lunes, 9 de agosto de 2021

Natalio Fernández Marcos, María Victoria Spottorno Díaz-Caro y José Manuel Cañas Reíllo: Nuevo Testamento. Por Víctor Herrero de Miguel

Fernández Marcos, Natalio; Spottorno Díaz-Caro, María Victoria; y Cañas Reíllo, José Manuel: Nuevo Testamento. La Biblia Griega. Septuaginta. Sígueme, Salamanca, 2020. 496 páginas. Colección de Estudios Bíblicos, 129. Comentario realizado por Víctor Herrero de Miguel (Universidad Pontificia Comillias).

Sostiene George Steiner que “la crítica literaria y filosófica seria proviene de una deuda de amor: escribimos acerca de los libros o la música o el arte porque un instinto primordial de comunión nos impulsa a comunicar y a compartir con los demás un enriquecimiento incontenible”. Siento al leer estas palabras —que tendrían que ser custodiadas en un cofre de madera de ciprés— que la obra que acarician mis manos constituye un acto de amor y que, por tal motivo, solamente desde el amor se accederá a la clave hermenéutica precisa para comprender, ponderar y celebrar su alcance. 

Esta biblioteca que llamamos Nuevo Testamento alberga en su interior un conjunto heterogéneo de escritos que orbitan sobre un mismo centro: Jesús de Nazaret. Resultaría imposible pensar el mundo, ni nombrarlo, si no estuviéramos sostenidos por las palabras de quienes, hace más de dos mil años, se lanzaron a la tarea de dar forma de relato, de disertación, de símbolo, de historia y de poema al impacto vital que la vida de Jesús causó en aquellos que —en persona o por medio del anuncio de otros— se encontraron con él. Jesús es carne convertida en texto y el conjunto de textos que versan sobre él constituye la aventura de amor más osada de la historia. 

La obra que presentamos es el intento de que nosotros, hablantes del español del siglo XXI, nos acerquemos lo máximo posible a lo que aquellas personas de hace dos milenios vivieron, pensaron y decidieron comunicar en la lengua griega que les servía de instrumento. Eso es una traducción: una nave que nos transporta en el espacio y en el tiempo no para que nos quedemos allí sino para que, regresando a las coordenadas que nos pertenecen, comprendamos mejor todo lo que en otro momento y en otras latitudes se ha convertido en lenguaje y, como fruto último, nos comprendamos a nosotros mismos. Y no dudo en decir que, en este caso, la pretensión se ha convertido en éxito. 

Natalio Fernández Marcos, María Victoria Spottorno y José Manuel Cañas —miembros del grupo de investigación de Filología y crítica textual bíblicas del CSIC— traducen y anotan los veintisiete libros del Nuevo Testamento conforme a la edición vigésimo-octava de Nestle-Aland. Se trata de un trabajo en equipo en el que cada uno asume su parte y, gracias a la pericia personal y al consenso de criterios, ofrecen al lector un conjunto variado en su exteriorización formal y unitario en el fundamento filológico que sostiene y guía el camino. 

No se trata, aunque aparece exenta en un solo volumen, de una obra independiente, sino del eslabón último de un proyecto más amplio: la versión española de la Septuaginta que, en la misma editorial (Sígueme) y bajo el auspicio de la misma institución (el Consejo Superior de Investigaciones Científicas), ha sido publicada en cuatro volúmenes (año 2016, vol. I: Pentateuco; año 2018, vol. II: Libros Históricos; año 2013, vol. III: Libros Poéticos y Sapienciales; año 2015, vol. IV: Libros Proféticos). De hecho, la razón de ser de esta traducción estriba en la conexión natural que la literatura neotestamentaria presenta con la Septuaginta, la traducción de la Torá hebrea al griego realizada en Egipto siendo rey Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.). La importancia de esta versión —que constituye la primera gran exégesis de la Biblia hebrea— es cada vez más resaltada en los estudios bíblicos así como entre quienes investigan la historia, la filosofía y la cultura del mundo antiguo, pues gracias a ella, y por primera vez, el pensamiento semita y el logos griego se dan la mano y, como consecuencia de este encuentro, Oriente y Occidente quedan enlazados para siempre. 

Con claridad de ideas y pulcritud de estilo, Natalio Fernández Marcos explica en la Introducción general (pp. 9-39) la relación que la Septuaginta ––“mediación lingüística y clave de interpretación de los textos” (p. 10)–– mantiene con el Nuevo Testamento, así como la importancia que tal vínculo adquiere a la hora de traducir los escritos cristianos que surgen a la sombra de la versión griega de la Biblia hebrea: 
Quiero que la presente traducción del Nuevo Testamento sea realmente nueva y fresca para el lector. Gran parte de esa novedad reside en el enfoque filológico e histórico, objetivo de nuestro equipo, y en la perspectiva adoptada en continuidad con la traducción de Septuaginta (…) Con nuestra experiencia de traducción de la LXX podemos aportar un aura nueva a la versión del Nuevo Testamento, lejos del lenguaje trillado de otras traducciones convencionales, o de nuestros oídos acostumbrados, y en ocasiones sorprendidos, ante la lectura de textos litúrgicos (p. 11).
Recomiendo con viveza la lectura de estas treinta páginas introductorias pues constituyen un venero de información sobre temas diversos, relacionados no solo con la importancia de la Septuaginta para la comprensión del Nuevo Testamento, sino tocantes también al arte de traducir. A este respecto, no puedo sino celebrar que cuanto en la introducción se anuncia se encarne más tarde en la versión española de los textos: 
Buscamos una literalidad inteligible valiéndonos de breves notas filológicas e históricas, a la manera de Erasmo o Nebrija, para transmitir esa literalidad máxima o la conveniente explicación necesaria. La consigna de nuestros predecesores del Renacimiento, ad fontes, vuelve a tener vigencia entre nosotros frente a la dispersión de traducciones que priorizan los destinatarios o los variopintos lectores actuales como horizonte primordial frente a la solera del texto. Con esta orientación intentamos mantener el arcaísmo del lenguaje del Nuevo Testamento, construido, en diversos grados, a imitación de la lengua de LXX. Pretendemos reproducir, en la medida de lo posible, las resonancias y los ecos de la Septuaginta que este texto despertaba en los primeros cristianos (p. 15). 
Son muchos los lugares en los que el lector cuidadoso y atento encuentra la felicidad de escuchar en su idioma, de una forma fiel, cuanto fue dicho en griego. Me permito señalar —tan solo como una muestra— los siguientes: el pórtico del evangelio de Lucas (1,1-4), una larga construcción paratáctica que ha sido vertida con elegancia y firmeza al español; el relato del viaje de Pablo desde Cesarea a Roma (Hch 27-28), cuya viveza de estilo y calidad literaria encuentran reflejo perfecto en nuestra lengua; los llamados himnos cristológicos paulinos (Flp 2,6- 11; Ef 1,3-14, presentado aquí como texto en prosa, pero traducido en toda su poeticidad; Col 1,15-20); o ese verdadero contenedor de belleza que conforman juntas las tres cartas de Juan. 

Impulsado por ese instinto primordial de comunión que, según el maestro Steiner, nos empuja a compartir aquello que llena de amor nuestros días, animo a cuantos aman la palabra y saben que la palabra está hecha para el amor a que se sumerjan en las páginas de este libro: hay en su interior tanta vida que, sin duda, de él saldrán más vivos. 


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