Giménez Amaya, José Manuel: Reflexiones de un neurocientífico. Independently published, 2019. 125 páginas. Comentario realizado por Juan Jesús Gutierro Carrasco (Universidad Católica de Ávila).
El neurocientífico y, hasta hace unos años, catedrático de anatomía y embriología, y ahora dedicado a cuestiones filosóficas y teológicas, continúa en este libro una tarea ya desempeñada anteriormente: acercar las cuestiones de neurociencia al público en general. Ya lo hizo, junto al profesor José Ignacio Murillo, en la obra De la Neurociencia a la Neuroética. Narrativa científica y reflexión filosófica (2010) y, junto al profesor José Ángel Lombo, en La unidad de la persona. Aproximación antropológica desde la filosofía y la neurociencia (2013).
En la presente obra Giménez Amaya recoge artículos que durante los años 2004 y 2007 fueron publicados con un fin divulgativo en distintos medios. En ellos reflexiona críticamente ante noticias sobre desarrollos en neurociencia o las cuestiones antropológicas que estos plantean. Así, el autor hace un recorrido por cuestiones tan sugerentes cognitivamente como el miedo, la risa, el estrés, la necesidad de un sueño reparador, el entrenamiento de la atracción mental, la felicidad como salida del propio yo o un alegato por la dignidad humana. Sin embargo, se centrará en dos cuestiones fundamentales: los pros y los contras del avance en neurociencia y el dilema mente-cerebro (tradicionalmente abordado como alma-cuerpo) cuya respuesta está presente como base de este.
Y es que, por un lado, el mayor conocimiento del cerebro, gracias a técnicas como la neuroimagen, ha traído avances terapéuticos que han conseguido aliviar y tratar enfermedades neurodegenerativas; también ha permitido conocer más a fondo problemas como la prosopagnosia, cómo reacciona nuestro cerebro ante los errores o la importancia del afecto y la estimulación sensorial para la recuperación cerebral. Por el contrario, este mayor conocimiento de nuestro cerebro ha llevado aparejado un uso, éticamente cuestionable, en neuromarketing, donde supondría para Giménez Amaya una “intromisión en la intimidad humana” y “la manipulación de muchos individuos en beneficio de unos pocos”.
Otro de los dilemas éticos se abre cuando se plantea el aumento de las facultades cognoscitivas, ante lo cual surgen tres interrogantes: ¿cuáles serían los efectos secundarios?, ¿llevaría aparejado un recrudecimiento de las diferencias sociales?, ¿podrían también disminuir las capacidades? Estos planteamientos parten de una concepción reduccionista del ser humano que nos conduce al dilema mente-cerebro. Y es que el interés por la neurociencia ha crecido considerablemente en los últimos años partiendo del erróneo supuesto, afirma el autor, de que somos lo que es nuestro cerebro, y con el fin de dar una respuesta lógica y racional “a lo más humano del hombre” tratando de dominarlo para conseguir una humanidad mejor: transhumanismo cerebral. Así, partiendo de la pregunta de si somos algo más que un conjunto de neuronas muy bien organizadas, Giménez Amaya ahonda en el debate sobre si todo lo mental es físico, si realidades como la conciencia, la experiencia de libertad o la intencionalidad, tendrían únicamente bases biológicas.
El autor señala, sin embargo, que en este debate hay que partir de dos ideas importantes: 1) que estamos ante un misterio biológico que no se descifra con las modernas técnicas de exploración cerebral, y 2) que se mantiene la dificultad para explicar al ser humano solamente por su funcionamiento cerebral (p. 93).
Los grandes interrogantes humanos necesitan, para su respuesta, de la inter o multi disciplinariedad. La neurociencia necesita de otras ciencias y de la filosofía o la teología porque no caben únicamente respuestas reduccionistas y experimentales, pues “somos algo más que una suma determinista de la acción biológica de unos cientos millones de neuronas” (p. 104). Y no solo por la dificultad de explicar biológicamente distintas partes del cerebro o su unidad de funcionamiento, o el análisis de la autoconciencia y su unión a la autodeterminación o la capacidad de experimentar nuestra libertad interior; sino porque el ser humano tiene también un componente espiritual, llamémosle alma.
Por lo anterior, Giménez Amaya subraya la necesidad de la interdisciplinariedad regida por tres reglas básicas: 1) conocimiento riguroso de la realidad neuro-biológica y filosófica; 2) acuerdos claros en terminología, para significar los procesos cerebrales y mentales de una manera aceptada por todos; 3) plantear los problemas y las soluciones sin condicionamientos ideológicos. De este modo, se logrará que las respuestas que se vayan encontrando a cuestiones tan humanas como las emociones, la memoria o la conciencia sean más integrales.
Giménez Amaya plantea, en estas más de cien páginas de ágil lectura, un acercamiento a cuestiones que no por tratadas hace un tiempo han perdido su relevancia. Al contrario, introduce preguntas siempre válidas cuya respuesta hemos de ir fraguando en los estudios científicos y también en los ético-filosóficos.
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