Grün, Anselm: La sabiduría del peregrino. Sal Terrae, Santander, 2009. 94 páginas. Comentario realizado por Narciso Sunda.
Anselm Grün es un sacerdote benedictino alemán que, desde hace casi treinta años, concilia la ocupación de administrador de la abadía Münsterschwarzach con la dirección espiritual y cursos de espiritualidad, y a pesar de eso tiene una fecundidad literaria impresionante. Desde 1976 ha publicado casi 200 libros sobre temas de espiritualidad. El texto es un verdadero concentrado de sabiduría para peregrinos. Simple y fácil de leer, el libro presenta una especie de obertura que, con trazos rápidos e incisivos, describe el sentido espiritual de la peregrinación (pp. 11-23). El autor, a partir de la experiencia antropológica ancestral del ponerse en marcha para buscar el sentido de la vida, cambia poco a poco el enfoque, pasando de la experiencia del andar a la del vivir. Saber cómo ponerse en movimiento, hacer el camino y llegar a la meta es, en última instancia, ser sabios, hombres que han aprendido a salir de sus propias seguridades para dejar espacio a la vida de los demás, a la naturaleza y a Dios. Ser peregrino significa exponerse a la intemperie y la incertidumbre; ayudar a confiar en el futuro y en los otros; llegar a la anhelada meta para descubrir que la única meta realmente querida es volver al principio. Parafraseando Efesios 3,20, «el cielo es nuestra casa».
Después de una larga introducción, el autor acompaña al lector, a lo largo de siete capítulos, en las etapas fundamentales de la peregrinación. Los capítulos siguen un «esquema» común: una cita inicial, y luego, jugando hábilmente con la etimología de las palabras clave, se abre una reflexión a la vez antropológica, filosófica y existencial, que se cumple con la referencia explícita a la historia de Jesús el Cristo. Después de haber hablado del sentido del partir (cap. 1), caminar (cap. 2), indicadores en el camino (cap. 3), el albergue (cap. 4), el quinto capítulo va al meollo de la cuestión. Una peregrinación no ha logrado su propósito si no genera una metanoia, una conversión del corazón, cambio de horizonte, permanente apertura a la novedad. Aprender a caminar con confianza puede ayudar a encontrar el coraje de dar marcha atrás, dejando los caminos equivocados que estábamos recorriendo. En el penúltimo capítulo está la referencia a seguir a Cristo, único camino seguro, única luz verdadera. El autor, con un estilo coloquial y parecido a una conversación espiritual bien llevada, acompaña al lector a confrontarse seriamente con la figura de Jesús.
Al llegar al epílogo del camino y de la lectura, el autor compara el peregrinar al renacer: el camino de Santiago en la Edad Media duraba nueve meses. El camino tendría que llevar al peregrino a entrar en la gran procesión que conduce a la ciudad de Dios y a la unión íntima con Él (p. 93). El texto, jugando con diferentes niveles de comunicación y profundidad, puede ayudar al peregrino ocasional, creyente o no, a encontrar un sentido espiritual a su caminar. Insinuando buenas preguntas y ofreciendo excelentes respuestas, el libro puede ser un instrumento eficaz de primera evangelización. Al lector más experto puede proporcionarle sugerentes puntos para una profundización personal o para afinar sus habilidades en el ámbito de las peregrinaciones apostólicas.
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