lunes, 13 de marzo de 2023

Gabino Uríbarri (ed.): Dogmática ignaciana. Por Francisco José Ruiz Pérez

Uríbarri, Gabino (ed.): Dogmática ignaciana. “Buscar y hallar la voluntad divina” [Ej. 1]. Mensajero-Sal Terrae-UPCo, Bilbao-Santander-Madrid, 2018. 573 páginas. Comentario realizado por Francisco José Ruiz Pérez.

En relación a la espiritualidad ignaciana no es habitual asistir a la aparición de obras colectivas con envergadura. La colección Manresa, sin embargo, se ha atrevido a publicar ya dos trabajos previos al que es motivo de esta recensión, auspiciados por el Grupo de Espiritualidad Ignaciana (GEI): Diccionario de espiritualidad ignaciana (2007) y Escritos esenciales de los primeros jesuitas: de Ignacio a Ribadeneira (2017). La recepción positiva a estos empeños ha sido indudable. Se confirma que no sólo existen posibilidades inéditas de investigación y divulgación sobre la espiritualidad ignaciana, sino también que hay modos eficaces y creativos de abordarla cuando los asume un equipo multidisciplinar. 

La presente obra nace igualmente de un impulso compartido, el de los centros universitarios de la Compañía de Jesús en España (UNIJES). Convoca a un número nutrido y reconocido de profesores (P. Cebollada SJ, A. Cordovilla, B. Daelemans SJ, L. M. García Domínguez SJ, E. García, J. Guevara RJM, S. Madrigal SJ, M. Martínez-Gayol ACI, D. Molina SJ, I. Ramos SJ, M. Reus SJ y P. Rodríguez), coordinados por G. Uríbarri SJ. El intento es atrevido y, hasta cierto punto, pionero: esbozar los pilares fundamentales de una supuesta dogmática ignaciana. 

Es necesario recalar primero tanto en la introducción al volumen (cf. pp. 23-41) como en su conclusión (cf. pp. 503-524), ambas elaboradas muy acertadamente por Uríbarri, para comprender el fin del proyecto, tomar nota del balance y disponer así de un mapa orientativo para visitar los aportes valiosos que jalonan la obra. Los escritos ignacianos no alcanzan para sacar de ellos una dogmática totalmente acabada y, sin embargo, suministran “piedras sillares, con acentos propios, que la dogmática general puede incorporar” (p. 33). Para articular esos registros y componer lo esencial de una dogmática de cuño ignaciano, la opción de los autores ha sido privilegiar la experiencia espiritual que san Ignacio vivió y que vierte en sus Ejercicios espirituales: para él, la existencia cristiana se redujo esencialmente a un “buscar y hallar la voluntad divina” (Ej 1). La nuclearidad de la comunicación del Creador con su creatura, en la que se produce la conformación de la libertad humana con la divina como respuesta de “servicio y alabanza” (Ej 46), es el radical elegido para releer el corpus ignaciano y extraerle matices que iluminan la dogmática. Así lo intentan demostrar las quince aportaciones distintas que se citan en este proyecto, básicamente distribuidas en tres partes: teología (“Un Dios que habla al hombre”, pp. 73-268), antropología teológica (“Un hombre que escucha a Dios”, pp. 271-408) y eclesiología (“En la Iglesia para el servicio del mundo”, pp. 411-502). 

De alguna forma, se realizan dos viajes paralelos al recorrer el volumen. El primero nos transporta desde la espiritualidad a la dogmática. Nos deja patente que a san Ignacio se le ha donado una espiritualidad provista de una notable potencialidad teológica. Esta Dogmática ignaciana da cuenta de que, de la mano del patrimonio ignaciano, se puede acceder a no pocas áreas de la teología dogmática para reencontrarnos con el fondo de afirmaciones fundamentales de fe. Se logra así, indirectamente, dibujar la silueta de una teología ignaciana, lo que constituye, a mi entender, una contribución sobresaliente. El segundo viaje es inverso e igualmente meritorio: desde la dogmática a la espiritualidad. Afirmaciones dogmáticas sustanciales encuentran lenguaje y concreción en la herencia espiritual ignaciana, como sucede con otras en la Iglesia, dotándolas de significatividad y pertinencia en contextos distintos. No cabe otra cosa sino agradecer a los autores que hayan emprendido la aventura de imaginar y materializar esta obra, que pone en evidencia, en cierto sentido dogmática, que la teología y la espiritualidad mantienen entre sí una profunda conexión interna.


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