miércoles, 28 de agosto de 2024

Bernard Sesboüé: Cristo, Señor e Hijo de Dios. Por José Ramón Busto

Sesboüé, Bernard: Cristo, Señor e Hijo de Dios. Sal Terrae, Santander, 2014. 174 páginas. Comentario realizado por José Ramón Busto Saiz.

Bernard Sesboüé, jesuita y conocido teólogo, nos ofrece en este libro una respuesta al estudio de Fréderic Lenoir titulado Comment Jésus est devenu Dieu (Fayard, París 2010).

La tesis de Lenoir se resume en que la Iglesia en el siglo IV convirtió a Jesús en Dios bajo la presión de los emperadores y bajo la influencia del culto imperial. 

Sesboüé responde a esta idea desde una doble perspectiva: como historiador y como creyente. Porque la tesis de Lenoir no tiene en cuenta correctamente los datos bien establecidos de la historia de la fe y porque, para el creyente, Jesús es el hijo de Dios y no solo un líder religioso excepcional. La tesis de Lenoir atenta directamente contra el núcleo de la fe cristiana. 

Reconoce Sesboüé que el estudio de Lenoir aborda dos cuestiones importantes: cómo maduró la fe de los discípulos y cómo en los primeros siglos, especialmente en el siglo IV, la fe cristiana, que había nacido en un ámbito semítico, se formuló en las categorías de la cultura y la mentalidad griegas. 

El libro se estructura en tres capítulos, cuyos títulos son los mismos que los del libro de Lenoir. 

En el primero, titulado La confesión de Jesús como Hijo de Dios en el Nuevo Testamento, Sesboüé mantiene que Jesús no se proclamó personalmente Dios. Si lo hubiera hecho, habría sido tenido por loco o por blasfemo. Más bien, «los discípulos y testigos empezaron conociendo a Jesús como un hombre excepcional, pero hombre al fin y al cabo, y ya antes de su pasión terminaron reconociéndolo como el último de los profetas y el Mesías, y después de su resurrección confesaron sin ambages su filiación divina en un sentido propio y único. [...] La confesión de Jesús como Hijo de Dios y como Dios pertenece al Nuevo Testamento, y esto ya mucho antes del testimonio de Juan» (pág. 67). 

En el segundo, Jesús, Hijo de Dios durante los siglos II y III, el autor se dedica a mostrar «la perfecta continuidad de fe entre el testimonio del Nuevo Testamento y el de los dos siglos siguientes» (pág. 97). 

Finalmente, en el tercero, De Nicea a Calcedonia. ¿Por qué la divinidad de Cristo es objeto de constante debate?, Sesboüé hace una breve historia de los concilios desde Nicea (325) hasta Calcedonia (451), a fin de rebatir los dos puntos centrales de la tesis de Lenoir: que los conflictos cristológicos de los siglos IV y V «prueban que la divinidad de Cristo estaba lejos de ser clara en el pensamiento de los cristianos antes del siglo IV» (pág. 101) y que «en las decisiones tomadas en los concilios fue determinante la presión ejercida por los sucesivos emperadores» (pag. 101). 

Para nuestro autor, aunque Lenoir recoge bien los hechos históricos, los interpreta de un modo sesgado. Cabe otra interpretación más acomodada a los hechos de pensamiento y, por tanto, más legítima, que es la de Sesboüë. Esta interpretación hace hincapié en dos aspectos importantes: el verdadero problema fue la inculturación del cristianismo en el medio cultural griego, lo que supuso encontrar el modo correcto de relacionar la razón con la fe. Este es el punto de vista que permite entender correctamente las controversias cristológicas de los siglos IV y V. Por otra parte, la intención de Constantino y de los emperadores posteriores que intervinieron en los concilios no fue formular el dogma cristológico, sino encontrar la solución de los conflictos de convivencia entre los distintos grupos eclesiales, para conseguir la paz social en el Imperio. 

El libro, dentro de su brevedad, ofrece una buena síntesis del desarrollo del dogma cristológico desde la vida de Jesús terreno hasta el Concilio de Calcedonia. 



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