viernes, 21 de octubre de 2022

José Sáez Cedenilla: Palabras en circunstancia (1959-2020). Por María Luisa Regueiro

Sáez Cedenilla, José: Palabras en circunstancia (1959- 2020).  Síntesis, Madrid, 2012. 190 páginas. Edición, prólogo y epílogo de Daniel Sáez Rivera. Comentario realizado por María Luisa Regueiro Rodríguez (Universidad Complutense de Madrid).

En ocasiones un libro puede sorprendernos más allá de la propia palabra, del propio texto, por el desvelamiento de una circunstancia inesperada: la irrupción de una voz poética y de la memoria que, siempre fértil, fue creciendo en silencio a lo largo de toda una vida. Este es el caso de esta breve pero deliciosa muestra de poemas y de prosa evocadora que salen a la luz con motivo de la muerte de su autor y gracias a la edición, cuidadosa y motivada por el afecto, de su hijo, Daniel Sáez, responsable de la semblanza evocadora con la que se abre el texto. De las pequeñas circunstancias de la vida, la inspiración genera bellos versos y profundas reflexiones, como manifiesta su editor, “la palabra de mi padre en circunstancia entre 1959, de cuando datan sus primeros escritos —con 18 años— que hemos podido localizar, y 2020, poco antes de su deceso al comienzo del año siguiente, nos cuenta no solo su historia personal entre esos años, sino también la de su familia ascendente y descendente, de su pueblo manchego (Socuéllamos, Ciudad Real) y la de su país (España), por cuyo devenir, especialmente político, estaba siempre tan interesado” (p. 14). 

Con el recurso del heterónimo José Félix de Vejezate, el autor se presenta como heredero de una amplia familia dedicada al trabajo en esa España rural que otrora muestra una vitalidad hoy en cierto modo desconocida: padre de Tobarra, madre de Méstrida, los primeros estudios, el severo maestro que supo despertar la afición al saber y a la lectura que marcará toda la existencia; la publicación de un periódico mensual, Pulso, donde escribía con el mismo seudónimo; los estudios como perito, el traslado a Madrid; la creación de la propia empresa como experto contable y fiscal, la educación universitaria de los hijos, etc. 

En la prosa de la primera parte, se despliegan la descripción de la vida en el pueblo, en el Socuéllamos de “la callada hidalguía”; la evocación nostálgica de sus gentes; y el grito por el campo y su abandono: “La solución está en el hombre, no en el campo. El campo será lo que el hombre quiera” (p. 41); la educación moral y religiosa de los jóvenes, un cuento de Navidad; la reflexión sobre el tiempo según Azorín y San Ignacio de Loyola (pp. 43-45); etc. Tras la aparente sencillez expresiva, late el sentimiento, la pasión por la vida, la mirada crítica en torno al mundo que nos rodea, incluida la pandemia como en Reflexiones de un ser vulgar (p. 101). 

El poeta, el amante de la precisión del lenguaje, se escondía tras el profesional de los números y los balances; y el lector de la mejor literatura, inspiradora de muchos de los poemas incluidos en la serie. El reflejo de las obras y los autores clásicos —sobre todo y siempre Cervantes y Don Quijote— pero también de los que conforman lo mejor de la historia literaria desde finales de los años cincuenta a la actualidad es constante y de formas muy diversas. De la pequeña circunstancia de un encuentro familiar, de una evocación infantil, del recuerdo del joven amigo asesinado por ETA —Semblanza de un ángel (p. 85)—; o del reconocimiento de la amorosa vida matrimonial, o el grito que surge de lo más profundo del alma —¡Ven Señor! o ¡Señor, líbrame de mí mismo!, Amar. Plegaria del adolescente (pp. 107- 109)— surge el poema inspirado en voces muy diversas, desde las greguerías de Gómez de la Serna —“Estaba en el mar e hice un trato con el viento: le compré las olas”, o “Hay tres clases de ojos: los que miran, los que ven y los que llevan gafas” (pp. 35-37)— a la elocuente concisión de Monterroso, del muy admirado César Vallejo a la meditación de Tagore. Confiesa la intención que empuja la pluma desde temprano con mil motivos que se transforman en un querer doliente pero que solo puede encontrar consuelo o esperanza en el Señor: “Quiero llevar conmigo/ las penas de los otros y el amor / que se inquieta si no encuentra su guía / los androjos de todos, el dinero podrido, / la sinrazón del pobre, el olvido, / la comodidad que hiere y el vacío. / Quiero ser, hermano, / uno más contigo, hermano ciudadano / de esta ciudad de ahora, pasajera, / y de la otra ciudad que nos aguarda. Quiero servir, poder ser útil / en la rueda dentada del mundo / y ser para los otros / el eslabón que falta. / Quiero querer y ya que, queriendo, / hacer no puedo / lo que querer quisiera, / quiero querer, Señor, / lo que tú quieras” (p. 138). El conjunto constituye una celebración poética de la vida, de los pequeños placeres familiares, de la vida cercana y valiosa en la constelación familiar de bodas, cumpleaños, homenajes, ritos y aniversarios, que paradójicamente ve la luz de forma póstuma. La poesía es de medida variada, desde alejandrinos a formas breves evocadoras de los Proverbios y cantares de Antonio Machado, con predominio del verso libre y siempre con un ritmo natural, fresco, sencillo; aunque no se renuncia en ocasiones a una estructura que nos recuerda al más original y vanguardista Octavio Paz. De esto último, un ejemplo: 

Yo quiero amar, Señor; 
tengo necesidad de amar. 
Todo mi ser no es más que deseo: 
mi corazón, 
mi cuerpo
se inclina en la noche hacia
algo desconocido, a quien amar. 
Mis brazos baten el aire y yo no puedo asirme de un objeto de mi amor. (p. 114) 

Desde el primer poema de la serie sabemos de la intención última de la escritura del autor: “He pensado dejaros un legado / que os sirva gratamente de recuerdo / y aspiro a que guardéis celosamente / en el oscuro desván de la memoria” (p. 27). Este objetivo se cumple con creces en este hermoso conjunto por su contenido, y también por el amoroso sentido de la edición misma, en un libro bellamente editado.



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