Bregman, Rutger: Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva histórica de la humanidad. Anagrama, Barcelona, 2021. 519 páginas. Traducción de Gonzalo Fernández. Comentario realizado por Gregori Gancho (gregorigancho@gmail.com)
Cuando se llega a esta sentencia en la página 444, el autor ya te ha conquistado y tú te has reconciliado con el mundo (y también contigo mismo), ya has entendido por qué extraña razón hay algunos momentos de tu vida en que te conmueves porque has visto un mínimo gesto de bondad en alguien.
Este libro es una maravilla que redescubre que todavía -como dice la traducción al catalán en el subtítulo- hay una esperanza para la humanidad: desde Tonga a Siberia, pasando por Nueva York y los canales de Ámsterdam, las prisiones ficticias de Stanford o las trincheras de Verdún… el autor te lleva de paseo por la historia y te va sumergiendo en los estudios psicológicos (a favor y en contra) desde siempre hasta hoy mismo. Las diez máximas finales es lo que el autor mismo ha aprendido escribiendo esta tesis: somos dignos de ser humanos.
Es mejor no seguir, os dejo con un fragmento que resume la tesis del libro y que viene encabezado por una cita de George Bernard Shaw a propósito de la otra mejilla de Jesús de Nazaret. Adelante, Sr. Bregman:
«Para castigar a alguien por un crimen hay que infligirle un daño. Y para reformarlo hay que lograr que sea mejor persona. Pero infligiendo daños no se logra que nadie sea mejor persona.Julio Díaz es un trabajador social residente en el Bronx, Nueva York. Una tarde, hace no mucho tiempo, tomó el metro para volver a casa después del trabajo y, como casi todos los días, se bajó una parada antes para ir a comer algo a su diner favorito. Pero, aquella tarde, su paseo hasta el restaurante no fue como otras veces. La estación de metro estaba desierta. Cuando subía por la escalera, salió de las sombras un adolescente con una navaja en la mano. “Le di mi cartera”, le contó Julio más tarde a un periodista. El chaval agarró el botín y, cuando se disponía a salir corriendo, Julio hizo algo insólito.“¡Eh, espera!”, le dijo. “Si vas a andar por ahí atracando a la gente toda la noche, tal vez te venga bien mi abrigo. Hace frío.” El atracador miró a Julio sin dar crédito a lo que acababa de oír. “¿Por qué me das tu abrigo?”. Si estás dispuesto a arriesgar tu libertad por unos dólares”, contestó Julio, “supongo que será porque necesitas el dinero de verdad. Yo lo único que quería era ir a comer algo. Si te apetece venir conmigo, para mí será un placer.” El chaval aceptó.Poco después, Julio y su atracador se sentaron en una mesa del restaurante. Los camareros los saludaron efusivamente. El responsable se acercó a charlar con ellos, y hasta los lavaplatos les dieron las buenas tardes.“Todo el mundo te conoce”, dijo el chaval sorprendido. “¿Eres el propietario del restaurante, o qué?” “No, qué va”, contestó Julio. “Pero vengo a comer aquí con frecuencia.” “¡Y eres amable hasta con los lavaplatos!” “¿A ti no te enseñaron en el colegio que hay que ser amable con todo el mundo?” “Sí, pero no sabía que hubiera gente que lo pone en práctica de verdad.”Cuando terminaron de comer les trajeron la cuenta. El único problema era que Julio ya no tenía su cartera. “Escucha”, le dijo al atracador, “vas a tener que pagar tú, porque me has dejado sin dinero. Pero si me devuelves la cartera, estaré encantado de invitarte.” El chaval le devolvió la cartera. Julio pagó la cuenta y le dio veinte dólares al atracador. Con una condición: que le entregara la navaja. Unas semanas después, Julio no necesitó pensar mucho cuando un periodista quiso saber cómo se le había ocurrido invitar a comer a su atracador: “Si tratas bien a la gente, cabe esperar que ellos también te traten bien a ti. Es lo más sencillo que puede haber en este mundo tan complicado.”Cuando le conté a un amigo mío el acto heroico de Julio, su reacción fue fingir teatralmente una arcada. Vale, lo admito, es una historia muy empalagosa. La anécdota me recordó a los clichés que oía de niño en la iglesia. En catequesis nos leyeron el discurso de la montaña de Jesús, en Mateo 5:Habéis oído que se dice: “ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo os digo: no repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la mejilla izquierda. Si alguien quiere iniciar un pleito contigo para arrebatarte la túnica, dale también el manto. Y si alguien te obliga a caminar con él una milla, camina dos a su lado.Sí, claro, piensa uno entonces. Buen plan, Jesús… si fuéramos santos. El único problema es que somos personas de carne y hueso, y en el mundo real no hay nada más ingenuo que ofrecer la otra mejilla, ¿o no? Pero ahora caigo en la cuenta de que, en realidad, Jesús no hizo más que describir un principio muy racional. Los psicólogos modernos lo llaman “comportamiento no complementario”. Normalmente somos espejos. Si alguien te hace un elogio, enseguida buscas la forma de devolverle el halago. Y si alguien te dice algo ofensivo, automáticamente sientes la necesidad de devolverle el dardo.Es fácil hacer el bien cuando te tratan bien, pero no suficiente. O, como dijo Jesús: “¿Qué mérito tiene amar a quien te ama? ¿Acaso no hacen lo mismo los pecadores? ¿Qué tiene de excepcional tratar bien a tus hermanos y hermanas?”. La cuestión es si podemos ir un paso más allá. ¿Qué ocurriría si no solo asumimos la bondad en nuestros hijos, nuestros colegas y nuestros vecinos, sino también en nuestros enemigos?».
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