miércoles, 21 de diciembre de 2022

Andrés Trapiello: Madrid 1945. Por Miguel López Sánchez

Trapiello, Andrés: Madrid 1945. La noche de los Cuatro Caminos. Destino, Barcelona, 2022. 512 páginas. Comentario realizado por Miguel López Sánchez.

En mi opinión, tres cosas dan valor literario a un relato: la verdad de ese momento, bien conocida por el autor, aunque fabule con ella; el estilo, sutileza y la calidad técnica; y el arte, el genio, el talento, es decir, la magia de enganchar al lector. Aunque se ha intentado dar valor literario a la ideología, no, nunca. No puede tenerlo.

Este libro no les va a gustar ni a los franquistas ni a los muy izquierdistas, probablemente tampoco a muchos de los no tan izquierdistas. No les gustará a los franquistas porque no se muerde la lengua en contar cómo se las gastaba el Régimen. Algo que todos sabemos, aunque a muchos les pique.

Trapiello cuenta el asalto por parte de una célula del PCE al local de Falange de Cuatro Caminos en febrero de 1945. Dos falangistas fueron asesinados. Por aquel acontecimiento se detuvieron a decenas de personas, prácticamente todas torturadas por la BPS, algunas brutalmente. Se condenó a doce. Fueron fusiladas siete. Incluso una que nada tuvo que ver con la muerte de los dos falangistas, la que se comportó con mayor gallardía, eso sí, y no delató a nadie. Los demás cantaron en todos los idiomas y no era para menos. Las detenciones continuaron incluso después de los fusilamientos y se dio hasta la anécdota, casi cómica, de una evasión de la propia DGS de la Puerta del Sol por una equivocación burocrática entre la policía y el juzgado. Cuatro reos, que esperaban condenas a muerte, vieron cómo los mismos guardias, sin saber por qué, les abrieron las puertas y les dejaron ir. Y se fueron, claro, lejos; a México. Visto y no visto. Cuenta Trapiello que circunstancias como esta no eran nada raras en la época. El propio Quiñones, del que hablaré ahora, se fugó de la cárcel una vez cuando le esperaba la pena de muerte.

Esos años fueron muy convulsos. Tras la Guerra Civil alguien, nacido en el Este de Europa, conocido por Heriberto Quiñones, del que no se sabe el nombre, la edad, ni dónde nació, pero que era uno de esos genuinos conspiradores revolucionarios itinerantes del XIX, que recorrió literalmente medio Continente extendiendo las ideas comunistas, reorganizó el partido dentro de España. En principio a espaldas de la dirección que estaba totalmente desconectada. Detenidos él y doscientos más en 1941 fue fusilado en el Cementerio del Este sentado sobre una silla porque no podía ni tenerse de pie. De hecho, cuando salió de los interrogatorios al hospital, no podía mover ninguna de las extremidades. No debió contarle mucho a la policía. El PCE le borró de su historia hasta el siglo XXI. No está muy claro por qué, pero leyendo lo que dijo de él -de quién había entregado, incluso heroicamente, su vida a la causa comunista- una dirigente del partido, la Pasionaria, “todo lo suyo era mentira, hasta el nombre”, leyendo lo que dijo de él, se puede uno imaginar cómo se las gastaban esos “dirigentes” con quienes no les bailaban el agüita.

Tampoco a los de izquierdas les va a gustar el libro porque cuenta lo que muchos también sabemos: cómo el partido y sus dirigentes desde Moscú, Francia y México, ejecutaban, delataban, traicionaban a los que en España se jugaban, literalmente, mucho más que la vida, por unos ideales que esos líderes muy dudosamente tenían.


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