Otón Catalán, Josep: Simone Weil, el silencio de Dios. Fragmenta, Barcelona, 2021. 224 páginas. Comentario realizado por Josep Otón.
Simone Weil es un personaje fascinante, poliédrico y controvertido. Nacida en el seno de una familia judía no practicante y acomodada, desde muy joven se interesó por la situación de los más desfavorecidos. Dotada de una mente brillante, vivió acomplejada por el talento de su hermano, el matemático André Weil. Estudió filosofía en la Sorbona, donde coincidió con Simone de Beauvoir. Weil fue la número 1 de su promoción; de Beauvoir, la número 2.
Compaginó su compromiso con el proletariado con la docencia en varios institutos de secundaria. Como eran tiempos complicados, no se conformó con ser una simple espectadora de la historia y quiso analizar los acontecimientos de aquella época desde su perspectiva personal. Criticó abiertamente el régimen soviético que se estaba consolidando como secuela de la Revolución rusa. Viajó a Alemania para entender el ambiente social que estaba catapultando al partido nazi hacia el poder. Sus convicciones sociales la llevaron a trabajar en diversas fábricas para tomar consciencia de las precarias condiciones de vida de los obreros. A pesar de su pacifismo, participó en la Guerra civil española como miliciana, sin llegar a hacer uso de la violencia. Tuvo que refugiarse en el sur de Francia para evitar caer en manos de los alemanes durante la ocupación. Después se exilió a Nueva York y a Londres, donde colaboró con la France Libre del general De Gaulle. Finalmente, murió a los 34 años agotada después de una trayectoria vivida con excesiva intensidad.
Una vez finalizada la II Guerra mundial, Gustave Thibon recopiló en La gravedad y la gracia una serie de pensamientos que Weil había ido anotando en sus Cuadernos mientras estaba en el sur de Francia. Con este libro se hizo pública la búsqueda espiritual de esta autora. Dios, la gracia, la cruz... formaban parte de los temas de reflexión de una pensadora que se había definido como agnóstica o, incluso, atea.
A partir de aquel momento se empezaron a publicar póstumamente los escritos de Simone Weil. El dominico Joseph Marie Perrin dio a conocer algunas de las cartas donde confesaba sus experiencias espirituales -en una procesión en Portugal, en Asís y durante la celebración de la Pascua en la abadía de Solesmes- así como sus reticencias a bautizarse.
Yo empecé a leer los textos de esta autora a finales de los 90. Estaba interesado en la experiencia interior de pensadores, escritores y artistas. Muchos de ellos, presuntamente ateos o agnósticos, se sentían interpelados por la cuestión religiosa. Incluso, algunas de sus vivencias podrían entenderse desde la perspectiva espiritual.
Simone Weil representaba un claro ejemplo de esta espiritualidad forjada en las afueras de la comunidad creyente, en el umbral, como diría ella, o en las periferias, como plantea el papa Francisco. Por este motivo, decidí estudiarla a fondo y le dediqué mi tesis doctoral.
En mi investigación, profundicé en dos dimensiones de su obra. Por una parte, su labor como educadora. Por otra, sus análisis sobre el totalitarismo. Weil era profesora y la educación era una de sus principales preocupaciones. En sus escritos encontramos numerosas propuestas para reformar el sistema educativo, sobre todo en lo que concierne a compaginar el trabajo manual con el intelectual. No se podía privar a los jóvenes obreros de una cultura que parecía reservada para las élites. Y, a su vez, el trabajo físico tenía que constituir un elemento clave en la educación. Además, Weil nos ofrece una serie de reflexiones sobre la atención y sobre cómo educarla en la escuela que sorprenden por su actualidad.
En el doctorado me centré en la importancia que esta autora concedía a la enseñanza de la historia, dado que me permitía abordar un segundo tema: la crítica a los totalitarismos. En mi opinión, el pensamiento de Weil concuerda con los postulados de Hanna Arendt al definir el totalitarismo no tanto como una anomalía surgida de la perversidad de determinados tiranos, sino como algo estructural que puede afectar en mayor o menor medida a cualquier colectivo.
Con el bagaje conceptual proporcionado por la tesis, he podido escribir Simone Weil, el silencio de Dios, publicado por la editorial Fragmenta. A partir del análisis de un relato breve, conocido como el Prologue, que me evoca el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, intento describir en qué consistió la experiencia interior (¿mística?) de esta filósofa y sistematizar su pensamiento religioso desarrollado a partir de sus vivencias, sus lecturas y su reflexión.
A través de su compromiso con la justicia social, Simone Weil había buscado de algún modo la transcendencia. Con el cristianismo conoció la figura de Jesucristo y también un universo semántico que le permitió formalizar su inquietud por el sufrimiento humano y por el silencio de Dios.
En este libro, intento averiguar qué le pasó, cómo lo interpretó a la luz de su intensa biografía y cómo lo articuló en un discurso, a menudo disperso y fragmentado, que resulta muy actual puesto que ilumina muchas situaciones de nuestro tiempo.
Hoy esta autora puede ser un referente para quienes buscan el Absoluto a pesar de ser reticentes con la dimensión institucional de la Iglesia. También para quienes, comprometidos en la vida eclesial, aspiran a profundizar en la experiencia de Dios y pretenden encontrar un lenguaje significativo para compartir la fe en un mundo secularizado. Además, Weil no se conformó con las aportaciones del cristianismo, indagó en la luz intrínseca de otras religiones, convirtiéndose así en una pionera del diálogo interreligioso, una cuestión crucial en nuestra sociedad cosmopolita.
En resumen, Simone Weil es a la vez una intelectual de primera línea, una activista social comprometida en la lucha por la justicia y una mística del siglo XX, cuya experiencia resulta profética para el siglo XXI.
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