lunes, 19 de noviembre de 2018

Andrea Giráldez Hayes y Emma-Sue Prince: Habilidades para la vida. Por José Fernando Juan Santos

Giráldez Hayes, Andrea y Prince, Emma-Sue: Habilidades para la vida. Aprender a ser y aprender a convivir en la escuela. SM, Madrid, 2017. 157 páginas. Prólogo de Miguel Ángel Santos Guerra. Comentario realizado por José Fernando Juan Santos.

La innovación educativa también involucra al profesor, en tanto que persona, con sus habilidades. No es solo un juego de métodos en el que da igual quién enseñe, quién eduque. Después de una veintena de libros, esta biblioteca específica de SM para la renovación pedagógica echa su mirada sobre el docente. Sus autoras, ambas profesoras en distintos ámbitos y formadoras de formadores, se centran en diez aspectos concretos: conocerse a uno mismo, adaptabilidad, optimismo, resiliencia, integridad, empatía, escucha activa, pensamiento crítico y creativo, proactividad, capacidad para recomenzar continuamente. Si repasamos la lista de claves, damos por supuesta tanto la preparación personal como una forma de vida dedicada a la educación, con tiempo para seguir creciendo dentro y fuera. 

Pero lo que más llama la atención, sin duda, es el tratamiento del educador como persona en el ámbito escolar. Algo que, por muy evidente que sea, se escapa o no se tiene tan presente como debería estar. Porque la educación está muy lejos de ser un sistema de producción en masa, por grande que sea, y siempre estará directamente vinculado a la relación entre el alumno y el profesor. ¿A quién no le gustan las matemáticas o la filosofía, en parte, por el profesor que tuvo? ¿A quién le apasiona leer, en parte porque lo ha visto, lo ha sentido cerca, lo ha hecho suyo casi por ósmosis?

La figura del educador preside el libro, no pensando principalmente en alguien más sabio que los demás, sino en una persona con una vida equilibrada y feliz. A esto va dirigido el libro. Y deberíamos tener presente, sin faltar a otros, que pese a todo lo que se diga, es una de las profesiones con mayor índice de depresión. 

Por otro lado, sorprende en su lectura que las autoras no se acerquen cargadas de respuestas, sino con muchas preguntas. Leerlo es dejarse cuestionar y abrir horizontes. Al menos reflexionar sobre aquello que podría ser de otra manera, sin dejarse caer en el lamento y el desahogo. Incide precisamente en la preparación de un educador no simplemente para los tiempos presentes, sino para los futuros. La renovación educativa, todavía en ciernes y en muchos casos en poco más que literatura que a algunos parecerá fantasía, llega para quedarse. Los procesos de aprendizaje han cambiado, también las metodologías, las formas, las relaciones. Y se requieren maestros y profesores con alturas de mira en estos tiempos. Por eso cobran singular importancia los capítulos destinados a la adaptabilidad, proactividad y capacidad para recomenzar continuamente. Un libro que provoca una cierta pregunta sobre si aquello, en lo que quiero competentes a mis alumnos, comienza también en mí mismo.

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