lunes, 18 de abril de 2022

Josep Maria Esquirol: Humano, más humano. Por Xavi Casanovas

Esquirol, Josep Maria: Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita. Acantilado, Barcelona, 2021. 176 páginas. Comentario realizado por Xavi Casanovas (Director del Centro de Estudios Cristianisme i Justícia, Barcelona).

“El mundo entero es un inicio increíble”. Para entender a fondo una afirmación como ésta sin creer que se está ante una mirada de la realidad extasiante y vacía de contenido hay que dedicar algún tiempo a la lectura pausada de este magnífico ensayo que ha realizado Josep Maria Esquirol. Esquirol sigue un proyecto que viene de lejos y apunta a lo nuclear: el intento de una propuesta de filosofía antropológica que explore nuestra condición desde una certeza total que nada es más valioso que lo que nos hace realmente humanos. Entenderlo y darle el valor que le corresponde es el ejercicio, como mínimo, de una vida entera. 

La filosofía de la proximidad que está elaborando Esquirol y que ha dejado claramente plasmada en sus —al menos— tres últimos libros, trata de responder a la dinámica de fuga hacia la nada que mueve actualmente nuestro mundo. “Ir más allá”, “superación de lo humano”, “dominación del mundo”, “rotura de todos los límites” son dinámicas establecidas que Esquirol rechaza y que hay que reorientar, encontrando de nuevo el norte perdido, aunque para que esto ocurra “serían necesarios unos cambios tan radicales como improbables”. Si Esquirol ha escrito su último libro, y los anteriores, es porque no renuncia a batallar el espíritu nihilista que nos domina, con modestia y sobriedad, pero con la contundencia de quien ha encontrado un camino que lleva a algún lugar y quiere mostrárselo a los demás: es el camino que lleva a lo central de la experiencia humana y que quiere aportar, en la medida de lo posible, algo de bondad en el mundo. 

Detrás del intento de Esquirol hay una propuesta de sistematización que, valiéndose de imágenes de lo más esenciales de la vida humana —la casa, el cielo, la herida—, y con un lenguaje realmente cercano, se dedica a reencontrar la singularidad de cada palabra y redefinir categorías para acabar construyendo un edificio coherente y sólido. Hay que pasar por cada uno de sus libros para entender la completitud de su propuesta. De este último libro destacaría al menos tres aportaciones que a mí me han parecido realmente relevantes: 

El corte cruciforme de la herida infinita. Este es el punto central de nuestra condición: la herida que nos constituye. El ser, más que ninguna otra cosa, es vulnerable. Todo lo que nos hiere nos hace a su vez más humanos. La herida de la vida, la de la muerte, la del tú y la del mundo. Una herida que no cierra, sino que sólo se puede acompañar. Aceptar que nacemos heridos, y que la herida se va haciendo profunda a medida que la vida avanza si estamos dispuestos a vivirla, es, de hecho, quitarnos de encima el peso de intentar una vida inmaculada. Hay dolor y lo habrá en un futuro, pero también hay gozo y maravilla, y encuentro con el otro. Y todo, gracias a la herida que nos permite afirmar que estamos vivos. 

La juntura, categoría de la no-confusión. La categoría de juntura o articulación es una de las herramientas centrales del pensamiento de Esquirol. En el debate abierto entre las teorías del pensamiento duales y no-duales, Esquirol se sitúa claramente en contra de la confusión que generan las segundas, rechazando toda tentación de panteísmo. Pero no junto a una dualidad que separa y excluye, sino de una dualidad que necesita de una articulación para ser fecunda y tener sentido. Así pues, el auténtico diálogo entre dos realidades tan diferenciadas como el cielo o la tierra radica en su articulación en la línea del horizonte. De igual manera entre “día y noche”, “ligereza y gravedad”, “acción y esperanza”. Esquirol nos recuerda que su propuesta no es dialéctica ni de superación de contradicciones, sino de hacer evidentes las tensiones y junturas. Es por tanto en estos tránsitos, en estos interregnos, en estos espacios bisagra entre realidades diferenciadas donde la verdad se nos revela. Sólo se puede pensar bien, hacer filosofía realmente fecunda, en la bisagra: “distinguiendo sin separar”. Y así se va construyendo un pensamiento que avanza a medida que encuentra nuevas junturas, las explora y las define. 

La espeleología de la esperanza. Una de las novedades del actual ensayo es el abordaje que realiza a las cuestiones últimas, entre ellas la de la esperanza. Es difícil hoy día no ser materialista. O aceptar al menos una migaja de trascendencia en nuestro mundo sin hacerse trampas al solitario. Pero hay un cierto materialismo que hace del mero realismo un callejón sin salida. Las categorías de misterio, esperanza, o sentido siguen allí enfrente formando parte de nuestra experiencia y habrá que hacer algo con ellas. Esquirol las trabaja con una gran sobriedad, no dejándose engañar ni dándoles una centralidad que no les corresponden, pero tampoco haciéndolas callar o dándoles la espalda. Esperanza, ¿por qué? Pues esperanza porque anhelamos “el reencuentro imposible” y porque “no todo está bien”. Hay una gran lucidez en cómo Esquirol entiende que “no es la inmortalidad, sino el encuentro y la compañía, lo que queremos”, situando pues la esperanza no en el terreno del deseo de vivir para siempre —muy propio de la huida hacia adelante y de nuestra confianza actual en la tecnología para llevarla a cabo— sino de hacer eterno lo vivido. 

Para terminar, la propuesta de Esquirol es una propuesta singular que recoge elementos de diferentes tradiciones. Sería engañarse no reconocer que el cristianismo está más que presente: los padres de la Iglesia, Juan Clímaco, Pablo de Tarso, Francisco de Asís y su mansedumbre, Isaías, Job, todos ellos circulan en el texto por la relevancia de sus aportaciones. El lector cristiano se sentirá reconocido en una antropología que le es cercana, pero a la vez se le muestra nueva, liberada del vocabulario apologético propiamente religioso. Una antropología con vocación universal. Al lector no-cristiano se le mostrará un camino que conduce a recuperar y hacer valer hoy lo mejor de la tradición cristiana pasado por el tamiz del paso del tiempo ayudados por la redefinición de conceptos de gran envergadura. Probablemente, y recuperando la importancia de la articulación que mencionábamos antes, Esquirol se nos muestra como un nuevo Pablo de Tarso explorando la juntura que puede emerger entre el pensamiento judío y el helenístico. Esquirol pone en diálogo lo mejor de la tradición antropológica cristiana con la tradición clásica: entre “el socratismo y el franciscanismo” se describe a él mismo, buscando la juntura, el “repliegue del sentir”, para elaborar un pensamiento sistemático realmente nuevo.


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