, en esta desvela lo que le sucede a Billy en una delirante fiesta, pero como nadie le escucha, no hay problema.

Las opiniones de Vonnegut sobre el libre albedrío, sobre la figura de Jesús y su relación con el Padre, sobre el ser y el tiempo o el lenguaje, no tienen desperdicio. Cuando Billy pregunta a los tralfamadorianos “¿Por qué yo?”, la respuesta es “¿Por qué nosotros?, ¿Por qué cualquier cosa?” y le viene a la cabeza un pisapapeles de su oficina, un trocito de ámbar que encierra tres mariquitas para las que el tiempo se ha detenido en la eternidad. Billy es Adán antes de la caída, sin pecado, pero con la penitencia pendiente. Dolorido de vivir sin preguntas ni respuestas, se sostiene sin miedo ante la muerte porque es lo más común que tenemos. Como dijera Céline en Viaje al fondo de la noche, nacer y morir son tan comunes que no pueden significar tanto, y si no, es que estamos todos locos. Por eso, cada vez que muere alguien, Vonnegut repite la frase “So, it goes” que el traductor traslada como “Es lo que hay”. Hasta 106 veces se repite en la novela. Trascendencia en grado cero. Conviene tener en cuenta que Vonnegut experimentó el absurdo de la muerte con demasiada frecuencia. En 1944 se suicida su madre, en 1957 muere su padre, poco después fallecen su hermana y su cuñado en el espacio de tres días y Vonnegut se ocupa de sus tres hijos y los tres de su hermana. Pero nada, ni siquiera la esquizofrenia de su hijo, los fracasos amorosos o la incomprensión de público y crítica hacia su obra consiguieron doblegarlo. No fueron tiempos fáciles. El católico Robert L. Kennedy y el American Dream hacían de las suyas. Algo de ello deja caer en la novela: el suegro de Billy Pilgrim es miembro relevante de la John Birch Society, un espacio que hoy es uno de los lobbies más poderosos del trumpismo. No es fácil sintonizar con un cristianismo contrario a los derechos civiles, a la ONU y proclive al aislacionismo.

Hoy puede visitarse el Matadero Cinco, situado en un meandro del Elba a dos kilómetros del casco histórico de la ciudad que devastaron por completo los bombarderos aliados. Su paraíso artificial, Tralfámador, todavía está por encontrarse. Vonnegut sigue vivo y nos recuerda que la guerra no tiene más épica que la de los comerciantes. Y siempre la hacen niños, enviados a una cruzada, como todas las cruzadas, inútil y perversa. Cuando todo acaba, como sucede en la novela, ni siquiera los pájaros, con su “¿Pío, pío, pío?” saben bien qué quiere decir la primavera cuando asoma.


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