Daelemans, Bert: Encuentros en el camino. Una propuesta de discernimiento espiritual. PPC, Madrid, 2015. 301 páginas. Comentario realizado por Eduard López.
La riqueza y el límite se alían ante la singularidad de esta obra. Así es el calificativo acuñado por el teólogo P. Rodríguez Panizo, quien la prologa. El avispado lector, sagazmente, se dirige hacia el significado de “singular” y observa en su segunda acepción: “Extraordinario, raro o excelente” (DRAE, 2016). Realmente, la obra del teólogo B. Daelemans, jesuita y arquitecto, se suma a una tradición francesa y alemana, tan careciente en los lares más meridionales de Europa. Ya S. Germain elaboró una obra sublime (Bayard, 2011) que tiene su centro en el camino de la cruz mediante la imagen y la palabra recordando la poética teológica de F. Cassingena-Trévedy (Ad Solem, 2011). Por su parte, la artista Hetty Krist realizó el mismo recorrido pasional de Cristo para la iglesia de los capuchinos en Frankfurt am Main. En efecto, B. Daelemans escoge la serie de esculturas de bronce que reflejan el vía crucis, elaboradas por el alemán Werner Klenk para el monasterio de Maria Königin (Altenhundem, Alemania). Ellas son el objeto de encuentro y de camino espiritual bajo la guía, el texto y el proceso de los Ejercicios ignacianos. He aquí donde radica su riqueza. Sumándose no sólo a la tradición de Jerónimo Nadal en sus Evangelicae Historiae Imagines (1593), sino a lo apuntado por el Breve Directorio (1580), donde se invita al uso de la imagen para suscitar la experiencia espiritual del creyente, B. Daelemans parece concebir la imagen mucho más que como un sencillo recurso estético y, en todo caso, estético-teológico. Ella transporta a todo un mundo que se podría resumir bajo el principio medieval per visibilia ad invisibilia. La imagen de Cristo en su Pasión deviene el lugar espiritual porque en ella se condensa el misterio pascual, su Pasión y su Gloria.
El recorrido propuesto por este teólogo no se sirve de unas esculturas de bronce ni las pone al servicio de los Ejercicios ignacianos. Lejos de cualquier tipo de oportunismo, construye toda una poética del misterio pascual que debe ser experimentado o, en términos ignacianos, que debe ser ejercitado. He aquí la interrelación establecida entre la imagen y el texto de los Ejercicios. Si el texto ignaciano propone un recorrido en cuatro etapas o semanas (pecado-misericordia, seguimiento, elección y misión, Pasión y Resurrección), B. Daelemans hace emerger otro tipo de proceso a la luz de los Ejercicios: cuatro tiempos distribuidos en el mundo, la misión, la pasión y la resurrección. Para el primero, el mundo, se centra en la imagen del Ecce Homo para invitar al ejercitante al ejercicio de las dos Banderas [Ej 136-147], de la Encarnación [101-109], de la Humildad y de la meditación de los propios pecados [55-61]. Mientras que la misión, en un segundo lugar, dirige su mirada hacia el cariño versado en el encuentro de Jesús con su madre durante el vía crucis y lo hace a través de los ejercicios del Nacimiento [110-117], la gratuidad, la fidelidad y el consuelo; la “tercera etapa” o semana se construye con la imagen de la caída de Jesús, la misma Pasión, auspiciada por los ejercicios de transparencia, los tres grados de humildad [165-167], de la confianza y de la despedida. Finalmente, en lo que concierne a la cuarta etapa, ésta se inaugura, paradójicamente, con la sepultura, el lugar del huerto joánico, donde tiene lugar el vacío de la muerte y la plenitud de la Resurrección. Aquí tienen lugar los ejercicios de la aparición del Resucitado a su Madre [218-225], el de la alegría, el encuentro con María de Magdala, la célebre contemplatio ad amorem [230-237] y el ejercicio de Emaús.
Si decíamos que la riqueza de la obra es una de sus notas que pueden calificarla de “singular” o “excelente”, de igual manera, su singularidad o extrañeza se enraíza en la deconstrucción que el autor realiza al mismo texto de Ejercicios. La alteración forma parte de la poética elaborada por B. Daelemans: la inclusión de la Encarnación, de las dos Banderas (segunda semana) con el ejercicio de los propios pecados (primera semana), el trasvase del ejercicio de los tres grados de humildad (segunda semana) en la tercera etapa o semana denominada Pasión, la separación acaecida entre el Nacimiento y la Encarnación –piezas únicas e inseparables en el texto ignaciano-, por no decir las reglas de la discretio spiritualis tanto de primera semana [313-327] como de segunda [328-336] dispuestas en otro orden y según esa “otra propuesta de discernimiento espiritual”.
En efecto, su singularidad presenta su riqueza y su rareza o límite. La deconstrucción poética construye otro modo y otro proceso textual independientemente del proceso interno que puedan tener la experiencia del creyente o la del ejercitante. Este otro “modo y orden” se inspira en los ejercicios ignacianos. En ambos casos, el del propiamente ignaciano y esta “otra” propuesta, dirigen su atención hacia lo que J. Pons denominó El camino hacia la forma (Acantilado, 2015) y que, más específicamente, ante la imagen de Cristo en su Pasión y su Gloria, es el camino de la cruz como encuentro y camino que se debe ejercitar para configurarse en la forma de Cristo, a su modo y en su modo de proceder. Es la identidad del cristiano y de su misión.
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