Newman, John Henry: Apologia pro vita sua. Encuentro, Madrid, 2019. 448 páginas. Comentario realizado por Marta Medina Balguerías (Facultad de Teología, Universidad Pontificia Comillas, Madrid).
Estamos ante una obra clásica que Encuentro quiso reeditar en 2019, con motivo de la canonización de John Henry Newman el 13 de octubre de ese año. La edición es estética, cuidada y cómoda para el lector gracias a varios detalles que seguidamente comentaremos. El texto propiamente dicho de Newman está precedido de tres escritos: un prólogo de Ian Ker, experto en la figura de Newman; una introducción a la obra realizada por Víctor García Ruiz y José Morales, quienes han realizado la renovación y actualización de la traducción (que, por cierto, se lee muy bien); y una cronología bastante útil para situar los acontecimientos y las etapas de los que va hablando el teólogo inglés en su Apologia. El volumen se cierra con un glosario que trata de facilitar al lector la orientación en el enjambre de nombres y referencias que encuentra a lo largo de la obra. El glosario incluye información sobre personajes contemporáneos a Newman y también sobre términos relacionados con el mundo religioso e intelectual inglés, en concreto, de Oxford. Además, el lector encontrará muchas notas a pie de página que lo irán informando sobre las personas, acontecimientos o lugares que el autor va mencionando.
Newman escribió esta obra para exponer, con honestidad y libertad, la historia de sus creencias religiosas y cómo esta historia lo llevó a la conversión al catolicismo romano. El desencadenante que lo llevó a escribir la Apologia fue la polémica con Charles Kingsley, pero, más allá de defenderse de sus acusaciones, Newman quiso transmitir cómo había sido su evolución intelectual y espiritual, dado que en muchos momentos de esta historia no pretendió explicarse ni defenderse públicamente ante quienes lo criticaron o no lo comprendieron. Era, por así decirlo, una tarea pendiente.
La Apologia refleja un talante sincero, en búsqueda constante de la verdad y con la humildad suficiente para rendirse ante ella, aunque nunca contra su propia conciencia. Newman explora cada etapa de su vida intentando poner de relieve con la mayor honestidad posible qué pensaba y creía y por qué. A lo largo de los cinco capítulos en los que divide esta evolución de sus ideas religiosas, asistimos a un progresivo acercamiento al catolicismo romano, que termina con su adhesión a la Iglesia católica, con el consiguiente abandono de la Iglesia anglicana. Sorprende el respeto que, ya siendo católico, sigue profesando por el anglicanismo, por más que diga con toda sinceridad que considera que está en el error.
Un aspecto interesante de la conversión de Newman es su carácter procesual. Frente a otras conversiones que tienen lugar de manera más drástica, lo suyo fue un largo camino de diez años, que él mismo resume con meridiana claridad: “Durante los cuatro primeros años (hasta el otoño de 1839) yo deseaba sinceramente servir a la Iglesia de Inglaterra a expensas de la Iglesia de Roma. Durante los cuatro años siguientes yo deseaba favorecer a la Iglesia de Inglaterra sin perjudicar a la Iglesia de Roma. Al comienzo del año noveno (otoño de 1843) comencé a perder la confianza en la Iglesia de Inglaterra y renuncié a mis cargos eclesiásticos; lo que desde entonces escribí e hice estuvo inspirado por el sencillo deseo de no dañarla, y no por el de favorecerla. Al comienzo del décimo año me planteé claramente la posibilidad de abandonarla, pero con la misma claridad dije a mis amigos que se trataba solo de una posibilidad. Finalmente, durante la segunda mitad de ese año décimo, me puse a escribir un libro (Essay on development) en favor de la Iglesia de Roma e, indirectamente, en contra de la de Inglaterra” (p. 243). Newman se convirtió antes de haber terminado ese Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana.
Podríamos decir que, junto con otros factores que también influyeron, la conversión del teólogo de Oxford se debió en gran medida a sus estudios sobre el dogma, especialmente en la Iglesia Antigua, y de los Padres de la Iglesia. Como el propio Newman señala con cierta sorpresa, al encontrarse leyendo y escribiendo sobre un tema metafísico (el arrianismo; lo mismo le sucedió también con el monofisismo), “vi con toda claridad que en la historia del arrianismo, los arrianos puros eran los protestantes, los semi-arrianos eran los anglicanos y Roma estaba ahora donde había estado entonces. La verdad no estaba en el centro, en la Via Media, sino en un lado, lo que llamaban ‘el partido extremo’” (pp. 198-199).
La obra no solo refleja la historia, por decirlo así, más intelectual, sino también las dificultades espirituales que el autor vivió a lo largo del proceso que describe. Sin ser una autobiografía específicamente espiritual, el espíritu de Newman está presente en cada página, y el sufrimiento que determinados momentos y circunstancias le ocasionaron es patente. Esto no le hace perder corrección y respeto hacia los personajes de los que habla, pero sí da a la narración mucha dosis de realidad.
Tras la Apologia propiamente dicha encontramos varias notas que Newman añadió sobre temas que menciona en el texto y en los que profundiza algo más en las páginas finales que les dedica. Los temas de las notas son: Liberalismo; Los milagros en la historia de la Iglesia; Sermón sobre sabiduría e inocencia; La serie de vidas de santos (1843-1844); Sobre la Iglesia Anglicana; Sobre la “Economía”; Sobre la mentira y el equívoco.
De clásicos como este no hace falta hacer mucha “apología”. Es un escrito precioso, aunque exigente (sobre todo a la hora de hacerse cargo del contexto y los personajes que se van mencionando, si uno no los conoce previamente), y lleno de frases impactantes y cargadas de verdad que pueden ayudarnos a repensar muchos temas de calado. En suma, creo que quien se ponga ante la honestidad intelectual de Newman se verá llamado, si se deja, a revisar la suya propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario