lunes, 11 de abril de 2022

Josep Pla: Viaje en autobús. Por Fátima Uríbarri

Pla, Josep: Viaje en autobús. Cátedra, Madrid, 2021. 326 páginas. Comentario realizado por Fátima Uríbarri (periodista; correo:fauribarri@gmail.com).

Deliciosa coliflor hervida

“Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable. Viajar sin tener un objeto concreto es una auténtica maravilla”, lo asegura Josep Pla en las primeras páginas de su libro Viaje en autobús que este año rescata la editorial Cátedra. El libro agrupa los artículos que Pla publicó en la revista Destino entre 1940 y 1947, Diario de Barcelona y Arriba y que luego se reunieron bajo el título Viaje en autobús en varias ediciones, la primera de ellas en 1942.

Es un libro que gozarán los seguidores de Josep Pla, los que hayan degustado sus crónicas, sus libros de viajes, sus dietarios, su célebre Cuaderno Gris, porque Viaje en autobús es totalmente Pla: es un libro premioso, sembrado de observaciones agudas, centrado en lo cercano y de escritura limpia. Tiene también un deje nostálgico, de pena quizás; claro que está labrado en los duros años de la posguerra española en un país dolorido, escombrado.

«En realidad, hoy en España todos, quien más quien menos, tenemos las hormonas tristes», dice Pla en una frase que refleja mucho con poco: sí, las hormonas estaban tristes, también las suyas. 

Ha terminado la guerra y él se siente rechazado: sus ideas le arriman al bando ganador, pero su lengua y su catalanismo le procuran rechazo entre ellos. 

El escritor se monta en un autobús (de los de morro prominente y baca en el techo) para recorrer su comarca. Josep Pla se calza la boina, agarra el cuaderno de notas y escribe lo que ve y lo que eso le inspira. En esa época procura no meterse en charcos políticos, solo quiere descubrir y transmitir las verdades de la vida sencilla que discurre en los pueblos que recorre. 

Viajar le gustó siempre. Antes de subirse a este autobús, Josep Pla había sido corresponsal periodístico en Francia, Portugal, Italia o Alemania. En 1925 realizó un interesante viaje de seis semanas por la recién nacida URSS; luego contó sus apreciaciones en su libro Rusia. Y siguió viajando en los años posteriores a la guerra civil española, a Israel, Cuba, Estados Unidos o América del Sur. 

Nos explica Pla en las primeras páginas de Viaje en autobús qué tipo de viajero es él. No le van las exóticas selvas tropicales, las travesías por ríos salvajes o las cordilleras remotas. No es aventurero él, dice. Pero viajero sí, hasta la médula. “Mi recalcitrante vagabundaje”, lo llama él. O sí es aventurero, pero de otra manera: “La pieza de caza del viajar es la aventura. La aventura es la flor, el perfume del azar, la diversidad”, escribe Pla. 

Sus viajes transcurren con lentitud porque un buen observador se demora en los detalles. Y porque le gusta la lentitud: “Todas las cosas esenciales de la vida son lentísimas”, proclama. 

Pla se detiene a deleitarse con un paisaje o a conversar con la joven que se sienta a su lado en el autobús. El escritor se atreve a hablar con ella porque la ve cargada de libros y ella le confiesa que es maestra. Y en otra ocasión charla con una jovencita que está feliz porque regresa a casa tras haber visto una película que le ha encantado porque era de amor y lujo y salían muebles, salones, y alfombras preciosas, “y unos automóviles que parecen niquelados, que hacen un ruido como de seda”.

Ah, pero ahora vuelve a casa, tierra pobre, sin electricidad, sin agua corriente. Esta chica, Pla y otros viajeros forman parte “del retablo que se forma en el banco posterior de un autobús”, uno de los sitios más incómodos por los tumbos de los baches. 

Uno imagina a Pla con su boina –la menciona en el libro–, su placidez, sus ojillos despiertos escudriñando el paisaje por la ventanilla, charlando con sus compañeros de asiento. El interés se multiplica porque Viaje en autobús retrata la España destruida, gobernada por la escasez, las cartillas de racionamiento y el estraperlo. 

Hay hambre. Lo cuenta Pla con un paisaje: se ve un patatal por la ventanilla del autobús. “Oigo decir por todos lados a los viajeros; ¡patatas! ¡patatas! La gente se levanta de los asientos. Hay un desplazamiento general sobre las ventanillas. (…) El autobús, de suyo tan monótono y opaco, queda como envuelto en un torbellino vital. (…) Los ojos de los viajeros despiden una luz encendida”. Incluso un señor intenta apearse del autobús para lanzarse sobre el patatal. 

No todo es triste y gris, sin embargo. Hay una escena preciosa y vivaz cuando asiste al baile de una sardana y es una buena treta de Pla para colar su pasión catalana cuando el bando vencedor de la guerra no lo permitía. “Las viejas plazas de los pueblos de mi país, morenas y doradas por el sol de los siglos, resplandecieron de pasión dionisíaca (…) Fue un momento de maravilla, un grito estupendo de alegría”, dice el escritor, entusiasmado por escuchar la música de su tierra. 

Hace una loa feliz a la sardana: “Lo más parecido a la definición clásica del placer”. Le apasiona la música a Pla. Y la define.: “Numerar el bramido interno sordo y terrible del mundo, esto es la música”, afirma.

El retrato veraz de aquella España en la que los bailes de los pueblos eran acontecimientos principales es una de las delicias de este libro. Pla se fija en lo menudo, pero a la vez desgrana su vasta cultura. Mirando los paisajes alude mucho a la clásica imagen pastoril y menciona a David Henry Thoreau, Heráclito, Goethe, Soren Kierkegaard, Nietzsche o El Greco. 

Suelta también el escritor sus sentencias rotundas: “Escribir sobre el tiempo es como escribir sobre el agua”; “El potro de la imaginación tiene una sangre viva”; “El frenesí ordenado es la voluptuosidad”. O “viajando en autobús el vuelo es gallináceo”. A Camilo José Cela esta última afirmación le encantó y tituló así uno de los apartados de su Viaje a la Alcarria

El autobús es un escenario magnífico porque permite el acercamiento con personas de lo más diversas con las que no tratas en el reducido círculo vital en el que discurre nuestra vida cotidiana. El autobús es una atalaya estupenda para la observación. 

La lectura es deliciosa en este viaje por Cataluña. Se disfrutan el estilo limpio, el brindis a lo sencillo, la radiografía que hace de ese tiempo pasado, la celebración de la naturaleza, la primorosa atención a lo cotidiano y a la gente del campo y la humilde demostración de sabiduría que realiza el escritor ampurdanés. 

Uno de sus propósitos al escribir este libro –confiesa Pla con sorna– es sacarse un dinerillo. Pero el fundamental –asegura– es “contrastar hasta qué punto puedo llegar, manejando esta lengua, a la desnudez estilística, a la simplificación máxima de la manera literaria˝. Propósito logrado, señor Pla. 

Otro objetivo marcado por el escritor: “Yo he escrito solo las cosas que he visto en estos años azarosos. He visto lo infinitamente pequeño y pretendo presentarlo con una absoluta fidelidad”. También conseguido. 

Desde su ‘retina terrestre’, como dice él, Josep Pla plasma la vida misma en este Viaje en autobús. Un ejemplo: Pla está en la biblioteca del casino de un pueblo. Se acerca a la ventana “y por la rendija sube, de la callejuela, un vago relente de coliflor hervida”.


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