lunes, 3 de marzo de 2025

José Luis Vázquez Borau: Vida de Maximiliano Kolbe. Por José Manuel Burgueño

Vázquez Borau, José Luis: Vida de Maximiliano Kolbe. San Pablo, Madrid, 2010. 124 páginas. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.

Este librito de la colección «Retratos de bolsillo», de la editorial San Pablo (en la que nos encontramos con figuras tan variopintas como Tomás de Aquino, Roger de Taizé, san Pedro, Juan Pablo II, Francisco de Asís, la Madre Maravillas o Edith Stein), nos acerca el perfil de un franciscano polaco enamorado de la Inmaculada; un amor que marcó tanto su vida como su muerte, ya que durante muchos años no hizo sino difundir esta devoción, y en el momento decisivo de su martirio, en Auschwitz, fue ese mismo amor el que guio su decisión. 

Raimundo Kolbe (1894-1941), que adoptó el nombre de Maximiliano al ingresar en 1907 en la orden de los franciscanos menores conventuales, destacó a lo largo de su vida como un hombre emprendedor e inteligente, cualidades que puso al servicio de su fervor por la Virgen María. Fue por ello por lo que fundó en 1927 en Niepokalanow («Ciudad de la Inmaculada»), a unos cuarenta kilómetros de Varsovia, una especie de macroconvento en el que llegaron a vivir casi mil religiosos; y fue esa misma pasión la que le llevó al mundo del periodismo como la vía más eficaz para propagar su mensaje. Y con tal entusiasmo que llegó a ser responsable del mayor grupo editorial de la Polonia de la época, ubicado en aquella «ciudad», con ocho revistas que sumaban un millón de ejemplares al mes y un diario que tiraba 125.000 ejemplares cada día, y el doble los domingos (pp. 81, 84). Incluso exportó el modelo a Japón. 

Sin embargo, es su muerte, decidida bajo el influjo de ese mismo amor y en total coherencia con su vida, la que le llevó a los altares: beatificado en 1971, fue canonizado en 1982. En el campo de concentración de Auschwitz se cambió por un padre de familia que había sido condenado arbitrariamente a una muerte lenta y terrible. Algunos testigos dijeron que podía haber salido vivo del campo (p. 115), pero eligió el sacrificio por amor. 

Cualquier vida heroica es siempre un estímulo para el hombre y un testimonio de esperanza, y su difusión es invariablemente una buena noticia. El libro de Vázquez Borau, filósofo y teólogo personalista, autor de más de cincuenta obras de filosofía, antropología, espiritualidad, sectas y semblanzas de personajes, no deja de ser una contribución en esta línea, aunque quizá demasiado ambiciosa para su brevedad, ya que, aparte de presentar la biografía de Kolbe, quiere ofrecer el marco histórico de la Polonia de la época. Para ello arranca con un cuadro cronológico desde 1791 hasta 2005, deteniéndose un poco más en el final del zarismo y en la persecución de los judíos por los nazis. Nunca está de más un apunte histórico, aunque el que aquí se hace probablemente no conecta bien con la narración de la trayectoria de Kolbe. También son de destacar las digresiones, no del todo bien engarzadas en el texto, sobre la Virgen de Czestochowa (pp. 30-34); Alphonse Ratisbonne (pp. 54-56) y las apariciones y los secretos de Fátima (pp. 57-68). 

Se agradece el uso por parte de autor de documentos originales de Maximiliano Kolbe, como escritos, conferencias y cartas, aparte de testimonios de compañeros y conocidos y extractos del proceso de beatificación. Sin embargo, se dan algunas repeticiones enojosas de textos en partes diferentes del libro, que en una obra tan breve no pasan inadvertidas (e.g., pp.47 y 90; 48 y 91; 74 y 76). 

Uno de los logros del libro es su capacidad de hacer entender la vida y la elección final de Kolbe precisamente por la coherencia interna y externa que marca toda su existencia. Franciscano hasta la médula (adapta el Cántico de las Criaturas del Poverello al ritmo de las máquinas, instando al «hermano motor» a cumplir lo mejor posible su cometido), pero sobre todo extraordinariamente devoto a María (al final del libro se recoge la oración por la que se consagra a la Inmaculada). Solo desde ahí puede comprenderse su sacrificio final, realizado además con la alegría del enamorado y la entereza del héroe. Y es también a través de su muerte como cobra sentido una vida para muchos excesivamente piadosa y, en cierto modo, obsesiva y que, sin aquel final, podría causar cierto rechazo al hombre moderno secularizado del siglo XXI. Cuando se demuestra que el amor es sincero y apasionado, se derriban todas las barreras y desaparecen todos los recelos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario