miércoles, 26 de enero de 2022

Charles Moeller: Sabiduría griega y paradoja cristiana. Por Marta Medina Balguerías

Moeller, Charles: Sabiduría griega y paradoja cristiana. Encuentro, Madrid, 2020. 300 páginas. Comentario realizado por Marta Medina Balguerías (Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas).

Qué gusto da leer un libro tan bien escrito y con una elegancia sobria cuya aparente sencillez es, en realidad, de una gran profundidad. Charles Moeller cultivó mucho la literatura, y su amor por las letras se nota en cada página de esta obra. Sabe escribir bien, sin artificio, y es gran conocedor de grandes literatos de todos los tiempos. Podría pensarse que esta orientación literaria de su reflexión le restaría peso a su capacidad para abordar cuestiones teológicas. Nada más lejos. Moeller detecta, certeramente, cuáles son los temas fundamentales tanto para el ser humano como para la reflexión teológica y sabe reconocer lo que distingue al cristianismo de otros planteamientos al tratar de responder a estas cuestiones. 

En Sabiduría griega y paradoja cristiana, como puede adivinarse por el título de la obra, el sacerdote belga compara la concepción de los clásicos griegos con el cristianismo en tres temas de calado: el mal, el sufrimiento y la muerte; los grandes temas de todos los tiempos. Para ello se sirve de obras literarias tanto en un lado como en el otro. Del lado griego, destacan los autores trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides, además de Homero, Platón, Virgilio y Cicerón. Del lado cristiano, se vale de las obras de Shakespeare, Racine, Dostoievski y Dante. 

El esquema de la obra es sencillo y ayuda a seguir la argumentación con facilidad. El libro está dividido en tres partes, cada una correspondiente a uno de los tres grandes problemas que aborda. Cada parte, a su vez, consta de dos capítulos, el primero dedicado al planteamiento griego del problema y el segundo al cristiano. 

Este desarrollo está precedido de un prefacio y una introducción. En el prefacio Moeller señala que la “paradoja cristiana constituye un humanismo absolutamente nuevo” (p. 14) y que es la única y verdadera sabiduría. Le gustaría, con sus palabras, ser capaz de mostrar un reflejo de ella y que sus coetáneos se asomaran a lo que verdaderamente necesitan, el mensaje pascual, aquella “paradoja en que el sufrimiento y la dicha, la debilidad y la fuerza, la muerte y la resurrección, se unen en un maridaje misterioso” (p. 15). 

En la introducción, el autor señala el objetivo y el método que ha seguido en la obra, coronada por un epílogo en el que Moeller se inspira en el pensamiento de san Francisco de Asís. Resulta interesante indicar también que el autor sigue una progresión de lo más negativo (el pecado) a lo más positivo: la esperanza cristiana en el amor salvador de Dios, a la que se asoma a raíz del problema de la muerte. Dicho con sus propias palabras: “Partiendo del sufrimiento, el pecado y la muerte, llegamos a la sonrisa eterna de Dios” (p. 289). 

Señalaremos brevemente las tesis principales de cada capítulo para dar una idea del recorrido de todo el libro. En el primer capítulo de la primera parte Moeller muestra, magistralmente, que los griegos no tuvieron sentido del pecado sensu stricto. Tenían tanta conciencia de la grandeza del ser humano que no entendían por qué podía obrar mal. Cuando esto ocurría, la culpa no se debía solamente al fallo humano. Siempre había otro factor: el destino o el capricho de los dioses; unos dioses que no merecían, pero a quienes, sin embargo, obedecieron. 

El segundo capítulo muestra cómo la grandeza del cristianismo con relación al problema del mal fue descubrir el alcance de la libertad humana, capaz de decir “no” a Dios. Aunque distinguen entre un pecado de flaqueza (no ser capaz de elegir el bien) y un pecado de lucidez (elegir voluntariamente el mal), los literatos cristianos supieron asomarse a la hondura del abismo del mal. Shakespeare, Racine y, sobre todo, Dostoievski (quien además profundiza en la solidaridad del hombre en el mal) sirven a Moeller para llegar a la conclusión de que el ser humano necesita que Dios lo redima y perdone. Al perdonar, Dios recrea y transfigura una libertad humana que había perdido su imagen divina. 

La segunda parte aborda el problema del sufrimiento. Según Moeller, los griegos no lograron encontrar sentido para el sufrimiento. Aun así, a veces se enfrentaron a él con valentía e incluso entrevieron la importancia del perdón. Tímidamente, se abrieron de alguna manera a las bienaventuranzas cristianas.

La aproximación cristiana a la paradoja del sufrimiento tiene lugar a través del justo sufriente. Para Shakespeare, son los hombres los que hacen sufrir a otros hombres. Lo que domina en “este mundo” no es la virtud, sino la maldad. Ante ella la única respuesta posible es la caridad. Por eso, más que combatir el sufrimiento, hay que aceptarlo y vivirlo como expiación. Dostoievski va un paso más allá, uniendo el sufrimiento con el pecado y abriendo este a la alegría. Quien permite este paso del dolor a la alegría es Cristo crucificado, que encarnó el sufrimiento redentor, posible por la misericordia divina. El cristianismo hace que el sufrimiento y el mal recobren su sentido: para que desaparezca el sufrimiento hay que terminar con su causa, el pecado, y para ello “hay que atraer al prójimo con la fuerza irresistible de la caridad” (p. 215). 

Por último, el autor trata la cuestión de la muerte. Entre los antiguos podemos distinguir la presencia de dos concepciones. La primera, la que se centra en la vida de este mundo y considera la muerte como el fin (o, como mucho, una sombra de esta vida). La segunda, centrada en el más allá, considera que la sombra es la vida terrena, de la que hay que liberarse. Algunos autores intentaron una síntesis de ambas concepciones. El cristianismo logra reconciliar ambas tendencias al mostrar una inmortalidad que supone la salvación y transfiguración de la realidad terrena y no su negación. En palabras del autor, “el cristianismo realizó el sueño de los griegos, esto es, salvar lo real visible y transfigurarlo” (p. 250). 

Para ilustrar la concepción cristiana de la muerte y del más allá, Moeller se sirve de Dante y su Divina comedia. Tanto el infierno como el purgatorio y el paraíso son obra del amor de Dios. Quien quiere decir un “no” a Dios tiene lo que quiso: esta es la idea cristiana del infierno. Como señala el autor, “las almas de los condenados saben que desearon esa suerte, ya que una pequeña lágrima de arrepentimiento hubiera podido salvarles para siempre” (p. 270). El purgatorio es descrito con belleza, porque se trata de un lugar de ternura y melancolía donde las almas pueden purificarse por la contemplación para poder entrar en el paraíso del amor divino. Moeller, de la mano de Dante, describe este paraíso con belleza, enfatizando su carácter personal, vivo y alegre. Tras tratar esta realidad, que alimenta la esperanza, el autor belga concluye que el “cristianismo nos introduce en un ámbito tan luminoso y tan humano, que constituye, sin disputa, la religión más excelsa, la única venida de Dios, la única salvadora; en el cristianismo, lo que llama a los hombres es el Amor de Dios” (p. 289). El libro termina en esta línea esperanzadora, enfatizando la centralidad de la humildad humana para vivir la paradoja y entrar en la bienaventuranza, inspirándose en san Francisco de Asís. Un cierre precioso para un libro maravilloso.

Recomiendo vivamente la lectura de esta joya para los amantes de la literatura y la teología y sobre todo para quienes busquen establecer un diálogo fructífero entre ambas. Encuentro ha hecho bien en reeditar una obra que, por los temas tratados, por el espíritu de diálogo, por la claridad expositiva y la expresión elegante es de perenne actualidad.


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