Taylor, Charles: La Era Secular. Gedisa, Barcelona, 2015. 768 páginas. Traducción de Ricardo García Pérez y Mar Ubaldini. Comentario realizado por Ignacio Sepúlveda del Río (Departamento de Humanidades y Filosofía. Universidad Loyola. Andalucía).
Recientemente ha sido publicado, traducido al castellano, el segundo tomo de La Era Secular (2015), de Charles Taylor. Dicho ensayo es, tal como ha señalado Robert Bellah, uno de los libros más importantes que se han escrito en los últimos años. En él, su autor es capaz de volver a poner novedosamente y públicamente con éxito el tema del secularismo. Es verdad que el texto es largo (unas ochocientas páginas), y que a veces se repite o da demasiados detalles —hay algunos que afirman que Taylor pudo haber dicho lo mismo en la mitad de páginas y otros reconocen que largos pasajes son adaptaciones de otros trabajos anteriores, tales como Imaginarios Sociales Modernos o La Ética de la Autenticidad—, pero la historia que cuenta («to tell a story» como él le alude) vale la pena ser escuchada.
El libro se divide en 20 capítulos contenidos en cinco partes de las cuales queremos destacar algunos aspectos esenciales para su comprensión. El origen del libro se remonta a 1999 cuando Taylor es invitado a dar las Gifford Lectures en Edimburgo. La conferencia impartida y rotulada como «Living in a Secular Age» fue el germen de lo que siete años más tarde sería A Secular Age (The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge 2007).
El problema central del libro es, como lo indica el título, el fenómeno del secularismo. En general, se entiende el secularismo como un debilitamiento o vaciamiento de Dios en los espacios públicos, o, por otra parte, como un decline de las prácticas y creencias religiosas. Ambas posturas se pueden resumir en la teoría clásica del secularismo, que asumía que a mayor desarrollo de la racionalidad, las religiones irían declinando. Las dos posturas anteriores son a las que Taylor se refiere como teorías de la sustracción, donde la religión va perdiendo terreno frente a la modernidad y ante la nueva situación social, económica y cultural que ésta trae aparejada. Un ejemplo de lo señalado por el filósofo canadiense se puede apreciar en la manera en que se «cuenta» la historia de la modernidad: «Una de las más comunes “historias de sustracción” atribuye todo al desencanto. Primero, la ciencia nos dio una explicación “naturalista” del mundo. Luego la gente comenzó a buscar alternativas a Dios. Pero las cosas no fueron así. La nueva ciencia mecanicista del siglo XVII no fue vista, necesariamente, como una amenaza a Dios, sino hacia el universo encantado y mágico. Por otro lado, también planteó problemas para las providencias particulares. Pero había importantes razones cristianas para embarcarse en la ruta del desencantamiento. Darwin no estaba aún en el horizonte del siglo XVIII» (Taylor 2007, p. 26). Pero, para Taylor, la historia es mucho más compleja e interesante que una simple teoría de «sustracción». Por este motivo, la historia es difícilmente comprensible sólo a través de explicaciones «a-culturales» sino que se deben tener en cuenta factores humanos, culturales, morales y espirituales, entre otros. Ahora bien, hay un tercer sentido del secularismo el cual está vinculado a las condiciones de posibilidad del creer. Hay un contexto social y cultural que se ha transformado completamente para la dimensión religiosa. La clave de este cambio radica en el «imaginario social» de la gente. Así, la mutación operada en la sociedad se define por un proceso que va desde la creencia fácil y poco problemática en Dios —una sociedad donde nadie cuestionaba su existencia— a una sociedad donde lo religioso, creer o no creer, se presenta como una opción entre otras muchas: «Creer en Dios ya no es más un axioma. Hay otras alternativas. Y esto muy posiblemente signifique, por lo menos en ciertos lugares, que sea difícil poder sostener la propia fe» (Taylor 2007, p. 3).
Taylor reconoce que en nuestra época mucha gente aún vive su fe, pero cada día se va tornando más difícil sostenerla, o al menos cierto tipo de fe. ¿Qué significa, o qué tiene de novedoso, el entendimiento de la secularidad en este tercer sentido? Taylor anhela suscitar un cambio en el debate acerca de la secularización: desde el ámbito de las ciencias sociales donde lo han ubicado (en lo mesurable y en el número de gente que practica la religión o el número de creyentes) hacia un ámbito más profundo de sensibilidad espiritual. La idea resulta en atender no sólo los factores externos que debilitan la influencia religiosa en la cultura occidental, sino en las condiciones internas que han ido conformando y modulando una manera de vida laica que prescinde de la religión y, por otra parte, las condiciones de la experiencia y de la búsqueda por lo espiritual.
¿Cómo hemos llegado a la Era Secular? Taylor sostiene que la Reforma Protestante, con su rechazo a la vida monacal, con su insistencia en la igualdad de todos los creyentes y la importancia de la vida ordinaria (por sobre la idea de que hay un tipo de vida superior, que sería la de los clérigos y religiosos), junto con la necesidad de la autointerpretación de las Escrituras, fue el producto de un intenso proceso —iniciado mucho antes de la Reforma— de reformulación de la vida espiritual y cristiana. La Revolución Axial —fenómeno que divide la historia humana en un antes y un después— tiene en su raíz, entre otras cosas, la apertura a la totalidad del ser, la importancia de la trascendencia y la idea de la salvación humana. Esta última idea es fundamental para entender el proceso del secularismo, según Taylor, pues el cristianismo ha realizado un largo camino para que la vivencia individual de la relación con la trascendencia, y la búsqueda de la propia salvación, sea algo esencial en la vivencia de la religión. Por eso se puede ver cómo ya antes de la Reforma hubo una serie de intentos por vivir más personalmente, con un acento individual, el cristianismo. El mismo Concilio Lateranense IV, según el autor, es un movimiento dentro de la Iglesia para poder vivir más personalmente la fe y la salvación. Pero la Reforma Protestante no fue el final de este proceso. Dos hitos influyen en el proceso de secularización: el siglo XVIII con el Deísmo y su énfasis en la providencia divina y, posteriormente, el siglo XIX con el renacimiento de un humanismo claramente secular focalizado en la idea del progreso. Por tanto, el proceso secular se ha dado más por un desarrollo interno vertebrado en el cristianismo que por una preeminencia de la ciencia —tal como nos han enseñado las teorías de la sustracción—. En las partes IV y V de su obra (las correspondientes a este segundo volumen), Taylor dialoga con dos temas esenciales: la religión y las condiciones para poder creer en nuestra sociedad (hay que destacar que, aunque el autor es declaradamente religioso y católico, en ningún momento intenta hacer una apologética de la religión). Sobre la primera cuestión, el autor reconoce que en la actualidad la religión no vive un tiempo de decline aunque esto no signifique, como podría pensarse, que las comunidades religiosas estén llenas de fieles. Lo que plantea Taylor, al contrario, es que en nuestro tiempo hay una vivencia particular e individual —no ya social o familiar— de la opción religiosa. Frente a esto, los dogmatismos de antaño ya no caben. Con todo, Taylor sostiene que el cristianismo, y sus diversos intentos de renovación, pueden ser altamente positivos para el mundo actual.
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