lunes, 22 de mayo de 2023

Louis Lallemant: Doctrina espiritual. Por Eduard López Hortelano

Lallemant, Louis: Doctrina espiritual. Mensajero-Sal Terrae-UPCo, Bilbao-Santander-Madrid, 2017. 479 páginas. Edición de José A. García. Col. Manresa 63. Comentario realizado por Eduard López Hortelano.

«Jamás pretendió publicar su “doctrina espiritual”. Fueron los historiadores, en primer lugar, Pierre Champion (que no conoció a Louis Lallemant), Jean Rigolenc y Jean-Joseph Surin; y, más tarde, H. Bremond, los que lo hicieron un “maestro de escuela”» (Bottereau, Dictionnaire de Spiritualité, 127). Así quisiera iniciar este breve comentario a esta gran obra que, por primera vez, ve la luz en el ámbito hispano. Estamos, por consiguiente, ante un capolavoro y ante una edición sumamente cuidada –introducción, notas, aparato crítico y cuatro cartas de Lallemant– tanto por los editores como por los traductores. 

Siete principios tejen esta imprescindible obra. Como no podía ser de otra manera, Louis Lallemant (1588-1635) parte de un primer motivo, «Mirada hacia el fin», que formula lo que el Principio y Fundamento [Ej 23] pretende mostrar: primero, Dios (cf. Flp 1). Si tuviéramos que establecer una estructura, el libro dedica dos principios que fundamentan la vida espiritual según Lallemant: «Mirada hacia el fin» (1º Principio) y «La perfección» (2º Principio). Los medios que conducen hacia la consecución del fin y la perfección espiritual son el núcleo de la Doctrina espiritual: «La pureza del corazón» (3º Principio) y «La docilidad a la dirección del Espíritu Santo» (4º Principio). Estos medios tienen su razón de ser en la oración y, en particular, en la oración mental. Por este motivo, el autor desarrolla tres dimensiones que ayudan a comprender la vida en el Espíritu, su progreso, sus dificultades y su estructura: «Recogimiento y vida interior» (5º Principio), «Unión con nuestro Señor» (6º principio) a través del conocimiento de los misterios de la fe, el amor y la imitación, y, finalmente, «Orden y grados en la vida espiritual» (7º Principio). 

a) Vectorizar la vida teológico-espiritual. Primero, Dios. Lallemant recuerda que la búsqueda de Dios se realiza mirando al fin y no a los medios. Aquí, la perfección encuentra su razón de ser más profunda, porque Dios da vida, conserva y rige la Creación y sus criaturas. Para comprender la perfección cristiana, al modo ignaciano, no podemos obviar dos piezas clave que son su telón de fondo: el Principio y Fundamento [Ej 23] y la Contemplación para alcanzar amor [Ej 230ss] de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. Ambos casos sitúan al cristiano como ejercitante y criatura en un amplio espacio y tiempo que trasciende las simples circunstancias, eventuales y fugaces. 

Los dos vectores que marcan el sendero de la vida espiritual son la pureza de corazón y el fervor del espíritu. Estos caracterizan la perfección para Lallemant. Sin embargo, existe una “perfección” propia de la Compañía de Jesús. Por este motivo, le dedica un tratamiento específico. En la Compañía de Jesús, la perfección mueve al Instituto a mirar a Cristo como Salvador y a Ignacio como modelo de esta perfección. En definitiva, los medios sobrenaturales (oración, sacramentos, predicación) dirigen los medios naturales (talentos, inteligencia, ciencias y modo de enseñarlas). Realmente, Lallemant da un toque realista cuando expone los tres tipos de religiosos como si encarnasen la meditación de los tres binarios [Ej 149-156]. Los primeros, aquellos que se olvidan de sí mismo. Los segundos, los que viven engañados. Y los terceros, aquellos que ejercen la indiferencia ignaciana. En este punto, como medio más propio, la oración debe ser práctica porque mueve la voluntad y produce acciones que implementan las virtudes y el celo apostólico. 

b) Pureza de corazón y el discernimiento espiritual. El tercer y el cuarto principio definen el núcleo de la perspectiva de Lallemant. La pureza de corazón es el vehículo o el medio para conducir al cristiano hacia la perfección. En otras palabras, se insta a combatir los juicios erróneos y las afecciones desordenadas. Lallemant antepone el cuidado o la guarda del corazón antes que el ejercicio de las virtudes o de acciones aun si, en apariencia, sean muy santas y devotas. Para ello, la pureza de corazón purifica los pecados veniales (vanidad, sensualidad, apego), las pasiones y el orgullo. No deja de ser interesante cómo se vincula la pureza de corazón con el discernimiento. Efectivamente, el corazón se corrompe –no hay siempre buenas intenciones o intenciones rectas en el proceder del cristiano–. Sus dos fuentes principales de corrupción son el error y las falsas máximas y la ignorancia. De esta segunda surgen los tres tipos de discernimiento que se proponen: la ignorancia que no distingue entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo y entre lo útil y lo dañoso. ¿Es la “guarda de corazón” un tipo de discernimiento? Podemos afirmar que sí. La guarda de corazón es el ejercicio o la invitación (para diferenciarlo del examen de conciencia) que mira el presente y sus acciones sin detenerse mucho en la memoria y sin un espacio y tiempo determinados. 

Lallemant ofrece una excelente relación entre ascesis y mística. Para que los deseos no divaguen, la guarda de corazón es un ejercicio concreto: vigilar el interior, prevenir dónde podríamos errar, resistir, acoger la gracia, entrar en nosotros mismos. De aquí el vínculo esencial con el discernimiento o “la docilidad a la dirección del Espíritu Santo”. A través del ejemplo de la columna de nube y de fuego que acompaña de día y de noche al pueblo de Israel en el Éxodo, Lallemant profundiza en los dones del Espíritu Santo cuyos frutos son las virtudes. Pero los engaños, las ilusiones erróneas, son los principales obstáculos para quien decide seguir y afectarse en el seguimiento de Cristo: impedir el bien o disminuirlo, relajarse porque se cree que todo ya se ha conseguido, vacilar e inquietarse. 

c) Vida espiritual como vida interior. No debemos pensar que la interioridad sea el gran invento que hoy en día prolifera entre nuestros mercados espirituales. Lallemant cree necesario incluir en sus tres últimos principios, las tres notas que caracterizan lo que él llama “vida interior”: «Recogimiento y vida interior» (5º Principio), «La unión con Dios» (6º Principio) y «Orden y grados en la vida espiritual» (7º Principio). Sin duda alguna, el autor propone las tres vías clásicas espirituales (purgación, iluminación y unión) y recoge la tradición teológico-espiritual de Occidente que primó, ya desde el primer milenio, el trabajo-la oración y el discernimiento espiritual como los principales rasgos de la vida espiritual. Máximo, el Confesor (c.580-662) dividió los tipos de ejercitantes en principiantes, proficientes y perfectos. Tomás de Aquino (c.1224-1274) definió la perfección cristiana como “perfección de la caridad” (STh II-II, q.184, a.5). Esta última parte ahonda en la relación entre dogma y revelación, entre verdad y experiencia. En tres secciones, Lallemant escribe acerca del conocimiento de Cristo, del amor y de la imitación. El primer apartado se centra en la Encarnación, el anonadamiento y los misterios de la vida de Cristo para finalizar con la figura de María. El segundo apartado, más breve, perfila el ejercicio del amor y su práctica en la Eucaristía. Finalmente, el tercero, que se refiere a la imitación de Cristo, lo presenta como modelo para la vida consagrada: Cristo en pobreza, en castidad y en obediencia, junto a su humildad, vida interior y perfección. 

Así, esta parte contiene más una perspectiva dogmática que conduce hacia la espiritualidad (7º Principio) y, que fundamentalmente, se expone cómo Lallemant entiende la oración mental. Ésta se clasifica en meditación u oración reflexiva para los principiantes y los que están en la vida purgativa, en oración afectiva para los que avanzan en la vida iluminativa y en oración contemplativa o de silencio o de unión para los perfectos que vivan la unión con Dios. Quizá, hoy en día, ante tal galimatías conceptual, esta distribución adolece de ser demasiado esquematizada. El corsé no está tan definido y, pese al intento de sintetizar el progreso de la vida en el Espíritu, hablaríamos actualmente de la vida espiritual como “simplificación de Dios” (García de Castro). Las últimas líneas resumen buena parte del pensamiento de Lallemant: la contemplación es la visión simple, “procede y tiende al amor” más que a un razonamiento teológico (Suárez). Por eso, este jesuita francés se acerca a la mística de Teresa de Ávila (1515-1582) cuando la mística castellana define la oración de quietud o de silencio como «ponerse el alma en paz, o ponerla el Señor con su presencia por mejor decir» (Camino 31, 2-3). 


No hay comentarios:

Publicar un comentario