lunes, 5 de diciembre de 2022

Lorenzo Silva: Castellano. Por Miguel López Sánchez

Silva, Lorenzo: Castellano. Destino, Barcelona, 2021. 368 páginas. Comentario realizado por Miguel López Sánchez.

Lorenzo Silva es un novelista conocido, de relativo éxito. Ha publicado hace poco Castellano, parte relato, parte ensayo. Intercala una historia de la rebelión comunera del siglo XVI, con unos paseos por los lugares donde se desarrollaron algunos de aquellos acontecimientos, y reflexiones sobre Castilla y los castellanos. Sobre esas personas a las que algunos ahora, y muchos despectivamente, nos llaman “mesetarios”. “Mesetario” es el título del capítulo 3. 

En mi opinión, lo mejor de esta obra son las reflexiones que Silva va dejando por doquier: “es el de Castilla un pueblo que supo morder el polvo, en la más total e irreversible de las derrotas, al tiempo que ganaba el alma de cuantos viven y sueñan en la lengua que le regaló al mundo”.

Silva nació y creció en Madrid, de padres andaluces y castellanos, si no recuerdo mal. Una de esas familias desubicadas de la posguerra. Por ello, empieza el prólogo así: “Desde que nací (…), mi existencia estuvo marcada por el peso, a menudo molesto y en ocasiones insoportable, de la identidad. No la mía: la ajena”. Al menos a mí, que también soy madrileño de primera generación, muchas veces me ha ocurrido lo mismo. Supongo que a muchos madrileños de mi edad también. Y supongo que a los que fueron a Barcelona, Bilbao, Valencia..., igual. Como les ocurrirá a los hijos de los muchos que ahora vienen de otros lugares. No entendemos ese empeño y enfermizo orgullo identitario, nadie elige dónde nace. Espíritus flotantes de un lugar a otro, que solo al final de sus vidas empiezan a reconocer la morada material que les dio el destino, pues nunca conocieron otra. “Mi infancia transcurrió insensible a los campos de Castilla. Estaban ahí, debajo, pero los había borrado la piel de la ciudad, hecha de calles, aceras y edificios. (…) La porción de tierra aún no urbanizada adoptaba la fisonomía del descampado, que siendo en apariencia semejante representa todo lo contrario del campo".

En el capítulo 3 cuenta cómo, por admiración a la cultura catalana, acabó viviendo en Barcelona, hasta que las cosas cambiaron. Cuenta cómo, en los medios de comunicación, empezó a notarse la presión dirigida y diseñada previa a los acontecimientos que todos conocemos. Cuenta cómo se atacaba a todo lo que representase la España no catalana y cómo se empezó a usar de forma despectiva el término “mesetario” para contenerla en un solo bloque. De ahí el título del capítulo y según el autor la razón de todo el libro.


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