lunes, 13 de enero de 2020

Alice Munro: ¿Quién te crees que eres? Por Fátima Uribarri

Alice Munro: ¿Quién te crees que eres? Lumen, Barcelona, 2019. 308 páginas. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino. Comentario realizado por Fátima Uríbarri (Periodista. E-mail: fauribarri@gmail.com).

Tormentas afectivas 

La tienda es pequeña, con un mostrador revenido. Una cortinilla la conecta con la cocina de la casucha. Así se puede uno enterar enseguida de si ha entrado alguien. La cocina es pegajosa, no por falta de higiene, sino por viejuna. El suelo es de linóleo, hay pocos utensilios y están requemados de tanto uso. 

La casita tiene dos pisos. El padre está arriba, se le oye toser. En la cocina discuten Rose y Flo, su madrastra. La niña planta cara. Es respondona y al principio de la discusión lleva la batuta: castiga a Flo con sus silencios o con contestaciones afiladas. Pero Flo llama al padre. Insiste tanto que el hombre acaba bajando a solucionar el conflicto. Se quita el cinturón y se desata una violencia atroz para la que los lectores no estábamos preparados. Los acontecimientos se desarrollan de una manera imprevista. Vemos los hechos y a la vez escuchamos las mentes de Flo y la de Rose y nada de lo que ocurre en ellas es previsible. 

Rose, por ejemplo, no se explica que todo siga igual con lo que le está sucediendo: el linóleo sigue ahí y el calendario con el molino y el arroyo y los árboles otoñales “y los viejos y serviciales cacharros de cocina” también siguen ahí.

Esto sucede en Palizas soberanas, el primero de los relatos que conforman ¿Quién te crees que eres? Su autora, la escritora canadiense Alice Munro –premio Nobel de Literatura en 2013– es especialista en relatos. Los que se recogen en este libro se podrían leer de manera independiente, pero si se leen seguidos completan una novela en la que se narra la vida de Rose. 

Los primeros relatos se centran en la relación entre Rose y su madrastra Flo. Son dos personajes extraordinarios. Vivos. Contradictorios. Con sus luces y sus sombras. Es una de las grandes virtudes de Alice Munro, su maestría en desentrañar las complejidades psicológicas. Sus personajes no son blancos ni negros, buenos ni malos. Son reales. 

Si en algo destaca esta escritora, que ha contado muchas veces que en realidad ella es un ama de casa que empezó a escribir en su cocina, es por su habilidad asombrosa en manejar la falsa sencillez. Cuando la academia sueca le otorgó el Premio Nobel, uno de los motivos que destacaron fue el excelente realismo psicológico que contienen sus relatos. 

Alice Munro es autora de libros de cuentos como Amistad de juventud, El amor de una mujer generosa, El progreso del amor, Secretos a voces, Escapada, Las lunas de Júpiter, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio y Demasiada felicidad, entre otros. 

Sus cuentos suelen ser historias de pueblo que contienen todo, igual que sucede en las tragedias de Shakespeare y en la gran literatura. En los que componen ¿Quién te crees que eres? se explica qué es ser adolescente, se muestra el peso de sentirse vulnerable, la fuerza de los anhelos, las heridas del amor... “El amor te despoja del mundo”, dice Alice Munro. Y lo hace de una manera infalible. Siempre: cuando el amor va bien y cuando va mal. 

Alice Munro vivió de niña en una granja al oeste de Ontario, la provincia canadiense de su pueblo natal, Wingham. Eran tiempos duros, de depresión: Alice nació en 1931. Esa atmósfera de escasez y aspereza y ese mundo rural curtido por el frío y lo adusto es esencial en su obra. En ¿Quién te crees que eres? hay perfectas descripciones de cómo es la vida en una casita de un pueblo pobre de Ontario. Se cuenta, por ejemplo, que llega un día en el que se puede dejar abierta la puerta de casa “en la dulce y breve temporada entre la escarcha y las moscas”. 

Se explica también lo distintas que son las percepciones en los pueblos frente a las ciudades: “En una ciudad habría parecido vulgar, aquí la gente la tenía por una mujer extravagante pero sofisticada, emblema de un mundo legendario de distinción”. Cuando se nace pobre y campesino y luego uno progresa y se adentra en otros mundos se perciben los fosos inexpugnables que te separan de los otros. Lo siente Rose frente a la familia de Patrick, el chico rico que conoce en la Universidad: “Patrick y sus hermanas nunca habían tenido que agachar la cabeza y pulirse y ganarse favores en el mundo, nunca tendrían que hacerlo”. 

Son las emociones profundas que tan bien describe Alice Munro, esa realidad invisible que marca a sus personajes. Porque cuando Rose siente que ha superado esa etapa pobre de su vida y está “segura de haber escapado, una capa de lealtad y amparo se endurecía alrededor de sus recuerdos”. 

La atmósfera es fundamental en los relatos de Alice Munro. Pasan cosas en la cocina, en la escuela, en la parroquia, el hogar del jubilado, una residencia de ancianos, una granja... Y Munro traslada allí a los lectores con apenas unos brochazos certeros. 

No hacen falta florituras. No le van a esta escritora. Ni a sus personajes. En ¿Quién te crees que eres? reinan Flo y Rose. Flo se crió en las granjas de las montañas. Lo que se va sabiendo de ella (¡qué infancia terrible!) despierta ternura hacia ella. Pero Flo no quiere ternura, de eso nada. 

La literatura de Alice Munro tiene –como la de Flannery O’Connor y Carson McCullers– un punto de aspereza. Estas tres narradoras americanas despliegan en sus textos una tristeza amarga y una enorme agudeza. Son campeonas en destripar la vulnerabilidad sin ñoñerías. 

Qué bien se aprecia en los relatos iniciales de este libro. Son terribles las experiencias escolares que describe Rose. Allí no hay compasión. La realidad es descarnada y brutal. Impera un espíritu anárquico y maligno. El objetivo es sobrevivir, y para ello lo mejor es pasar desapercibido. “Aprender a sobrevivir, a pesar de la cobardía y la cautela, de los sustos y la aprensión, no es lo mismo que ser desdichado. Y además es interesante”, escribe Alice Munro.

No hay piedad. La realidad es dura. E imprevisible. Si el lector se ha creído que conoce a Rose está muy equivocado. Esto no es La casa de la pradera. La chica va creciendo y se entreveran sus contradicciones. 

En Cisnes silvestres, por ejemplo, Rose viaja por primera vez sola en tren. Va a Toronto. En la estación Flo le advierte sobre los peligros de una jovencita que viaja sola y le da una propina al revisor para que cuide de la niña. 

Rose está feliz de viajar. Y asustada. Todo es nuevo. Se asoma al vértigo de la libertad. Y le sucede una cosa inquietante en el viaje. Los lectores esperamos una reacción por su parte. No es la esperada, por supuesto. Es sorprendente. 

Ha confesado Alice Munro que su propósito es que “todo lo que cuente la historia conmueva al lector”. Lo consigue incluso cuando nos despista con esos giros inesperados que lejos de resultar inverosímiles suman verdad y autentifican a los personajes. 

Hay historias que no te puedes creer que sean inventadas. Es una de las máximas loas que se pueden realizar sobre una creación de ficción. Y es una de las primeras reflexiones que surgen tras la lectura de ¿Quién te crees que eres? Rose y Flo son reales.

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