Bauman, Zygmunt y Donskis, Leonidas: Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidós, Barcelona, 2015. 272 páginas. Traducción de Antonio Francisco Rodríguez Esteban. Comentario realizado por José María Rodríguez Olaizola (Consejero Delegado. Grupo Comunicación Loyola (GCL)).
Cuando uno ve en el encabezado de un libro dos nombres, el de un autor consagrado, de referencia, y el de alguien mucho menos conocido, la primera sospecha que te asalta es si no se tratará de una operación de promoción del autor desconocido aprovechando el tirón del veterano. No sería la primera vez, y hay ejemplos, en el ámbito de la sociología, de libros que, por ese difícil equilibrio entre sabiduría y novedad, resultan irregulares. Pero, frente a la sospecha, también vienen a la mente ocasiones en que la colaboración ha resultado fecunda y sugerente, como ocurrió con el mismo Bauman y David Lyon en su Vigilancia Líquida (Paidós, 2013), muchos de cuyos temas resurgen en esta nueva conversación.
¿Qué puede decir Zygmunt Bauman que no haya dicho ya en las últimas décadas? Su mirada sólida y rigurosa sobre un mundo líquido ha ido desplegándose para hablar de la modernidad, del amor, de los miedos, del consumo, de la economía y la cultura, del tiempo y de la ética. ¿Será esta Ceguera moral una vuelta de tuerca sobre sus temas tan trillados? Son los propios autores quienes explican qué es lo que van a intentar:
«Este libro es un diálogo sobre la posibilidad del redescubrimiento de un sentido de pertenencia como alternativa viable a la fragmentación, la atomización y la resultante pérdida de sensibilidad. También es un diálogo acerca de la nueva perspectiva ética como única salida a la trampa y las múltiples amenazas planteadas por la “adiaforización” (indiferencia moral) a la humanidad presente y su imaginación moral» (L. Donskis, p. 22).
Tras leer el libro uno encuentra que merece la pena el esfuerzo y el tiempo dedicado. Porque en este caso, la interlocución no es solo una excusa para profundizar en los grandes temas de Bauman, sino que ofrece un contrapunto sugerente y original. Leonidas Donskis, dejando a Bauman el rol de maestro, se revela sin embargo en estas páginas como un pensador incisivo, creativo y provocador.
La obra es una larga reflexión, a dos voces, sobre la dificultad para anclar la moral en una tierra firme, en estos tiempos. Para ello los disertan sobre el mal cotidiano, mucho más despersonalizado hoy que en otras épocas. Un mal que se convierte en insensibilidad. Aquí se recupera y se profundiza sobre la idea de la “adiaforización” ya desplegada en otras obras. Se reflexiona también sobre la crisis de la política en la era de los medios, y sobre la crisis de la intelectualidad en una Europa que va dejando que sus universidades se conviertan en otra pieza más del engranaje productivo e inmediatista. Asimismo se retoma la idea de Spengler sobre “la decadencia de Occidente”, en un interesantísimo diálogo entre ambos pensadores. Curiosamente, frente al pesimismo que en otras ocasiones manifiesta Bauman, en esta ocasión es él quien aporta un punto de esperanza sobre la posibilidad de Europa para salir una vez más de su crisis moral, frente a la mirada mucho más escéptica expresada por el lituano. Con todo, hay que reconocer que la actual crisis de los refugiados y los cierres de fronteras parecen dar la razón a Donskis sobre el mal invisible y anodino instalado en la entraña moral de Europa.
Una interesantísima revisión de La posibilidad de una isla, la novela de Houellebecq, sirve a Donskis para concluir que la muerte de Dios y la muerte de la sociabilidad humana van unidas en la cultura posmoderna, a medida que los vínculos humanos y sociales se extinguen.
En conclusión, esta obra es una conversación extendida en el tiempo. Se nos invita a ser espectadores privilegiados de dicha conversación. A diferencia de otros diálogos, este está cargado de matices, de reflexión y de equilibrios. Y señala una enorme variedad de cuestiones que forman parte hoy de la vida del ser humano. La reflexión la tiene que continuar un tercer interlocutor, que es el propio lector. Y eso siempre es un estímulo necesario.
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