viernes, 13 de diciembre de 2024

Segundo Llorente: Memorias de un sacerdote en el Yukón. Por Manuel Revuelta

Llorente, Segundo: Memorias de un sacerdote en el Yukón. BAC, Madrid, 2010. 304 páginas. Traducción, presentación y notas de Javier Nicolás. Comentario realizado por Manuel Revuelta.

El P. Segundo Llorente (1906-1989) ha sido uno de los misioneros más queridos y admirados del siglo XX. Sus cartas desde Alaska se leían con fruición cuando aparecían en la revista El siglo de las misiones, al igual que sus libros sobre el país de los eternos hielos. La traducción al español de sus Memorias, escritas y publicadas en inglés en 1990, se debe a Javier Nicolás, gran conocedor de la vida y obra del misionero leonés, pues ha leído sus cartas (más de 2.000, en su mayor parte inéditas), ha entrevistado a sus familiares y compañeros y ha viajado a los poblados que evangelizó, cercanos al círculo polar ártico. 

Las Memorias del P. Llorente se leen de principio al fin con verdadero interés. El eje del relato es su propia vida; pero su vida es todo un carácter. Sin pretenderlo, la persona que aquí nos cuenta su vida nos descubre con toda sencillez la riqueza de su mundo interior y, al mismo tiempo, nos comunica la fascinación del mundo exterior al que consagró su trabajo y del que recibió experiencias imborrables. No sabe uno qué admirar más en este libro, si lo autobiográfico o lo descriptivo. Por una parte, el P. Llorente nos muestra su propio yo: la madeja de su vida exterior, marcada por tiempos y lugares, y el secreto de su vida interior, que se le escapa en confidencias espirituales y místicas. Por otra parte, nos describe con trazos certeros el mundo que le rodea, que son las personas y la naturaleza. Autobiografía, espiritualidad, antropología, geografía, etnografía, política... De todo hay en este libro, de estilo ágil y familiar, sazonado con chistes y ocurrencias que provocan, a veces, la risa del lector. 

El libro es, ante todo, una biografía que transcurre en lugares y tiempos. Resulta muy útil la tabla cronológica y el mapa de Alaska al principio del libro. Este se divide en 22 capítulos, que siguen las etapas de la vida del misionero, y se cierra con un epílogo en el que se resume la vida de los fundadores de la misión. El relato se ocupa casi exclusivamente de la vida activa del misionero. Los años de su niñez, juventud, vocación y formación se resumen sin especiales detalles en el capítulo 1. Los restantes capítulos se detienen en las etapas de su vida en Alaska, especialmente durante sus primeros años, cuando las experiencias eran más impactantes. Los lugares de residencia del misionero van cambiando por distintos puestos de misión, situados a orillas del Yukón, en poblaciones costeras o en localidades más apartadas (Holy Cross, Akulunak, Kotzebue, Nunakhock, Bethel, Sant Mary’s, Alakanuk, Nome). En estos lugares realiza su labor sacerdotal estable, profundamente humana, y desde ellos emprende viajes en trineo para visitar a los nativos en cabañas dispersas o para actuar como agente social arreglando las pensiones de los ancianos o las bodas de los jóvenes. Las misas del P. Lorente ante las pequeñas comunidades esquimales eran un acto de familia: «La mayoría de las mujeres llevaban niños en sus brazos. Los llantos de los bebés eran aquí ya parte de la liturgia» (p. 196). En uno de los sitios más retirados, donde estuvo 86 días en la temporada de hielos, sin radio, ni luz ni agua corriente, «el único artículo de lujo que tenía era mi máquina de escribir, que era responsable, la mayoría de las veces, de mi salud mental, y gracias a la cual salieron muchos artículos para revistas españolas» (p. 134). En noviembre de 1960, Llorente fue el primer sacerdote católico elegido por voto como diputado en la asamblea legislativa del Estado de Alaska en Juneau. En el capítulo 21 nos cuenta esta interesante experiencia. En el capítulo siguiente narra su estancia en la ciudad de Nome, donde fue párroco en los años 1965 y 1966. Aquí acaba propiamente el relato de las Memorias de nuestro misionero, aunque siguió trabajando en Alaska otros nueve años (en Fairbanks, Cordova y Anchorage). En 1975 dejó Alaska para trabajar durante seis años en una parroquia de hispanos en Moses Lake (Washington). Falleció a los 83 años, en 1989. 

El libro tiene algo de novela de aventuras, con sucesos dramáticos y pintorescos. Es un libro de viajes por el borde del mundo, en tren, en barco y, sobre todo, en trineos de perros y en canoas o kayaks de piel de foca. Es un libro en el que se describe la naturaleza en directo por una persona que estuvo a punto de ahogarse cuando se quebró el hielo bajo el trineo, que contempló las auroras boreales del ártico, la cegadora niebla blanca, los días sin noche y las noches sin días, y que sintió el estallido de la vida en los salmones, focas, morsas, gansos, cisnes, renos, osos y castores. 

El libro es una galería de personajes arrancados tan al vivo de la realidad que a veces parecen fruto de la imaginación, como el buscador de oro Jimmi Cross, o la anciana Amonak, que se sentaba sobre la nieve como una estatua de paz. Llorente era hombre simpático, que se ganaba amigos porque trataba a todos con cariño y respeto: blancos o esquimales, católicos o ateos, ancianos o niños. Nuestro misionero fue testigo de dos Alaskas muy distintas, la antigua y la moderna. Él mismo lo dice en la introducción: «Fui animado por mis amigos a escribir estas memorias (y contarlo tal como fue) porque tuve tuve el privilegio de vivir con los primeros hombres, así como con los actuales, en los cuarenta años que estuve en Alaska (1935-1775), considerándome así un vínculo entre lo pasado y lo presente». El paso del tiempo se nota en los datos históricos que el misionero aporta sobre los cambios en los poblados, en las costumbres o en el desarrollo de la misión. En concreto, el catálogo de jesuitas que menciona es completísimo, pues no se contenta con hablar de sus contemporáneos (a los que describe con perspicacia y cariño), sino que ofrece noticias de los predecesores que fundaron la misión desde 1887. También aporta preciosos datos etnográficos, sobre las costumbres y formas de vida de los esquimales más antiguos, que poco a poco van desapareciendo. 

El libro es, por último, un testimonio de fe que fluye «ex abundantia cordis». Llorente era un sacerdote por los cuatro costados. Todos sus recuerdos están transidos de una espiritualidad que todo lo empapa sin decirlo. Algunas veces ese testimonio se expone de manera explícita, cuando el misionero solitario nos comunica sus vivencias al sentir la cercanía de Jesús en el sagrario (pp. 41-42, 66-68), la presencia de Dios en «la vastedad infinita de la nada» (p. 135), el misterio del sacerdocio, que le identifica con Cristo (pp. 150, 164).


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