lunes, 12 de diciembre de 2022

Pete Docter y Kemp Powers: Soul. Por Pedro Castelao

Docter, Pete y Powers, Kemp: Soul. Pixar, 2020. Comentario realizado por Pedro Castelao (Facultad de Teología. Universidad Pontificia Comillas, Madrid).




Título original: Soul.
Año: 2020.
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos.
Dirección: Pete Docter y Kemp Powers.
Guion: Pete Docter, Mike Jones, Kemp Powers.
Música: Trent Reznor, Atticus Ross, Jon Batiste.
Fotografía: Animación, Matt Aspbury, Ian Megibben.
Reparto: Animación.
Compañías: Pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures. 
Grupos: Pixar (Películas).




A propósito de Soul

Soul no es una película de teología. Cierto. Pero su tema de fondo sí lo es. Las preguntas existenciales se transforman en teológicas cuando traspasan los umbrales del tiempo comprendido entre el nacimiento y la muerte. Y una parte esencial de la trama de este film de Pixar, dirigido por Pete Docter y estrenado el 25 de diciembre de 2020, acontece en la antesala de la vida, en ese fantástico ante tiempo donde las almas aun no nacieron a la vida corpórea. Igual que en el Peri Archón de Orígenes, el teólogo alejandrino del siglo III.

Evitando destripar la historia, se puede adelantar, sin embargo, que el meollo de una película como Soul consiste en ayudarnos a entender que aquello que todos buscamos es algo que ya tenemos. 

Pero somos animales de futuro persiguiendo espejismos. Ignorando el presente. Creyendo que la felicidad soñada solo se alcanzará cuando se realicen nuestros deseos. Como ya nos advirtió Blas Pascal, tendemos a sacrificar el valor del instante por la caza de una presa futura siempre huidiza. Incluso cuando acabamos poniendo el pie en la cumbre, el vacío permanece: “¿era esto lo que buscaba? ¿Y ahora qué?”. 

Soul es un canto a la belleza de lo pequeño. Una exaltación de los sencillos placeres que nos conectan con el mero hecho de vivir. La chispa de la existencia no consiste en sacrificarlo todo, destrozando amistades, amores y familia, por una meta futura más o menos elevada, sino en descubrir que ya estamos en el podio antes de comenzar la carrera. Como el pez que buscaba el océano ignorando que ya nadaba en él —nos dice el film, apoyándose en Anthony de Mello y en las tradiciones orientales— así debemos vivir nosotros: conscientemente iluminados por la simple luz del ser, por la sola claridad de nuestro mero estar siendo aquí y ahora en cada ínfimo lapso de tiempo. 

Un sabroso plato degustado, una semilla descendiendo en círculos helicoidales, el aire caliente del metro subiendo por el enrejado de la acera, cualquier cosa puede despertar en nosotros una experiencia de mística unitiva. Este es el dilema: ¿resbalamos superficialmente por la vida, desconectados de ella y ciegos por el estrés o ahondamos en su gozoso secreto, liberándonos de desasosegantes preocupaciones y vinculándonos a sus lúdicos impulsos? ¿Somos almas perdidas o encontramos el camino? 

Soul germina como un síntoma del agotamiento de nuestra sociedad obsesionada por el dinero, el éxito y el poder. Esa sociedad del cansancio tan bien diagnosticada por Byung-Chul Han. Nos prometieron que, si nos esforzábamos con todo nuestro empeño en conseguir algo, el sueño se haría realidad. Y que en la consecución de ese sueño estaría la culminación de nuestra propia plenitud.

Pero la realidad es cruel desmintiendo este mito moderno: cumplir sueños está al alcance de muy pocos. Y uno puede pasar toda la vida luchando, para no acabar consiguiendo nada. Aún más: los que consiguen nadar en dinero, poder o éxito no dicen la verdad: viven felices en público, pero solo en la vida rutilante que vuelcan en las redes. De puertas para dentro siguen, como todos, cociendo habas, sólo que rodeados de lujos y de la última tecnología. 

En el fondo, permanecen en el mismo desierto que nosotros, porque también a ellos se les escapa el oasis que creyeron alcanzar y habitar. Y desde allí, desde el desengaño cruel de la realidad, nos dice Soul: “no hay que seguir deseando, no hay que proponerse nuevas metas, nuevos éxitos, nuevas cumbres, sino mirar con otros ojos lo que nos circunda para descubrir el agua, las palmeras y los dátiles en el océano de arena que a todos nos envuelve”. 

Curioso destino el del ser humano: para comprender el sentido de la vida tenemos que ir más allá de sus límites, pero sin poder traspasarlos completamente. Para dibujar su figura finita no le queda otra que ahondar en el infinito. 

Esto es lo que hace Soul, pero con una fantástica peculiaridad: en lugar de pensar el más allá mirando hacia delante, allende la muerte, esta película de animación nos orienta en la dirección contraria, indagando en imaginativas ilusiones protológicas donde se constituye nuestro carácter previo a la existencia. 

Desistan los creyentes de las tradiciones abrahámicas de encontrar aquí referencias a un imaginario trascendente de raíz bíblica. No hay Dios, ni nada similar, solo fluctuaciones cuánticas personificadas que dirigen e instruyen a las almas aún no natas como a niños en una guardería. El universo, con su implacable contabilidad y su orden perfecto, es aquí la última instancia de apelación y sentido. 

Es cierto y ya lo he dicho: Soul no es una película de teología, pero dibuja un imaginario metafísico en el que se diviniza un cosmos al que nadie le puede hacer trampas. 

Nacemos habiendo tenido un modo de existencia anterior no recordado y caminamos hacia un más allá luminoso, pero ignoto, en contacto con el cual las almas de los difuntos se chascan igual que los insectos en el fuego. 

¿Final definitivo o paso a una nueva plenitud? Nada se adivina en el film al respecto, porque lo decisivo sigue estando aquí: en cada segundo de tiempo se nos regala la oportunidad de amar la vida y de vivirla al máximo. Los propósitos no deben engañarnos. No pueden darnos lo que prometen. Del desengaño de esa felicidad siempre postergada nace la auténtica sabiduría: el valor de lo que ya tenemos a nuestro alrededor aún sin saberlo. 

En definitiva: una película, a pesar de todo, bien recomendable para disfrutar, imaginar y reflexionar sobre el sentido definitivo de nuestros días.


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