Zamora, José. A.; Mate, Manuel Reyes; y Maiso, Jordi (eds.): Las víctimas como precio necesario. Trotta, Madrid, 2016. 214 páginas. Comentario realizado por Olga Belmonte (Profesora de Filosofía, Universidad Pontificia Comillas de Madrid).
Las víctimas como precio necesario es una obra colectiva que recoge diferentes estudios sobre la noción de víctima, con el objetivo de visibilizarla y de señalar que su existencia no es algo inevitable, en la mayoría de los casos. Una de las experiencias que más ha contribuido en el siglo XX a la visibilización de la víctima es el Holocausto nazi, precisamente porque algunas de sus víctimas narraron su experiencia. Cuando se considera que las víctimas son un precio necesario, nos situamos en el plano de la razón instrumental, en el que las víctimas sufren una doble muerte o una doble injusticia: la que les convierte en víctimas y la que les señala como víctimas inevitables. Este libro se propone recuperar la memoria de las víctimas, para rescatarlas de esta segunda muerte y señalar caminos para reconstruir sociedades fracturadas.
El libro está dividido en tres partes, la primera de ellas se ocupa de las víctimas de las catástrofes del siglo XX. Las grandes guerras, los conflictos y genocidios de los que hemos sido testigos han obligado a renovar los conceptos y teorías con los que la sociedad pensaba y se definía a sí misma. Detlev Claussen afirma que necesitamos nociones nuevas para nombrar lo vivido. Cada vez hay más información, pero eso no implica que haya mayor conciencia. Para ser conscientes de la propia realidad y de la responsabilidad que tenemos ante ella, necesitamos un lenguaje con el que pensarnos y tomar conciencia de nosotros mismos como sociedad y como individuos.
Las víctimas como precio necesario es una obra colectiva que recoge diferentes estudios sobre la noción de víctima, con el objetivo de visibilizarla y de señalar que su existencia no es algo inevitable, en la mayoría de los casos. Una de las experiencias que más ha contribuido en el siglo XX a la visibilización de la víctima es el Holocausto nazi, precisamente porque algunas de sus víctimas narraron su experiencia. Cuando se considera que las víctimas son un precio necesario, nos situamos en el plano de la razón instrumental, en el que las víctimas sufren una doble muerte o una doble injusticia: la que les convierte en víctimas y la que les señala como víctimas inevitables. Este libro se propone recuperar la memoria de las víctimas, para rescatarlas de esta segunda muerte y señalar caminos para reconstruir sociedades fracturadas.
El libro está dividido en tres partes, la primera de ellas se ocupa de las víctimas de las catástrofes del siglo XX. Las grandes guerras, los conflictos y genocidios de los que hemos sido testigos han obligado a renovar los conceptos y teorías con los que la sociedad pensaba y se definía a sí misma. Detlev Claussen afirma que necesitamos nociones nuevas para nombrar lo vivido. Cada vez hay más información, pero eso no implica que haya mayor conciencia. Para ser conscientes de la propia realidad y de la responsabilidad que tenemos ante ella, necesitamos un lenguaje con el que pensarnos y tomar conciencia de nosotros mismos como sociedad y como individuos.
Los relatos de los supervivientes del Holocausto son un ejemplo del esfuerzo de narrar, reconociendo los límites del lenguaje. Alberto Sucasas parte de las narraciones de Imre Kertész para mostrar que no solo el lenguaje tiene límites, sino también los métodos con los que la Filosofía ha intentado describir la realidad vivida. El análisis fenomenológico de la experiencia del campo de concentración muestra que esta vivencia desborda el propio método fenomenológico, que no logra describirla del todo. Pero lo decisivo no es señalar los límites del método, sino recordar que cualquier intento de teorizar sobre la experiencia del superviviente será siempre insuficiente. Esto mismo podemos ver en el estudio que David Galcerá realiza de los escritos de Primo Levi. En ellos la realidad del campo es tan compleja que se desdibuja la frontera entre el verdugo y la víctima. Pero esa confusión es una estrategia del propio verdugo, para cargar menos con su culpa.
Si la barbarie fue posible es, en parte, porque la sociedad no la evitó. Jordi Maiso se pregunta qué tipo de sociedad es la que permanece impasible ante la barbarie que contempla. ¿Es nuestra forma de vivir un antídoto o un caldo de cultivo para futuras catástrofes humanitarias? Esto es lo que se plantea, tras constatar la coexistencia entre la frialdad en las relaciones y el sentimentalismo ante las desgracias ajenas. El peligro de la indiferencia sigue vigente, por lo que no estamos a salvo de presenciar o protagonizar nuevos episodios de barbarie. Esta primera parte concluye con el estudio de Alejandro Baer y Natan Sznaider sobre el modo en que en España se intenta recuperar la memoria de las víctimas de la Guerra Civil. Uno de los mayores problemas es que no hay una única memoria del pasado, sino múltiples (tantas como vivencias). No hay un consenso sobre la verdad de lo ocurrido, por lo que es difícil recuperar la memoria de un modo en que todas las partes se sientan reconocidas.
La segunda parte del libro presenta a las víctimas de violencias sociales y políticas. Reyes Mate y Martín Alonso centran su análisis en las víctimas del terrorismo. ¿Es posible alcanzar la paz y vivir en una sociedad reconciliada después de la experiencia del terrorismo? Para ello hay que asumir socialmente el deber de la memoria. Pero la memoria no puede tender, como ocurre en el entorno de ETA, a universalizar la culpa. Es una estrategia política: se dice que todos somos culpables y en cierto modo también víctimas. Pero ni todos mataron ni todos fueron víctimas de la violencia terrorista. La reconciliación no se dará a menos que haya un reconocimiento individual de la culpa y una recuperación de la memoria de las víctimas. En esta segunda parte también se abordan las llamadas víctimas del sistema. Imanol Zubero señala la relación entre esta victimación y el proceso de precarización laboral. El trabajo ya no garantiza la integración en la sociedad, dado su carácter inestable y precario. Cabe preguntarse si el progreso pasa necesariamente por producir también víctimas del sistema: excluidos, pobres… Hay quienes piensan que quizá el sistema no es el culpable, sino que es la propia víctima la que no ha aprovechado suficientemente las posibilidades del progreso. ¿No es esta culpabilización de la víctima una forma de ahorrarnos la tarea de cambiar las cosas?
En esta parte también se atiende a los conflictos que se han producido en África. Óscar Mateos señala que hay una tendencia a instaurar la paz en África mediante medidas basadas en la seguridad y la judicialización. Pero la paz debe generarse desde la propia sociedad, no imponerse desde fuera, con modelos ajenos a los de la sociedad en conflicto. Aun así, dado el escenario internacional actual, también es necesario un compromiso con el proceso de paz por parte del resto de países. La comunidad internacional no debe imponer la paz, pero sí debe comprometerse a facilitar que la paz buscada desde dentro no sea obstaculizada desde fuera. La última parte del libro presenta la situación de las víctimas de los accidentes de tráfico. Se dice que el progreso implica riesgos, entre los que estaría el aumento de las víctimas de accidentes de tráfico. Hay más vehículos circulando, más velocidad, etc., pero esto no implica que las víctimas sean inevitables. Isabel Germán cuenta su experiencia como víctima de un accidente. Relata cómo un accidente puede truncar una vida o cambiarla para siempre. El objetivo de la autora es contribuir a que la atención que reciben las víctimas se ajuste más a su realidad, a través de la mejora del cuidado, tanto en los procesos judiciales, como en el proceso de recuperación, que puede durar el resto de su vida.
Termina esta parte con la reflexión de José A. Zamora, que presenta a la víctima vial como el resultado de un modelo de vida al que sucumbimos, basado en la velocidad, el imperativo económico y la fe en el progreso. Hay quien considera que el número de víctimas de accidentes es aceptable, dado el nivel de desarrollo alcanzado. Estos discursos relativizan el número de víctimas de tráfico, al presentarlo como inevitable. El autor sostiene que hay que desnaturalizar este hecho, cuestionando también el imperativo económico y la fe ciega en el progreso.Vivir en el llamado Estado de bienestar supone optar por un sistema que genera muchas injusticias y sufrimientos que no siempre reconocemos. Pero las víctimas del sistema no son un precio necesario, precisamente porque el sistema es algo que se puede cambiar. Aproximaciones como las que propone esta publicación permiten tomar conciencia de los niveles de responsabilidad que están en juego cuando se produce una víctima. La reconciliación de una sociedad en conflicto pasa por reconocer a las víctimas, pero también por evitar que las haya.
¿Realmente es inevitable que nuestro modo de vida provoque víctimas del sistema? Es más sencillo decir que estas víctimas “sobran”, lo difícil es intentar transformar las cosas para que sea el sistema el que esté de más. ¿Qué mecanismos permiten detectar las injusticias evitables y el modo de evitarlas? ¿Estamos dispuestos a asumir los cambios que esto exigiría en nuestro día a día? ¿Somos víctimas nosotros mismos de nuestro conformismo y nuestra cobardía ante la tarea de mejorar la situación de las víctimas de sufrimientos injustos? La lectura de este libro nos pondrá en la pista de las respuestas, si estamos dispuestos a escucharlas.
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