lunes, 10 de enero de 2022

Francisco Fernández Buey: Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Por José María Segura

Fernández Buey, Francisco: Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Trotta, Madrid, 2021. 366 páginas. Edición de Rafael Díaz-Salazar. Comentario realizado por José María Segura (Director General de Radio ECCA).

Rafael Díaz Salazar edita la “la mayor parte de los escritos de Francisco Fernández Buey sobre el cristianismo emancipador” (p. 17).

En el libro se distinguen tres partes: La primera sobre el “cristianismo emancipador”, la segunda recoge tres referentes del pensamiento cristiano: Bartolomé de las Casas, Simone Weil y José María Valverde, y la última plasma su propuesta de una izquierda alternativa.

En la introducción Salazar resume el motivo de ser de este libro: ¿qué relación puede haber entre el pensamiento de un activista comunista y ecologista y el cristianismo que él mismo llama emancipador? Y argumenta con profusión de citas y referencias y que resume en “buscaba un laicismo hacia dentro de cada tradición de liberación para dialogar y actuar mejor” (p. 26). Algo que se echa de menos a lo largo del libro es que el editor acompañe al lector en este acercamiento a Buey con comentarios que ayuden a situar el contexto o a acotar un pensamiento que dibuja horizontes inmensos.

Buey reivindica que la izquierda revise la “crítica marxista de la religión” que considera “insuficiente”. Su tesis es que las tradiciones emancipadoras de izquierdas encuentran que “la solidaridad con los que resisten o luchan en América, Asia y África pasa ahora casi siempre a través de organizaciones religiosas internacionales o de las comunidades cristianas de base” (p. 29). Esta búsqueda de diálogo emancipador explica las figuras que escoge como referentes del cristianismo. Son “resident aliens” (Elisabeth Schussler Fiorenza): voces críticas a su propia cultura y tradición, de la que no dejan de ser parte.

Aboga por un diálogo “práctico, vivo, en el seno de los movimientos” que evite los roces que generan las caricaturas que uno ha generado del otro. “La antigua manía clerical consistente en querer salvar a todos los ciudadanos… tiene ahora su réplica en un laicismo cínico que renueva antiguallas anticlericales y antirreligiosas” (p. 57). En diálogo con Gramsci evoca esta poderosa imagen; “el camino que conduce de la utopía a la ciencia no es un camino sin retorno, ni una vía de dirección única, sino una senda de bosque que vamos rehaciendo perdiéndonos en ella muchas veces. Cuando al final miramos hacia atrás, nos damos cuenta de que las pisadas son de gentes muy distintas” (p. 65). Esta imagen evoca que el encuentro en el camino de la liberación de diversos “arrieros” que trazan surcos distintos y que utiliza de nuevo al discutir el término utopía (p. 100). Buey espera que la izquierda alternativa y los movimientos sociales de inspiración cristiana, superados sus propios fundamentalismos, se encuentren en su preocupación por “los explotados y oprimidos” (p. 91).

Realiza un estudio crítico de la crisis de la cultura socialista con observaciones tan severas como que “en el socialismo real todo era real menos el socialismo” (p. 69). Sostiene que parte de la izquierda tradicional pactó con el capitalismo y que la izquierda alternativa acabó integrándose en el sistema.

De “de las Casas” destaca que “su pensamiento pone ante el espejo a la propia cultura y se atreve a argumentar la autocrítica de la misma” (p. 165). Le considera el primer pensador en concebir una “conciencia de especie” en Europa y en entender que “la barbarie” se encuentra, y es denunciable, “también entre los nuestros” (p. 168). Reflexiona sobre el choque cultural que trajeron las colonizaciones por las limitaciones del pensamiento ilustrado, hijo del siglo “del tráfico de esclavos, el siglo de la sobrexplotación de los negros en las colonias bajo la mirada tolerante o el silencio de no pocos filósofos y economistas ilustrados” (p. 196).

Atribuye a Weil el clasificarse a sí misma como “herética en relación a todas las ortodoxias”, incluidas la marxista y la anarquista, y en su recopilación va señalando los aspectos en los que es crítica con estas corrientes. Destaca que fue una mística “post mortem Dei, una mística de Viernes Santo especulativo (Hegel) o conciencia del abatimiento, sufrimiento, fracaso y muerte” (p. 206), en diálogo con el mundo. Recoge sus críticas al marxismo por no haber entendido que la cultura industrialista solo puede llevar a un perfeccionamiento de la opresión. Afirmó que la etapa superior del comunismo era una utopía. ¿Qué queda? desenmascarar el mecanismo de la opresión que se alimenta del progreso y el desarrollo y que “aparece a partir de formas más elevadas de economía que la primitiva” (p. 217). Lo que le lleva a ensalzar el trabajo manual. Weil se reafirma en que el cristianismo es una religión de esclavos y de que ella es uno de ellos, su superación del nihilismo en positivo “el anonadamiento que eleva espiritualmente” (p. 221). No hay en ella un canto a la esperanza sino un asumir que lo que se puede hacer es humilde y sencillo. Considera que la desdicha, entendida como “degradación social en alguna de sus formas y conciencia de dicha degradación” (p. 228), puede ser un lugar de identificación con Cristo, “el desdichado por antonomasia”.

De José María Valverde nos dice que se consideraba un sobrevenido en política, sobre todo un poeta, “comunista cristiano y cristiano comunista” (p. 283), encuentra Buey que sus razones a favor del comunismo “enlazan hoy día con una reinterpretación muy sugestiva del cristianismo” (p. 280). Lo condensa en unas líneas “quien ignore hoy en día la persistente relación que ha habido a lo largo de la historia entre la política entendida como ética de lo colectivo y los movimientos religiosos de resistencia y emancipación se pierde una parte sustancial de la cultura crítica de los de abajo” (p. 280). Valverde defenderá el comunismo desde su ser un pensador liberal cristiano con argumentos morales y ecológicos. Destaca de Valverde su aportación a un diálogo “público, laico, en el que hay que buscar lo que aproxima y junta a los de abajo, a la humanidad sufriente que piensa, no lo que separa en el ámbito de las creencias” (p. 292). Así, Valverde propugna el encuentro y diálogo entre las tradiciones de liberación, poner en valor conjuntamente la solidaridad, entendida como cáritas elevada a la esfera política, configurar una “conciencia de especie” (p. 311).

Termina Buey con una entrevista a Valverde sobre la construcción de una izquierda alternativa, de la que me quedo con esta frase “una cosa es la repolitización de los movimientos sociales alternativos… y otra, muy distinta, pretender que tal o cual partido con pretensiones electorales es ya un ‘referente político’ de lo alternativo” (p. 322).

En resumen, un libro recopilatorio, interesante, evocador, que pide una lectura sosegada y que abre muchos horizontes de futuras lecturas por los autores con los que Buey dialoga en estas líneas. Quizás por esto mismo se echa de menos que el editor acompañe en este recorrido de senderos.


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