miércoles, 27 de abril de 2022

Juan Izuzkiza: Borregos que ladran. Por José Fernando Juan Santos

Izuzkiza, Juan: Borregos que ladran. Reimaginar la educación desde la experiencia de un profesor que nunca supo progresar adecuadamente. De Conatus, Madrid, 2021. 140 páginas. Comentario realizado por José Fernando Juan Santos.

Es común que, entre los profesores, terminemos compartiendo nuestra experiencia y cotidianeidad. Tiene algo terapéutico, nos sitúa en nuestro entorno más próximo, siendo como es una profesión que vivimos de modo muy personal e individual. Este libro se enmarca en estas conversaciones y en un momento en el que, de forma general, asistimos a una gran crisis. 

La pregunta fundamental es, para muchos, si el alumno sabe qué hace en el aula y por qué está allí. Cuando se pierde esta referencia, puede ocurrir de todo. Es lo que encontraremos en estas páginas, teñidas de cierto humor e ironía y, a la par, con fuertes reflexiones sobre la vida, la sociabilidad, la motivación, los proyectos. 

Juan Izuzkiza tiene una larga experiencia en distintos centros del País Vasco, como profesor de Filosofía. Una disciplina que, además, invita a que surjan este tipo de pensamientos e inquietudes en un tiempo de desarrollo fundamental para los jóvenes, con grandes preguntas, con respuestas medio dichas, con preocupaciones de todo tipo y no pocas madejas todavía por desentrañar. 

Capítulos breves, directos, más narrativos que ensayísticos, con un equilibrio entre las vivencias y las anotaciones a esas vivencias. Comunica desde una cierta desesperación, si no desencanto por el sistema, sabiendo rescatar a los alumnos del naufragio, con sentencias fuertes que pudieran, si son escuchadas, orientar decisivamente el sistema educativo. Digamos que lo que le ocurre al autor es que la vida en el aula le da mucho que pensar en las personas y sus relaciones, en sus intereses y el rumbo general de la sociedad. Y ve en lo más inmediato, en lo que está ocurriendo, señales que apuntan más allá. Una experiencia simbólica del aula que transmita el clamor de lo que en ella sucede. 

Como he dicho al inicio, como el mismo autor reconoce, escribir un libro así es como hacer una especie de terapia que cure y resitúe, que obligue a dar un paso más allá de la simple constatación de las propias sensaciones o que siga adelante mascullando más y más palabras que se consoliden como prejuicios para lo siguiente que llegue. ¿Hay algo que pensar en torno a la educación? ¿Es el aula la única instancia actualmente disponible para ello? ¿Quién tiene que hacer esa reflexión y cómo se puede compartir con otros? 

Es probable que alguno piense que este libro será comprendido casi exclusivamente por otros docentes, más desde el amargor y la desilusión que desde la esperanza. Pero pienso que no es así, ni mucho menos. Que este libro, por su capacidad narrativa y reflexiva, sería también para alumnos y familias. Que este libro daría para situarse, sin vergüenza ni complacencia, en una realidad muy común. Que este libro serviría para seguir adelante y repensar qué estamos haciendo y hacia dónde estamos yendo. Lejos de constatar, impulsar, ilusionar y esperanzar. Quizá así encontremos el verdadero sentido por el que la educación es verdaderamente fundamental para la sociedad en su conjunto: nos va la vida en ella. 


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